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Mes: marzo 2004

Silencios

Silencios

 

Muchas de las cosas que hubiera querido escribir son ahora silencio. Las hay silencio casual. Las hay silencio inmóvil de lo que nunca estoy seguro de haber entendido (o de lo que no sé cómo manejar) y silencio tranquilo de sólo mantener la calma. Hay, y es tan común, silencio neutro de vida ajetreada. Hay silencio de agua para apagar palabras fogosas, y hay silencio que viene del simple y cotidiano olvido. Otras son silencio violento impuesto por las armas a dedos que se amotinan imprudentes sobre el teclado. Tengo silencios de cuarentena para hacer una buena inspección a lo qué quiero decir. Existe silencio de mirar, y silencio de hablar y opinar pero sólo conmigo. Algunos son silencios a lo qué no merece la pena, y esos son alumnos aventajados con bastante idea de lo que sí la merece. Y ya que estamos, hay silencios de admiración, de reverencia, de sorpresa… Pero hay también, por contra, en un grupito marginal y siempre suspendidos, los silencios ofendidos, los orgullosos, y los altivos… Hay, y es el que más lamento, un silencio cansado para almacenar en el borrador o para ni siquiera intentarlo.
Hay, en fin, esos y otros muchos silencios. Entre ellos, por supuesto, el silencio cobarde, el indiferente y el archiconocido que otorga.

Las vacas de Arquímedes

Las vacas de Arquímedes

Os voy a contar la historia de una venganza. Cuenta la leyenda que Arquímedes se enfadó con Apolonio, ya que éste había calculado una aproximación del número pi mejor que la de él. Más aún, había escrito un tratado sobre la multiplicación de números grandes en el que criticaba su trabajo.
La venganza, por supuesto, no tardó en llegar. Arquímedes no conocía los duelos románticos (por haber nacido demasiado pronto), de modo que recurrió a otro sistema, igualmente efectivo. Creó un problema realmente difícil, cuya solución requería el manejo de números enormes (esos cuyo rival decía conocer tan bien), y se lo envió.
Quién sabe cómo reaccionó Apolonio ante tal crueldad. Lo que parece es que Arquímedes también remitió el problema a Eratóstenes, el bibliotecario jefe de Alejandría, y así es como llegó a nosotros.
En realidad todo esto es una leyenda cuyo grado de veracidad se desconoce.
Sólo hay acuerdo en que el origen del problema en cuestión se remonta por lo menos al siglo II a. C. Y también hay acuerdo en que los números que se deben manejar para resolverlo son grandes en serio: la menor solución consta de 206.545 dígitos.
El enunciado completo del problema fue descubierto por Gotthold Ephraim Lessing en la biblioteca de Wolfenbüttel en 1773. Escrito en griego, tenía la forma de versos pareados. Un tanto resumido, es como sigue:

Calcula, oh amigo, el número de la reses del Sol, poniendo tu mente en ello si tienes algo de sabiduría. Calcula la cantidad que una vez pastó en las planicies de Sicilia, dividida según su color en cuatro rebaños: uno blanco, uno negro, uno amarillo y uno moteado. Hubo más toros que vacas, en estas condiciones: 1. Toros blancos = toros amarillos + (1/2 + 1/3) toros negros.
2. Toros negros = toros amarillos + (1/4 + 1/5) toros moteados.
3. Toros moteados = toros amarillos + (1/6 + 1/7) toros blancos.
4. Vacas blancas = (1/3 + 1/4) rebaño negro.
5. Vacas negras = (1/4 + 1/5) rebaño moteado.
6. Vacas moteadas = (1/5 + 1/6) rebaño amarillo.
7. Vaca amarillas = (1/6 + 1/7) rebaño blanco.
Si puedes dar, oh amigo, la cantidad de toros y vacas en cada rebaño, no desconoces el arte de los números. Pero aún no puedes ingresar al grupo de los sabios. Para ello deberás considerar también estas nuevas relaciones entre los toros del Sol: 8. Toros blancos + toros negros = un cuadrado perfecto.
9. Toros moteados + toros amarillos = un número triangular, es decir, de la forma n(n+1)/2, siendo n un entero.
Cuando hayas calculado los totales del rebaño, oh amigo, entonces con justicia proclámate vencedor y marcha orgulloso, pues tu fama brillará en el mundo de la sabiduría.

Dicen que el ciello allá arriba es azul caribe

Dicen que el ciello allá arriba es azul caribe

Supongo que le sucederá a todo el mundo. A mí me pasa de vez en cuando.
Una noche cualquiera, puede ser entre semana o no, simplemente no puedo dormir. Siempre es por algún motivo físico: una cena copiosa, un café a destiempo… Casi nunca es por sufrir alguna preocupación. Tengo la suerte de poder desconectar de los problemas cotidianos fácilmente, a menudo incluso demasiado pronto. Esta vez es por una siesta involuntaria y desmedida.
En estas ocasiones, como supongo que le sucederá a todo el mundo, paso el tiempo dándole vueltas a la cabeza tumbado en la cama, lo cual no es un remedio particularmente eficaz para el insomnio, pero si que puede ser un remedio valioso para otras disfunciones.
Cada vez que paso por una noche de éstas, termino sacando una conclusión, y mi vida da un pequeño, a veces imperceptible para nadie más que para mí, paso adelante. Quizás sea esta una de esas ocasiones, pero no estoy seguro. Empiezo a tener problemas para reaccionar, y eso me preocupa. Debo estar haciéndome viejo. Alguien una vez dijo, sobre la madurez, ‘He estado allí, y he vuelto’.
A veces siento que vivo de prestado, con una cantidad de suerte robada de alguien que quizás la necesite más que yo, que estoy abusando de ella injustamente, y que tendré que restituirla de alguna dolorosa forma.
Una vez leí una definición de ‘crisis’ que me dejó asombrado por su exactitud y sencillez. Decía: ‘Crisis es la situación en la que se ha descubierto el problema, pero aún no se conoce su solución.’
Y para concluir, aunque no sé si tiene algo que ver con el tema que he tratado hoy, un pequeño poema-canción que aparece en un tema de Enya y resurge como banda sonora en un capítulo de ‘Doctor en Alaska’.

El mundo gira y gira
con lo que siempre has conocido.
Dicen que el cielo allá arriba
es azul caribe.
Si lo hombres dijeran cuanto pueden,
si los hombres fueran verdaderos,
yo creería que el cielo allá arriba
es azul caribe.