Navegando por
Mes: abril 2004

Espasmos de vida

Espasmos de vida

 

No sé si a ti te ocurre pero a mí en ocasiones me invade algo similar a una niebla blanca, o ¿será transparente? No sé… es algo que empaña mis ojos y me predispone a percibir con mayor intensidad los colores, como más definidas las formas. Exactamente, igual que si recalcaras con carbón negro una silueta, cómo si de pronto un mundo paralelo al cotidiano se revelase ante ti.
Y es entonces cuando comprendo que voy a vivir uno de esos momentos de extrema felicidad, de hipersensibilidad al entorno, de emoción irracional.
Pues bien he tenido uno de ésos, que a mí me da por llamar ‘espasmos de vida’, hace un rato y me apetecía compartirlo contigo.
Y lo he tenido escuchando una versión electrónica del Adagio para Cuerda de Samuel Barber. Estar vivo, pase lo que pase, es todo un privilegio.

Maziltu

Maziltu

Ayer me regalaron una palabra: Maziltu.
En árabe quiere decir seguir siendo.
Y me he acordado de aquel atardecer. Con el pecho oprimido para no soltar la
esperanza.

Monotonía del mar

Monotonía del mar

¡Y otra vez! Monotonía de las travesías, de las gentes, siempre las mismas: hombres de negocios, viajantes de sus aburrimientos, apacibles mamás, inglesas tiesas, coquetas, cocotas; y en los amontonamientos de la tercera clase, los rebaños de la inmigración, las almas opacas o revueltas de la carne de fatiga, los que van soñando una ilusión de bienestar: Un Brasil, un Uruguay, una Argentina de oro. Monotonía de la inmensidad de agua, que cambia a cada instante, permaneciendo la misma: los colores de los cristales del Océano son ya más oscuros, más brillantes, más transparentes; más siempre es el terno espectáculo de esta divinidad visible y móvil, que llega a fatigar con su aspecto vasto e invariable. Apenas las fiestas del sol cambian, con sus decoraciones inauditas y sus rompimientos de oro y de piedras preciosas, la visión fatigante, y el corazón de la máquina ritma, también monótonamente, el paso del barco sobre las olas; y en ninguna parte como en medio de esta inmensa monotonía se despiertan en el espíritu dos misteriosos dones del alma: El recuerdo y la esperanza.
Un texto de Rubén Darío.

Soledades

Soledades

Si me preguntaran por la soledad uniría asustadizo las manos, entrecortando mis miradas buscaría un vacío de tiempo en el que sentirme seguro.
Hay una soledad necesaria; esa que se busca a sabiendas de que no es del todo real, esa soledad de la que sabemos que podemos salir cuando lo deseemos con sólo una palabra, con sólo un número… Una soledad voluntaria que renace, que purifica a quien la ‘sufre’; no es más que un encierro voluntario entre las paredes de uno mismo, del mundo de cada cual y cerrar tras de nosotros la puerta, pero sin peder la llave de vista… Suele ocurrir en esos momentos en los que tocamos fondo, nos sentimos demasiado perdidos y necesitamos detenerlo todo para reencontrar el camino, para encontrarnos, para no perder la perspectiva del rumbo a seguir… hacia delante, siendo…
Sin embargo, la otra, esa soledad proscrita en la que uno realmente siente no pertenecer a nada ni a nadie, esa de la que hablaba Borges cuando decía ‘estoy solo y no hay nadie en el espejo’, marchita y duele, apaga y sangra. Es de la que hay que huir y de la que hay que intentar salvarse.
El ser humano es sociable por naturaleza, necesita relacionarse para ser feliz, para sentirse seguro. No sobrevive solo. Los demás son siempre punto sde apoyo, ya sea para estar de acuerdo o en desacuerdo. Pensando, ¿qué sentiríamos si un día al despertar notásemos que todo ser humano, excepto nosotros, había desaparecido? Pavor…

Cada

Cada

Cada estación de servicio, cada semáforo, cada mirada evitada, cada sol, cada evasiva respuesta, cada encuesta incompleta, cada sala de espera, cada poema olvidado, cada retrato sin terminar, cada sonrisa guardada, cada punto muerto, cada espejo roto, cada locura sin consumar, cada vez que, por miedo a perdernos en las profundidades, dejamos de bañarnos en todos los ríos, cada espejismo espantado, cada whisky a medias, cada paso para retroceder, cada palabra sin pronunciar, cada latido apagado, cada sonrisa no compartida, cada mañana que no llega, cada minuto interminable en el banco del parque, cada vacío, cada frío sin lluvia, cada lluvia sin ti….

Cada cada es tan sólo el principio de muchos puede…

… y sal, ven, mira… la luna sigue ahí…

¿Por qué llama tanto la atención ‘La Gioconda’?

¿Por qué llama tanto la atención ‘La Gioconda’?

Son los ojos, en combinación con la sonrisa, en combinación con la luz del rostro, o con la expresión tranquila de sus manos, y también el paisaje que sirve de fondo y de contraste…, todo está premeditado para que el espectador se sienta conmovido de una manera especial.
No quisiera parecer demasiado rebuscado al decir que es como si el pintor hubiese querido deliberadamente que se mirase este cuadro, por decirlo así, de forma íntegra, total, sin que el pensamiento intervenga más que para permitir la percepción.
Y de este simple mirar por mirar, sin ninguna intención, es de lo que estamos hablando. El funcionamiento del pensamiento va del pasado al futuro; no puede dejar de hacerlo: el pasado interfiriendo en el presente y proyectándose en el futuro: pensamiento. El ahora es la confluencia del pasado y del futuro: lo que soy lo estoy siendo ahora.
Entonces, ya que en este ‘ahora’ es donde se cuece todo lo que vivimos, entonces habrá que prestarle más atención.

Cosas que no sirven para nada

Cosas que no sirven para nada

 

Me fascinan, más que las que sirven para todo, las cosas que no sirven para nada. Papeles de colores. Pegatinas. Miniaturas en metal de mírame y no me toques. Esos objetos transparentes rellenos de un líquido azul que nunca se mezcla con el agua.
Pero no sólo las que nunca han tenido utilidad alguna: también las que sirvieron y se han estropeado. Pulseras sin cierre, paraguas que no se abren, máquinas de escribir rotas, lápices sin mina. Y cosas sin pila, sin cable, sin cuerda. Se mueven a un ritmo diferente, según el humor del día, algunas ni siquiera se mueven. No les importa no tener una función específica: simplemente están ahí, como los buenos amigos.

Siéntate y estáte callado

Siéntate y estáte callado

‘Siéntate y estáte callado; que te estés callado.’ Es la voz de mi madre.
Una y otra vez. Las maestras de la escuela también lo decían. ¿Por qué los adultos siempre decimos esto? No puedo recordar de ningún niño que se siente en silencio simplemente porque algún adulto se lo diga. Eso explica, entonces, por qué varios ‘siéntate en silencio’ acostumbran a ir seguidos por un ‘SIÉNTATE Y CIERRA LA BOCA’ o por un ‘CIERRA LA BOCA Y SIÉNTATE’. En cierta ocasión, mi madre utilizó ambas versiones y yo, que no he tenido nunca pelos en la lengua, le pregunté solamente qué deseaba que hiciera primero, si sentarme o callarme. Mi madre me echó una mirada…, una de esas que significa que ya sabía que iría a la cárcel si me asesinaba, pero que podía ser preferible a tener que aguantar mis impertinencias. En un momento así, un adulto dirá mordiéndose las palabras y dejándolas escapar de la boca una por una: ‘Quítate-de-mi-vista.’ Cualquier niño que tenga por lo menos medio cerebro se levantará y se marchará. A continuación, el padre podrá sentarse en medio de un silencio absoluto.
De todas maneras, sentarse en silencio puede llegar a convertirse en una acción cargada de fuerza. Una vez alguien se sentó en silencio y encendió la mecha de la dinamita social. Ese día de 1955, una señora de cuarenta y dos años volvía a casa acabada la jornada laboral. Cogió un autobús del transporte público, pagó el billete y se sentó en el primer sitio que encontró vacío. Qué bien ir sentada cuando tienes las piernas cansadas.
Cuando el autobús se llenó de pasajeros, el conductor se dio la vuelta, y le dijo que se levantara y se fuera a la parte de atrás del autobús. Ella siguió sentada. Los pasajeros comenzaron a quejarse, la empujaron, le dieron empellones. Ella se mantuvo sentada. Entonces, el conductor bajó del autobús, llamó a la Policía y éstos vinieron a detenerla para hacerla entrar en la cárcel y en la Historia.
Rosa Parks no era una activista ni una radical. Simplemente era una mujer tranquila, conservadora, que iba a la iglesia, con una preciosa familia y un trabajo decente como costurera. A pesar de su elocuencia de las frases que se han utilizado para explicar el lugar ocupado por ella en el curso de la Historia, no cogió aquel autobús con la intención de causar problemas o tratando de hacer una declaración de principios. En su cabeza sólo estaba regresar a casa, como cualquier otra persona. Se mantuvo aferrada a su asiento por pura dignidad personal. Simplemente Rosa Parks no volvería a ser nunca más una ‘negra’ para nadie. Y todo lo que supe hacer fue sentarse en silencio.

Un dualista infortunado

Un dualista infortunado

Había una vez un dualista que creía que mente y materia son dos sustancias separadas. No pretendía saber con exactitud cómo actuaban recíprocamente.
Era uno de los ‘misterios’ de la vida. Sin embargo, estaba seguro de que eran dos sustancias separadas.
Este dualista llevaba, por desgracia, una vida de insoportable sufrimiento, no por culpa de sus creencias filosóficas, sino por razones muy diferentes.
Además tenía fehacientes evidencias empíricas de que nunca en su vida conocería alivio para sus penas. No ansiaba otra cosa más que morir, pero se detenía ante el suicidios por razones tales como: (1) el deseo de no herir a otros con su muerte, (2) el temor de que el suicidio fuese condenable desde el punto de vista moral, y (3) el temor de que pudiese haber una vida ultraterrenal, en vista de lo cual no deseaba correr el riesgo del castigo eterno. Por todo ello nuestro pobre dualista vivía desesperado.
¡Y entonces se registró el descubrimiento de la droga milagrosa! Su efecto en quien la consumía era aniquilar del todo el alma o la mente, pero preservando el funcionamiento del cuerpo exactamente como antes. No se observaba el más mínimo cambio. El cuerpo seguía actuando como si aún tuviese alma. Ni el amigo más próximo, ni tampoco el observador más atento podrían saber en modo alguno que la persona hubiese tomado la droga, a menos que éste así se lo informase.
¿Cabe creer que tal droga es un imposible, en principio? Suponiendo que la creamos posible, ¿la tomaríamos? ¿Consideraríamos inmoral tomarla? ¿Es equivalente al suicidio? ¿Hay algo en las Escrituras que prohíba el uso de tal droga? Ciertamente el cuerpo de quien la haya consumido seguirá cumpliendo todas sus responsabilidades en la Tierra. Otra pregunta.
Supongamos que nuestro cónyuge tomase la droga y nosotros lo supiésemos.
Sabríamos entonces que él, o ella, no tienen ya alma, pero actúan tal como si la tuvieran. ¿Amaríamos menos a nuestro cónyuge?
Pero volvamos a la historia. ¡Nuestro dualista estaba, sin duda, encantado!
Ahora podía aniquilarse (es decir, aniquilar su alma) de una manera que no era blanco de ninguna de las objeciones ya señaladas. Por primera vez en años fue a acostarse con el corazón lleno de alivio, diciéndose: ‘Mañana por la mañana iré a la farmacia y compraré esa droga. ¡Por fin se acabará mi vida de sufrimiento!’ Con esta idea se durmió apaciblemente.
Ahora bien, en este punto ocurrió algo curioso. Un amigo que estaba enterado de la existencia de la droga y que conocía los sufrimiento del dualista decidió salvarlo de tanto dolor. En mitad de la noche, pues, y mientras el dualista dormía profundamente, el amigo fue con gran sigilo a casa del dualista y le inyectó la droga en las venas. A la mañana siguiente el cuerpo del dualista despertó -sin alma ya- y lo primero que hizo fue ir a la farmacia a comprar la droga. La trajo a casa y antes de tomarla dijo: ‘Voy a liberarme ahora’. La tomó, entonces, y aguardó el plazo durante el cual la droga debía actuar. Transcurrido dicho intervalo, exclamó enojado: ‘¡Vaya, la droga no me hizo el menor efecto! ¡Es obvio que sigo teniendo alma y que sufro tanto como siempre!’ ¿No sugiere este historia que quizá haya algo que no marcha del todo bien en el dualismo?

Por Raymond Smullyan.