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Mes: diciembre 2003

Sábado

Sábado

Sábado. Siniestros sonidos surcaban sombríamente Salamanca.
Sintiéndose solitario, Sergio, sentado sobre su suntuoso sofá, suspiró, sopló, salpicó saliva.
Saltó súbitamente. Sordos silbidos sonaban. Susurro sigiloso: ‘Soy Silvia’.
‘Salve’, silabeó Sergio. ‘Sonsacaré sus secretos.’ Silvia saludó, se sacó su saco satinado, soltó sus sandalias, se sentó.
Sergio sirvió sendos sakes; salchichones, saladitos, surubíes sin sal, selectas sardinas sancochadas. Silvia, sonrojada, sorbió su sake sin sonreír; sólo sentenció: ‘Soy solamente suya, Sergio. Suspenda sus sibaríticos servicios.’ Silencio. Sahumerios sutiles soplaban serenamente.
Soltó Sergio sus sentimiento.
‘Soy sincero, Silvia. Suelo soñar sus sensual sonrisa, sus sonoros suspiros, sus semejantes senos salmantinos, símil sandías…’ ‘Soso, soy sueca.’ ‘Silvia, siento singular sinsabor. Solemnemente suplico su sanción.’ ‘Subestimé su sensiblería. ¡Suélteme, sátiro senil, sanguijuela sarnosa, sapo sobrealimentado!’ Salió Silvia subrepticia. Sergio se suicidó silenciosamente.

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La afición de Niels Bohr

La afición de Niels Bohr

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Niels Bohr fue uno de los físicos más geniales de este siglo; estableció, entre otras cosas, la estructura del átomo.
George Gamow, discípulo de Niels Bohr, en su libro ‘Biografía de la Física’ publicado por Alianza Editorial, escribe lo siguiente de Niels Bohr.

Es prácticamente imposible describir a Niels Bohr a una persona que nunca haya trabajado con él, para que ésta se haga una cabal idea del profesor.
Probablemente su cualidad más característica era la lentitud de su pensamiento y comprensión.
Al atardecer, cuando un grupo de discípulos de Bohr ‘trabajaban’ en el Instituto Paa Blegdamsvejen, discutiendo los últimos problemas de la teoría de los cuantos o jugando al ping-pong en la mesa de la biblioteca, con tazas de café en ella para hacer más difícil el juego, aparecía Bohr diciendo estar muy cansado y que le gustaría ‘hacer algo’. Hacer algo significaba, indefectiblemente, ir al cine, y las únicas películas que le gustaban eran las tituladas ‘Lucha a tiros en el rancho Lazy Gee’ o ‘El jinete solitario y una muchacha sioux’. Pero era penoso ir con Bohr al cine. No podía seguir el argumento y nos preguntaba constantemente, con gran enojo del resto del público, cosas como ésta: ‘¿Es ésta la hermana del vaquero que mató de un tiro al indio que trataba de robar el ganado que pertenecía a su cuñado?’ La misma lentitud de reacción mostraba en las reuniones científicas. Muchas veces, un joven físico visitante hablaba brillantemente de sus recientes cálculos sobre algún intrincado problema de la teoría cuántica; todo el mundo comprendía claramente el razonamiento, menos Bohr. Todos empezaban entonces a explicarle la sencilla cuestión que no había entendido y en medio de la barahúnda acababa todo el mundo por no entender nada. Por último, después de mucho tiempo, Bohr comenzaba a comprender y resultaba que lo que él había comprendido sobre el problema presentado por el visitante era absolutamente distinto de lo que éste pensaba y su interpretación era la correcta, mientras que la del visitante estaba equivocada.
La afición de Bohr a las películas del Oeste se tradujo en una teoría desconocida para todos, excepto para sus compañeros de cine en aquel tiempo.
Todo el mundo sabe que en todas las películas del Oeste (al menos en el estilo de Hollywood) el ‘malo’ siempre dispara en seguida, pero el héroe es más rápido y siempre mata al bribón. Niels Bohr atribuyó este fenómeno a la diferencia entre acciones deliberadas y acciones condicionadas. El bribón ha de decidir cuándo ha de echar mano de la pistola, lo que retrasa su acción, mientras que el héroe dispara más rápidamente porque actúa sin pensar cuando ve al bribón intentar sacar la pistola. Todos discrepamos de la teoría y a la mañana siguiente el autor se fue a una tienda de juguetes para comprar un par de pistolas de cow-boy. Nosotros disparábamos sobre Bohr, que hacía de héroe, pero él nos mató a todos.
Otro ejemplo de la lentitud de pensamiento de Bohr era su poca habilidad para encontrar una rápida solución a los crucigramas. Una tarde el autor fue a la casa de campo de Bohr (al norte de Jutlandia), donde Bohr había estado trabajando todo el día con su ayudante, León Rosenfeld, en un importante trabajo sobre las relaciones de incertidumbre. Ambos, Bohr y Rosenfeld, estaban completamente agotados por el trabajo del día y, después de cenar, Bohr indicó, para descansar, resolver un crucigrama de alguna revista inglesa. La cosa no marchó muy bien y, una hora más tarde, fru Bohr (‘fru’ significa en danés señora) sugirió que debíamos irnos todos a dormir. Quién sabe a qué hora de la noche. Rosenfeld y yo, que compartíamos la habitación de invitados en el piso superior, fuimos despertados por unos golpes en la puerta. Saltamos de la cama preguntando: ‘¿Qué hay? ¿Qué ocurre?’ Entonces oímos una voz apagada a través de la puerta: ‘Soy yo, Bohr. No quiero perturbarles, pero quiero decirles que la ciudad industrial inglesa con siete letras, que termina en ich, es Ipswich.’

Crepúsculo

Crepúsculo

El otro día, gracias a que los días se acortan hasta el solsticio de invierno, tuve la oportunidad de realizar, al atardecer, un trayecto que habitualmente recorro de día o de noche. Es curioso como puede cambiar un paisaje dependiendo de donde le dé la luz.
Aparecen rincones que antes parecían no estar ahí, nuevos lugares adquieren el protagonismo, y otros lugares muy evidentes (o emblemáticos, como dicen los que gustan de poner etiquetas a las cosas) pasan a segundo plano o incluso se desvanecen.
Haz la prueba. Sitios que por los que discurres al mediodía o al amanecer, contémplalos en otro momento del día. Puede ser que los descubras de nuevo.
A mí me encanta el atardecer cuando el cielo está cubierto. La luz es tenue, gris, pero suficiente. Los colores se apagan y todo parece tener mayor contraste, como en una película en blanco y negro. Todo parece menos real y más parecido a la imaginación.
¿Nunca te has encontrado a última hora de la tarde, con el cielo totalmente encapotado excepto por una brecha hacia el oeste por el que se filtra el sol? Un sol rojo, enorme, pero que no hace daño al mirarlo. Todo está iluminado por una luz ambarina, con un fondo de nubes gris plomo. Una combinación de colores extraña e inquietante, pero maravillosa.
Un conocido mexicano me dijo: ‘Cuando llegué a España, lo que más me sorprendió fue el crepúsculo. En México amanece y anochece siempre a la misma hora y de improviso. Está en la calle y… ¡blaf! Ya es de noche. En cambio aquí, en primavera y otoño, es distinto. Tienes un rato misterioso en que no es ni de día ni de noche. Al principio no sabia que hacer. Era desconcertante.’
¿Por qué cada momento del día tiene asociado un estado de ánimo? El amanecer sugiere el nuevo comienzo, la segunda oportunidad después del fracaso. El mediodía es la vitalidad y la alegría. El atardecer es la tristeza. El crepúsculo es la melancolía, y la noche simboliza la pérdida.
Le dije que no estaba de acuerdo con esa teoría.
A mí dame el crepúsculo con su confusión y su misterio. 😉

Bonito día para escalar montañas

Bonito día para escalar montañas

«-Bonito día para escalar la montaña, Baedecker.
-Muy bonito día. Aunque no sé si llegaré a la cima.
El indio se encogió de hombros.
-Hace mucho que vivo aquí y jamás he estado en la cima. No siempre es necesario.»

Este párrafo de ‘Fases de gravedad’ de Dan Simmons me ha ayudado a recordar que cuando te marcas una meta no siempre es necesario ni bueno conseguirla… a veces, el tener la mirada fija en algo que en un principio considerabas importante hace que te olvides, o no repares, en la existencia de lo que de bueno tiene nuestro día a día.
Esas pequeñas cosas que nos ocurren y nos rodean a cada momento y que no les damos importancia: el sonido del viento meciendo las hojas de ese árbol que siempre ves cuando vas hacia el trabajo, el ver ponerse la luna sobre un cielo azul turquesa mientras esperas en la parada del autobús, la elegancia del vuelo de los cada vez más escasos pájaros mientras caminas por las calles de la ciudad, …

«Cuando sea mayor, quiero ser: feliz…» 😀

Humo

Humo

Nunca te has preguntado cuál es el misterioso mecanismo que hace funcionar a las cosas, que las anima, que las dota de vida. Más aún, nunca te has preguntado por qué una máquina mostraba cabezonería o reluctancia a funcionar, o por qué lo hacía caprichosamente, o por qué te ignoraba, o por qué parecía que actuaba por su cuenta.
Bien, vale, me da igual que nunca lo hayas hecho, era una pregunta retórica. Lo que tenias que responder era «Sí, ciertamente, me lo pregunto a menudo. De hecho es una de las grandes cuestiones de mi vida y no quiero abandonarla sin al menos haber atisbado un ápice de la solución a tamaña cuestión metafísica. Por favor, Oh fuente infinita de sabiduría, sacia mi sed de conocimiento, ilumíname con la claridad de tus brillantes explicaciones, …»
Hay una razón muy sencilla para ese comportamiento de las máquinas: Los aparatos eléctricos y mecánicos, como todos los demás seres animados, tienen alma. Sí, sí, como lo lees. Se enfadan, se alegran, se cansan… Porque tienen alma.
Pero, te preguntarás también con tu infinita curiosidad, como unos objetos hechos por el hombre, que a fin de cuentas sólo trata con materia material, valga la redundancia, puedan tener alma.
Te lo diré: Cuando se construye un aparato se encierra en su interior una cierta cantidad de un fluido especial: Este fluido permanece dentro de la máquina y es lo que la hace funcionar, la anima, le da vida. Es el espíritu de la máquina (Deux Ex Machina). Si tal fluido se escapa, la máquina pierde su alma y deja de funcionar, se detiene… Muere.
Este fluido es ‘El Humo’. Los dispositivos mecánicos, como los automóviles, las grúas, etcétera, lo van expulsando por el escape según van envejeciendo y consumiéndose. Cuando alguna de las partes de un aparato electrónico es sometida a un sufrimiento extremo deja que su ‘Humo’ se eleve hacia lo alto, en forma de nubecilla gris, antes de detenerse.
Si alguien te cuenta que hay una explicación lógica y racional de por qué funcionan las máquinas, no le escuches. Es un materialista y no ve la auténtica profundidad de las cosas. Lo que hace funcionar las máquinas es el humo. Cuando el humo se escapa, la máquina muere.
Así pues, la próxima vez que veas que tras un chispazo una máquina deja de funcionar y expulsa un poco de humo, ya sabrás lo que en realidad está ocurriendo.

Estación: claridad, vamos llegando

Estación: claridad, vamos llegando


De un tema de Lito Vitale…

No hay túnel que dure cien años, mi vida. Mira
como se arruga la tiniebla, la procesión de pálidas
se desbarranca, los funcionarios inauguran ruinas.
Y vos y yo fundamos aires buenos.

Dónde estará la plata de mi río, sólo barro y olitas
de minué. En los camalotes cantan sirenas, pero
Ulises camionero no las oye, sólo escucha la radio.

Llueve liquen en los decrépitos televisores, buenas
noches a todos, mariposas y difuntos. Transmiten
en cadena las cadenas.

El cemento se cansa de ser cobija de la Pampa. Por
los baches asoma la luz mala, resucitan cardos y
maíces, abran paso a las luciérnagas curiosas que
verán.

Viento sur, olor a transparencia, silbo de la
calandria, madrecita cantora del primer rayo de la
aurora.

La sopa de los pobres llega al centro, y su vapor
al reino de los cielos.

Ventolina que barre tormentas, lavadero del alma,
nos deja serenitos, reciclando la pena en vasto
amor. Silbo de la calandria y vidalita de la
esperanza.

Darle cuerda al amanecer, empujar un poco al Sol,
al buen día meterlo en casa. Silba la calandria y
nos sorprende en vela, amuchados, con ganas de
seguir.

Estación claridad vamos llegando.