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Mes: febrero 2004

La eterna pregunta

La eterna pregunta

Decía Chris Stevens desde la K-OSO que la mayoría de nosotros hemos estado, en el lugar del accidente del amor no correspondido. Y nos hemos preguntado ¿Cómo he llegado yo hasta aquí? ¿Qué tiene ella de especial? ¿Será su sonrisa? ¿Cómo cruza las piernas? ¿La forma de su tobillo? ¿La conmovedora vulnerabilidad de su cintura? ¿Cuáles son esas cosas efímeras e ilusorias que encienden la pasión en el corazón humano? Es la eterna pregunta, el alimento perfecto para la mente en una cálida noche de verano. El amor no mira con los ojos sino con el corazón. Por eso al hado Cupido siempre lo pintan ciego. Sí.
Quizá por eso, en cuestiones amorosas, no queda otra que ir a tientas, vigilando de no tropezar con ningún obstáculo.

¿De dónde viene el amor?

¿De dónde viene el amor?

«… El origen de una naturaleza tiene que estar fuera de esa naturaleza (…) Es interesante la práctica de remontarse hasta el origen del pensamiento, hasta el origen de la corriente. El origen del pensamiento no está en el pensamiento mismo, es curioso sentirlo. Entonces ¿dónde está el pensador? Su reflejo está en el pensamiento pero no le conocemos directamente.»

Podría haber un «origen» que no contenga un final. Como un amor que no sea el opuesto al odio, un amor que se sostenga a sí mismo. ¿De dónde vendría ese amor? En cierto sentido, lo real es lo que siempre está a punto de ser; en cuanto es algo, entra en el registro de la realidad, de lo conocido, del acto de nombrar. Lo real es el imposible que tanto nos atrae.

Pregunta a Desmond Morris

Pregunta a Desmond Morris

-ENTREVISTADOR. ¿Cree usted en Dios?

-DESMOND MORRIS. No sé qué significa eso, salvo que es perro dicho al revés (juego de palabras entre God, Dios, y dog, perro) ¿Usted cree en Perro? Si no sabes si crees en Perro, tampoco puedes saber si crees en Dios.

La apuesta de Pascal

La apuesta de Pascal

Puede que este reflejo de la naturaleza de Dios no esté del todo alejado de los problemas que plantea la apuesta de Pascal. Pascal dice que es mejor creer en Dios que no creer, porque si Dios no existiera y uno creyera que existe, las consecuencias que sufriría serían insignificantes si se comparan con las consecuencias infinitas que sufriría si Dios sí existiera y creyera que no. (¡No creer en un Dios que existe supone una condenación eterna, el castigo sería infinito!) Por tanto (razona Pascal), desde un punto de vista objetivo de pura probabilidad, lo racional es creer en Dios.
Ahora bien, si fuera cierto que creer en Dios aumentara lo más mínimo la probabilidad de salvarse, entonces estaría de acuerdo en que lo mejor es creer en Dios. Pero ¿por qué iba a ser cierta esta presunción? ¡Yo creo que ningún Dios que fuera tan perverso como para condenar un alma eternamente merece la fe de nadie!

Me gustan los domingos

Me gustan los domingos

No sé dónde leí una vez que hay personas que detestan los domingos hasta extremos algo patológicos. Decía que eran personas bien adictas al trabajo, para las que los domingos eran la cara de la moneda en la que veían que sólo tenían el trabajo, o todo lo contrario eran aquellos que detestaban lo que hacían durante la semana y veían en los domingos la puerta de entrada a lo que les esperaba el resto de la misma.
Mi caso es el contrario, me gustan los domingos. Es el día de tomarse un tiempo para todo. De despertar cuando ya no tienes sueño, cuando los ojos se te abren sin la ayuda de ese zumbido molesto y traidor de cada mañana, de desayunar despacio, a veces viendo la tele, de leer el periódico sin prisa, de comer cuando uno tiene hambre y no cuando toca, de la peli amodorrado después de comer o mejor aún, de la siesta, esa costumbre que yo incluiría en los convenios laborales, de acostarme en sábanas de algodón limpias, planchadas y cambiadas por la mañana, que casi da pena meterse en la cama, pero que te acogen tibias, tersas, suaves, con las marcas de haber estado dobladas.
Domingos en los que a veces es grato sorprenderse con chocolate a la taza del de toda la vida, hecho con chocolate de tableta rallado, no con polvos soluble, en los que nos hace por turno nuestras comidas favoritas, en las que tienes tiempo de tomarte un helado con el café.
Domingos que desde pequeño tengo asociados a ropa limpia, a la ropa de domingo, a la propina que me daban mis padres.

El hombre-cangrejo

El hombre-cangrejo

Como puso una vez un crío en un examen: los cangrejos son animales que avanzan retrocediendo.
Su futuro está siempre detrás; su mayor ilusión es estar entre las rocas o sumergido (en ese pasado que siempre fue mejor).
En el poema de Dante, se le dice a éste en las puertas del purgatorio que, si quería descubrir sus misterios, no debía nunca mirar hacia atrás.
Requisito fundamental entonces para no perderse en patatales que no llevan a ninguna parte: no mirar a lo que ya se ha hecho. No ser un hombre-cangrejo.
Pero esto no implica que no se pueda mirar hacia los lados para ver quién está también ahí, intentando abrirse paso entre las equivocaciones, contradicciones, dudas y perplejidades que nos rodean.
Para mí, la equivocación principal es no hacer caso de los que te acompañan, para bien o para mal.

El último capricorniano

El último capricorniano

Tom Powerful, presidente de la fábrica de armamentos, frente al ventanal de su despacho en el piso cincuenta y tres, se arreglaba el nudo de la corbata sin prestar mayor atención al trémulo amanecer de Manhattan.
Llamaron a la puerta.
-Adelante -dijo sentándose frente al enorme escritorio.
Una de sus secretarias, la trigueña, le acercó el periódico y se alejó taconeando.
La siguió con la mirada.
Abrió el diario; como de costumbre, antes de leer los valores de Wall Street, o el resultado del último partido de los Giants, leyó su horóscopo.
‘Hoy morirá en cuanto se oculte el sol.’ -¡Qué contrariedad! -dijo, y de inmediato llamó por teléfono a la compañía de aviación, comunicando su necesidad de dar la vuelta al mundo, junto con el sol, cruzando la línea internacional del cambio de fecha para burlar las predicciones astrológicas.
Volvió a amanecer, al este de Greenwich, bebiendo un bloddy-Mary, en el bar al aire libre de un exótico y concurrido hotel de Manila, feliz de creerse el único capricorniano viviente.
Cerca de él, una turista, con felinos anteojos negros, lanzó un grito señalando el cielo; quienes la rodeaban levantaron la mirada hacia el sol.
-¡Qué maravilla! -dijo el señor Powerful.
El eclipse duró un instante.

Un microcuento de Juan Carlos García.

Primera flor del azahar

Primera flor del azahar

 

Aunque ahora no llueva está el sol afuera y hace algo de fresco. Sin embargo, hoy el día ha tenido algo de extraordinario: he visto el primer azahar abierto. Tal acontecimiento no es baladí, aunque parezca un suceso que sólo interese a botánicos y fabricantes de mermelada de naranja amarga. Si este sol dura unos cuantos días, la floración empezará a ser generalizada, y todo cambiará en esta ciudad. El fin del invierno creo que es celebrado por muchos pueblos, pero aquí es algo parecido a una liberación. Desde que terminan las navidades, por estas tierras ibéricas estamos deseando compulsivamente que se acabe el frío y la humedad; y aunque se sufra sequía, cuando llueve cuatro días seguidos, al quinto no es raro escuchar expresiones del tipo «joé, ya podían llenarse los pantanos y dejar de llover». Es cierto que la primavera no llega hasta más adelante, aunque ni de lejos hay que esperar al 21 de marzo, fecha en que la gente ya suele llevar mangas cortas debajo de la chaqueta. Lo de hoy es el anuncio de que se acaba el invierno, que salimos del letargo. El azahar forma parte de un calendario vital, por el que nos regimos todos, y que quizás los meridionales seamos más propensos a exteriorizarlo. A mí, con sólo verlo y olerlo, ya me han entrado ganas de todo, como si fuera un chute de vida, que dispara y acelera el cuerpo y la mente. Será que el invierno no está sólo ahí fuera, sino que también lo llevamos dentro, y esa necesidad de que cese el frío y humedad en nuestro interior es la que nos empuja a agarrarnos a la flor despistada de un árbol, una forma como otra de pasar página en el almanaque de nuestra vida.

La lectura es imaginar

La lectura es imaginar

Está claro que la mayoría de nosotros utilizamos la tele para relajarnos y acomodarnos, porque la tele nos sirve a la carta, frente a la confortabilidad de nuestros sillones, las imágenes de cualquier rincón perdido de la Tierra.
Decía Jean Renoir que el problema es que la televisión amalgama y convierte en papilla informe la realidad, la ficción, lo fundamental, lo secundario, el divertimento y la reflexión. En parte tiene razón, la televisión nos sirve en bandeja mucha imaginación. No obstante, es una imaginación prefabricada, no elaborada, en la que el televidente apenas toma partido. La imaginación se ha de ejercitar, sino ¿qué sentido tiene crear, idear? La pregunta tiene una respuesta contundente: imaginamos con los sentidos, con todos los sentidos, no sólo con la vista. Nos gusta tocar, oler, saborear y escuchar el viento de la vida, de la vida real, no de la vida filtrada a través de una cámara y servida en bandeja en la fría pantalla de un aparato de televisión.
Personalmente prefiero la lectura. Aquí sí que realmente se ejercita la imaginación. Me gusta, particularmente, emocionarme con lo que me cuentan, percibir que la sensibilidad del escritor coincide con la mía o me despierta numerosas emociones inéditas. Me gusta imaginar a través de la letra, hundirme en la historia que me cuentan hasta perder la noción del yo. Porque avivar nuestros sentidos nunca puede ser usurpado, en los territorios de nuestro consciente y de nuestros inconsciente, por algo que simplemente vemos en un trasto que, a la postre, no pasa de ser un mero electrodoméstico.
Y así imaginamos, a lomos de la ficción y la no ficción, para seguir recuperando algo que es tan eterno como la vida humana: la sed de la emoción, la sed de la aventura intelectual.