Salta

– ¿Me quieres, verdad? –le preguntó.
– Sí, más que a nada en el mundo.
– ¿Confías en mí?
– Por supuesto.
– Entonces salta. Si te digo que puedes volar, puedes.
– Está muy alto, cariño.
– Salta de una vez.
Y saltó. De pronto se sentió ligero. Extendió los brazos, ahuecó las manos y empezó a planear. No era volar exactamente, pero sí le sirvió para aterrizar suavemente en el patio. Ella, subida en la azotea, le miraba asombrada.
– ¡Es fantástico! –le dijo-. Ahora salta tú.
Movió la cabeza, negando. Su cara ya no reflejaba asombro, estaba asustada. Luego se fue corriendo.