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Año: 2006

ISBN to Filemaker

ISBN to Filemaker

Con ISBNtoFM v.1.5 he pretendido facilitar el trabajo a todos aquellos usuarios de Mac OS X que desean organizar su biblioteca personal. Para ello he diseñado un formato de ficha desde Filemaker 7 (archivo ‘Libros.fp7’) donde se muestran las características más distintivas de un libro. En dicho archivo se van guardando nuestras fichas conforme vamos definiéndolas. Con la ayuda de los botones, situados en la parte superior de la ficha, podemos ir rellenando los distintos apartados. Cabe mencionar el botón ‘Rellenar’, con el cual una vez insertado el número ISBN del libro en cuestión y pulsándolo vemos como la ficha se completa de forma automática. La explicación: ISBNtoFM v.1.5 se conecta con la ‘Agencia Española del ISBN’ donde recoge los datos necesarios, razón por la cual es imprescindible tener conexión a Internet e introducir códigos ISBN de libros editados en España. Procura no separar nunca de la misma carpeta la base de datos ‘Libros.fp7’ y la aplicación ‘ISBNtoFM v.1.5’.

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ISBNtoFM v.1.5.0 (Mac OS X Universal)

Pérdidas

Pérdidas

Desde mi punto de vista, la vida es un banquete interminable de pérdidas, y con cada nueva pérdida, te ves obligado a reorganizar los muebles mentales y tirar las cosas que ya no te valen. Luego llega otra pérdida y vuelta a empezar.

Me has estado leyendo el pensamiento. La vida es un pozo lleno de motosierras.

El coeficiente de Pearson

El coeficiente de Pearson

Para ser enteramente sinceros, la verdad es que la Estadística es una ciencia muy útil, necesaria y simpática, pero no muy divertida. En ciertas otras ramas de las Matemáticas se puede encontrar cierto misterio y hasta cierta poesía, de las cuales la Estadística en general carece. La Topología, por ejemplo, nos introduce en un mundo de puentes que se entrecruzan y laberintos que saltan hacia otras dimensiones; el Algebra conserva mucho del misterio de cabalistas judíos y pitagóricos greco-árabes en sus más recónditos vericuetos; hasta el humilde y pedestre Cálculo Infinitesimal, tan poco agraciado estéticamente, tiene en el jardín de las series convergentes el fragante encanto de los números trascendentes inesperados, la sorpresa de encontrarse con p o con la e neperiana en el fondo de una serie que iba de cualquier otra cosa (en apariencia).
Pero dentro de su bien llevada fealdad, de su tosquedad de ciencia fregona la Estadística encierra un elemento que debe reivindicarse como una verdadera joya. Se trata de una variable de las tantas que miden el modo en que una miríada de datos se dispersan alrededor de ciertas tendencias centrales, pero es una variable distinta, una verdadera maravilla. Se la llama coeficiente de Pearson y se la simboliza con la letra griega ro minúscula (?). La definición de la ro de Pearson tiene la fealdad de las fórmulas estadísticas, pero no nos adelantemos; se obtiene, dice la ley, de la siguiente ecuación:


donde Xo es el valor medio de una lista de valores denominados con la letra X; Yo es el valor medio de otra lista Y; X e Y son los valores correspondientes de ambas listas, es decir, los que ocupan el mismo lugar, y que naturalmente van variando según se avanza en ambas listas; los puntos entre expresiones representan multiplicación y la letra griega sigma mayúscula indica que los respectivos valores deben irse sumando de principio a fin de las listas. Todo esto está muy bien, se soluciona en diez minutos con calculadora y en un par de segundos con ordenador, pero… ¿para qué sirve?
Supongamos que X e Y miden valores correspondientes de dos magnitudes cuya relación se desconoce: se calcula ro y se sabe si existe correlación, cuán fuerte es y si es directa o inversa. No sé si se advierte la trascendencia de este indicador mágico: el valor de ro indica si dos tipos de acontecimientos tienen algo que ver entre sí, y en su caso si tienen relación directa, o si se trata de hechos totalmente independientes, sin relación entre sí. En algunos casos el cálculo de ro puede parecer obvio porque ya sabemos cuál es la relación entre dos cosas, pero la gracia es justamente que permite determinar mediante una herramienta matemática concreta la existencia o no de relación antes de que sepamos por otra vía si una cosa es función de la otra.
Si, por ejemplo, cogemos 456 trozos de cable, medimos su longitud y su resistencia eléctrica, y llamando X a la longitud e Y a la correspondiente resistencia calculamos ro, encontraremos que el valor del coeficiente será casi de 1, lo que indica correlación total y directa (-1 indica correlación total pero inversa, como podría darse entre resistencia eléctrica y superficie de la sección del cable, y el 0 denota falta de toda relación son posibles valores intermedios). Por supuesto, esa relación no es novedad para quien sepa las leyes elementales de la electricidad, pero la gracia está en que incluso cien años antes de que naciera Ohm, si alguien hubiera sabido Estadística, podría mediante el cálculo de ro establecer que la resistencia de un cable depende por completo de la longitud del mismo (aunque no sólo de eso). Calculando ro para diversas posibles variables -superficie de la sección, color de la cubierta aislante, tamaño de los zapatos del electricista, cualquier variable que uno pueda imaginar-, su valor nos iría diciendo que algunas cosas sí tienen que ver con la resistencia eléctrica, y otras no.
Todo esto puede parecer bastante superfluo, pero no lo es. Solemos pensar en términos de las ciencias exactas, donde las relaciones de las cosas son bastante claras, y con frecuencia se sospecha la ley que las relaciona entre sí antes de ir a buscar, experimentalmente, una confirmación a esa sospecha. Pero ésa no tiene por qué ser siempre la situación. En ciencias biológicas y sociales ciertas hipótesis de correlación son oscuras, inasibles, y el uso de la ro es vital para poder determinar si verdaderamente dos cosas tienen un vínculo. ¿Depende el grado de éxito en los estudios de EGB del salario sumado de padre y madre? ¿La supervivencia como expectativa de vida a los 40 años tiene relación inversa con a cantidad de cigarrillos fumados por día? ¿El número de horas de sueño permite establecer el número probable de camarones arrastrados por la corriente? No son estas correlaciones tan obvias como la longitud de un cable y su resistencia, e incluso la ro puede determinar vínculos matemáticos mucho antes de que se conozca la ley exacta, porque una de las virtudes de esta mágica piedra de toque es que descubre vínculos escondidos dentro de leyes complejas donde participan muchas variables (su valor será positivo y distinto de O, aunque cuando se utilicen cables de diferentes longitudes y diversas secciones, pese a la doble dependencia).
Estamos acostumbrados a que las relaciones entre cosas sean descubiertas por la intuición y la genialidad de los científicos, y que la ausencia de relación significativa sea también el golpe triunfal con que la Razón derrota a la Superstición. Que dos tablas de valores correspondientes y una sencilla fórmula matemática puedan decirnos lo mismo es algo que desafía nuestro orgullo.
Naturalmente no basta con que exista la correlación para que se pueda establecer de inmediato la correcta relación de causa-efecto: ‘En los pasillos del Registro Civil se ve mucha gente con corbata -decía el epistemólogo Mario Bunge- y de ello no se puede deducir que llevar corbata provoque el casamiento’. Pero desde luego un valor alto de ro indica que algo pasa establecerlo queda, por suerte, para los científicos.
No sé si el propio Pearson era consciente de que estaba fundamentando el edificio entero de la Ciencia. Después de todo lo esencial del pensamiento científico no está en la experimentación, como suele creerse, sino en el establecimiento de relaciones causales entre los fenómenos que se describen. La ro es la única medida objetiva de si algo es una afirmación digna de ser sometida al juicio de la Ciencia o si se trata de una pura tontería, una afirmación sin fundamento.
Karl Pearson nació en Londres en 1857 y murió en la misma ciudad 79 años más tarde, en 1936. Matemático, considerado uno de los padres de la Estadística moderna, también estudió Leyes, trabajó a favor de partidos políticos radicales de la época y escribió dos o tres novelas. Dentro de ese polifacético espectro de intereses, trató de poner un fundamento matemático a ciertos problemas biológicos relacionados con la herencia y la evolución, y en el University College de Londres -del cual fue profesor de Geometría muchos años- conoció a sir Francis Galton, el primero en aplicar la psicometría, es decir, la medición, mediante tests, de la inteligencia y otras variables psicológicas. Fue justamente en el ámbito de la psicometría que Pearson aplicó su coeficiente de correlación, es decir, en un terreno en el que las conjeturas y las suposiciones sin fundamento suelen plagar la investigación. Ahora, gracias a él, la Psicología es una ciencia un poco más exacta, más seria, más científica, aunque ro pueda seguir usándose en todos los ámbitos del conocimiento para distinguir verdades de supercherías.

Cosas absurdas

Cosas absurdas

Hay cosas que intuímos absurdas, cosas que vemos absurdas, cosas que vivimos como absurdas, cosas que comprobamos absurdas, cosas que soportamos aún así. Pasan un día sí y el otro también, pasan a nuestro lado, las vemos pasar. Incluso en algunos momentos les cedemos el paso, apartamos la vista, cerramos con fuerza los puños y nos mordemos la lengua, atando las neuronas y su frenética actividad disparada ante semejantes aberraciones.
Pero poco más…  olvidamos que estamos aquí para dar un paso adelante, para hacer movimientos, para abrir los ojos, agarrar con fuerza lo auténtico, apartar la miseria, contar con nuestra propia opinión, hacerla valer, por nosotros, por los demás… Seguro que en alguna ocasión fuimos víctimas de alguna de esas situaciones, ¿no hubiésemos deseado que alguien hubiera mostrado su apoyo? Porque, aunque parezca que en pequeñas dosis es un movimiento insignificante, es la práctica la que, segundo a segundo, palabra a palabra, va construyendo una realidad de la que somos responsables todos.

¿Valentía? simplemente vivir.

La felicidad no está donde la buscas

La felicidad no está donde la buscas

Nasrudin vio a un hombre desconsoladamente sentado a un costado del camino y le preguntó qué le preocupaba.
-No encuentro interés en la vida, hermano -dijo el hombre-. Mi capital es suficiente como para no tener que trabajar y este viaje lo hago en busca de algo que dé interés a la vida que llevo. Pero, hasta hoy, no lo he hallado.
Sin hablar, Nasrudin tomó la mochila del viajero y salió corriendo como una liebre. El conocimiento que tenía del lugar hizo que tomará ventaja.
La carretera tenía una curva; Narudin cortó distancia a través de varias vueltas y pronto estuvo otra vez en el camino, en el lugar de donde antes había partido. Puso la mochila a un lado del camino, se escondió y esperó a que el otro la recogiera.
El infeliz viajero pronto apareció en las vueltas del sendero, más desconsolado que nunca por la pérdida. Cuando vio su mochila allí, corrió hacia ella gritando de alegría.
-Esta puede ser una forma de conseguir felicidad -dijo Nasrudin.

Joe Hisaishi

Joe Hisaishi

Uno de los aspectos que destaca de manera sobresaliente en las películas de los nipones Hayao Miyazaki y Takeshi Kitano es sin lugar a dudas sus bandas sonoras, las cuales comparten muchos elementos en común, haciendo innegable el hecho de que pertenecen al mismo compositor, Joe Hisaishi.
El reconocimiento musical de Joe Hisaishi da comienzo 1983 con su primera colaboración para Hayao Miyazaki en la película animada ‘Nausicaä del Valle del Viento’ (Kaze No Tani No Naushika) a partir de ese momento se establece una estrecha relación en todas sus posteriores producciones animadas para los Studio Ghibli.
Desde entonces la calidad y cantidad de obras musicales de Joe Hisaishi son soberbias. Sus trabajos son variados en género, desde la más simple melodía a piano, hasta la más complejas composiciones sinfónicas.
En 1992 Hisaishi realizó la música de ‘Escenas Frente al Mar’, tercera producción cinematográfica del multifacético actor, guionista y director japonés Takeshi Kitano, con el cual comenzaría otra duradera relación.

Aunque son notables la diferencias abismales que existen entre las temáticas y estilos de los dos directores mencionados. Por un lado, las obras de Miyazaki suelen ser de naturaleza optimista, narrando bellas historias de fantasía épica, e historias infantiles que invitan a la ensoñación y el despliegue imaginativo. En cambio, las historias de Kitano, nos muestran un submundo plagado de personajes trágicos, inmersos en las más bajas situaciones surgidas de la vida cotidiana del Japón moderno. Sin embargo, Joe Hisaishi, convive con estas dos antagónicas visiones de la vida de estos directores, y satisface sus requerimientos cumpliendo un rol magistral. Su música acompaña cada escena, y se convierte en un elemento clave, y distintivo, dentro de la trama de cada una de sus películas.

Joe Hisaishi cuenta, además, con gran cantidad de álbumes de su propia autoría, realizados a lo largo de su intensa carrera, más allá de las bandas de sonido, y muchas recopilaciones entre las cuales destacan las series Piano Stories y Works, por mencionar algunas.

Destacan, con referencia a las películas dirigidas por Hayao Miyazaki: Nausicaä del Valle del Viento (1984), Castillo en el Cielo (Tenku No Shiro Rapyuta – 1986), Mi Vecino Totoro (Tonari No Totoro – 1988), Kiki (Majo no Takkyuubin – 1989), Porco Rosso (Kurae No Buta – 1992), La Princesa Mononoke (Mononoke Hime – 1997), El Viaje de Chihiro (Sen To Chihiro No Kamukakushi – 2001) y el Castillo ambulante (Hauru no ugoku shiro – 2004).
Con respecto a las dirigidas por Takeshi Kitano: Sonatine (1993), Kids Return (1996), Flores de Fuego ( Hana-bi, 1998), El Verano de Kikujiro ( Kikujiru No Natsu, 1999), Hermano (Brother, 2001) y Dolls (2002).

Algunas melodías en formato MIDI:
La princesa Mononoke, El viaje de Chihiro, El castillo ambulante, El verano de Kikujiro.

Página oficial del compositor:
http://www.joehisaishi.com

Playlist Retrospectiva Joe Hisaishi:
1. Silent Love(Main Theme) -A Scene at the Sea-
2. Hana-Bi -Hana-Bi-
3. Opening Jinsei No Merry-Go-Round -Howl’s Moving Castle-
4. Meet again -Kids Return-
5. Summer -Kikujiro no natsu-
6. One summer day -Spirited Away-
7. The Girl Who Fell from the Sky (Main Theme) -Castle in the Sky-
8. Mad summer -Kikujiro no natsu-
9. Ever Love -Hana-Bi-
10. Brother (Brother) -Joe Hisaishi Meets Kitano Films-
11. Next round -Kids Return-
12. Thank You,… for Everything -Hana-Bi-
13. Mother -Kikujiro no natsu-
14. Summer road -Kikujiro no natsu-
15. Sixth Station -Spirited Away-
16. Princess Mononoke theme song -Princess Mononoke-
17. Porco E Bella ~ Ending -Porco Rosso-
18. Always with me -Spirited Away-
19. Chihiro no Warutsu -Spirited Away-
20. The legend of Ashitaka theme -Princess Mononoke-

La inerte espera

La inerte espera

Ryszard Kapuscinkski ha plasmado, como nadie, el carácter de las gentes de África en su libro ‘Ébano’. Prodigiosa recopilación de crónicas, reportajes y análisis crítico del continente africano desde la más penetrante mirada lúcida de este reportero polaco.
En uno de sus capítulos nos muestra, a modo comparativo, las diferentes percepciones del tiempo que puede tener un africano con respecto a un europeo o viceversa.

Nos subimos al autobús y ocupamos los asientos. En este momento puede producirse una colisión entre dos culturas, un choque, un conflicto. Esto sucederá si el pasajero es un forastero que no conoce Africa. Alguien así empezará a removerse en el asiento, a mirar en todas direcciones y a preguntar: ‘¿Cuándo arrancará el autobús?’ ‘¿Cómo que cuándo?’, le contestará, asombrado, el conductor, ‘cuando se reúna tanta gente que lo llene del todo.’

El europeo y el africano tienen un sentido del tiempo completamente diferente; lo perciben de maneras dispares y sus actitudes también son distintas. Los europeos están convencidos de que el tiempo funciona independientemente del hombre, de que su existencia es objetiva, en cierto modo exterior, que se halla fuera de nosotros y que sus parámetros son medibles y lineales. Según Newton, el tiempo es absoluto: ‘Absoluto, real y matemático, el tiempo transcurre por sí mismo y, gracias a su naturaleza, transcurre uniforme; y no en función de alguna cosa exterior.’ El europeo se siente como su siervo, depende de él, es su súbdito. Para existir y funcionar, tiene que observar todas sus férreas e inexorables leyes, sus encorsetados principios y reglas. Tiene que respetar plazos, fechas, días y horas. Se mueve dentro de los engranajes del tiempo; no puede existir fuera de ellos. Y ellos le imponen su rigor, sus normas y exigencias. Entre el hombre y el tiempo se produce un conflicto insalvable, conflicto que siempre acaba con la derrota del hombre: el tiempo lo aniquila.

Los hombres del lugar, los africanos, perciben el tiempo de manera bien diferente. Para ellos, el tiempo es una categoría mucho más holgada, abierta, elástica y subjetiva. Es el hombre el que influye sobre la horma del tiempo, sobre su ritmo y su transcurso (por supuesto, sólo aquel que obra con el visto bueno de los antepasados y los dioses). El tiempo, incluso, es algo que el hombre puede crear, pues, por ejemplo, la existencia del tiempo se manifiesta a través de los acontecimientos, y el hecho de que un acontecimiento se produzca o no, no depende sino del hombre. Si dos ejércitos no libran batalla, ésta no habrá tenido lugar (es decir, el tiempo habrá dejado de manifestar su presencia, no habrá existido).
El tiempo aparece como consecuencia de nuestros actos y desaparece si lo ignoramos o dejamos de importunarlo. Es una materia que bajo nuestra influencia siempre puede resucitar, pero que se sumirá en estado de hibernación, e incluso en la nada, si no le prestamos nuestra energía. El tiempo es una realidad pasiva y, sobre todo, dependiente del hombre.
Todo lo contrario de la manera de pensar europea.
Traducido a la práctica, eso significa que si vamos a una aldea donde por la tarde debía celebrarse una reunión y allí no hay nadie, no tiene sentido la pregunta: ‘Cuándo se celebrará la reunión?’ La respuesta se conoce de antemano: ‘Cuando acuda la gente.’

De modo que el africano que sube a un autobús nunca pregunta cuándo arrancará, sino que entra, se acomoda en un asiento libre y se sume en el estado en que pasa gran parte de su vida: en el estado de inerte espera.
-¡Esta gente tiene una capacidad extraordinaria de espera! -me dijo en una ocasión un inglés que llevaba mucho tiempo viviendo aquí-. Capacidad, aguante, es un sexto o séptimo sentido!
En alguna parte del mundo fluye y circula una energía misteriosa, la cual, si viene a buscarnos, si nos llena, nos dará la fuerza para poner en marcha el tiempo: entonces algo empezará a ocurrir. Sin embargo, mientras una cosa así no se produzca, hay que esperar; cualquier otro comportamiento será una ilusión o una quijotada.
¿En qué consiste esa inerte espera? Las personas entran en este estado conscientes de lo que va a ocurrir; por lo tanto, intentan elegir el mejor lugar y aposentarse lo más cómodamente posible. A veces unas se tumban, otras se sientan en el suelo o en una piedra, o se ponen en cuclillas. Dejan de hablar. El grupo de personas en estado de inerte espera es mudo. No emite ninguna voz, permanece en silencio. Los músculos se distienden. La silueta se vuelve lacia, se desmaya y encoge. El cuello se queda rígido y la cabeza deja de moverse. La persona no mira, no intenta divisar nada, no se muestra curiosa. A veces tiene los ojos entornados, pero no siempre. Los ojos, por lo general, están abiertos pero con la mirada ausente, sin brizna de vida. Puesto que he pasado horas observando multitudes enteras en estado de inerte espera, puedo afirmar que se sumen en una especie de profundo sueño fisiológico: no comen, no beben, no orinan. No reaccionan a un sol que abrasa sin piedad ni a las moscas, voraces y pesadas, que las asedian y se posan sobre sus labios y párpados.
¿Qué debe de pasar entonces por sus cabezas?
Lo ignoro, no tengo la menor idea. ¿Piensan o no? ¿Sueñan? ¿Recuerdan cosas? ¿Hacen planes? ¿Meditan? ¿Permanecen en el más allá? Difícil de decir.

El extraño caso de la luz que era más rápida que la luz

El extraño caso de la luz que era más rápida que la luz

En ocasiones las apariencias engañan, y en Ciencia puede llegar a crear confusión. Un caso que ilustra lo que acabo de sentenciar ocurrió hace unos años en la Redacción de una revista americana de índole científico con la llegada de una carta donde el lector solicitaba que le solventaran una duda sobre la velocidad de la luz.
Aquella carta planteaba la siguiente cuestión: según las teorías de Einstein, ninguna cosa puede superar la velocidad de la luz en el vacío, y como esa ‘prohibición’ es absoluta resulta imposible diseñar una experiencia simple, que respete todas las leyes generales de la Física, y que sin embargo tenga como resultado que algo se mueva más rápido que la luz. Sin embargo -proseguía el lector- existe una experiencia con muchas dificultades prácticas pero ninguna dificultad teórica que viola esa limitación. Consiste en colocar en la superficie de la Tierra un reflector (como los de los faros marinos o como los que se utilizan en el campo militar para iluminar de noche a un avión atacante) que tenga una gran potencia y que proporcione un haz muy pero muy estrecho, que casi no se disperse al alejarse de su fuente. Esta especialísima lámpara podría estar ubicada sobre la línea del Ecuador, con su rayo apuntando al zenit, es decir alejándose de la Tierra en forma perfectamente vertical.
(Una aclaración antes de seguir adelante. En la época en que el lector planteó el problema era imposible lograr un haz tan estrecho, pero actualmente, con el desarrollo del láser, la experiencia se vuelve prácticamente realizable. De todas maneras basta con que el caso sea teóricamente posible para que la hipótesis de su inventor tenga validez.)
Si la Luna se interpone en el camino de esa luz, como que es tan estrecha y concentrada formaría sobre la superficie de nuestro satélite una mancha luminosa de pequeñas dimensiones, digamos no más que un metro de diámetro. Ahora bien, la Tierra gira sobre su eje a una velocidad de 360 grados sexagesimales cada 24 horas, es decir que ese haz de luz barrería un ángulo de 15° en una hora. Como la Luna está a 384.000 Km de distancia, se vería a la mancha luminosa moverse sobre la superficie lunar a poco más de 100.000 Km/h, una velocidad grande pero muy inferior a la de la luz. Claro que si se supone que el haz no se dispersa ni pierde potencia por el camino, es posible imaginar que, en vez de la Luna, intercepta el paso del haz de luz un astro imaginario mucho más lejano. La Trigonometría indica que si ese planeta estuviera a 4.100 millones de kilómetros (nada del otro mundo, apenas 1/250 añosluz), la mancha de luz se movería sobre su superficie a una velocidad un poco superiora la de la luz.
Desde luego existen dos planetas reales situados a una distancia de la Tierra mayor que la señalada: Neptuno está a cierta altura del año a 4.350 millones de Km y Plutón, en promedio, a unos 6.000 millones.
Aparentemente ese experimento es lógicamente consistente y viola el principio de Einstein. ¿Querrá decir que el sabio se equivocó? ¿Dónde está el fallo en el razonamiento de este lector? Como se dijo al principio, hay que tener un exquisito cuidado con las palabras: Einstein nunca dijo que ninguna cosa podría moverse más rápidamente que la luz, sino que ningún objeto físico, partícula u onda electromagnética podría superar ese límite. Y los objetos físicos, las partículas o las ondas son cosas, pero no todas las cosas. Las sensaciones, por ejemplo, son otro tipo de cosas.
Y el aparente movimiento de la mancha es una sensación: en realidad, cuando el observador detecta ahora una mancha aquí y luego otra mancha, instantes después, más allá, tiene la sensación de que algo se ha movido, pero no hay ningún movimiento real de ondas en esa dirección. Los fotones que conforman la primera mancha no son los mismos que forman la segunda, y por lo tanto las dos manchas son fenómenos totalmente independientes, e interpretar que la mancha se ha movido es un engaño de nuestra vista, no un fenómeno físico real de movimiento.
Para verlo más claro podría simplificarse el problema imaginando uno de esos tableros luminosos constituidos por miles de bombillas eléctricas y en los que pueden leerse la hora y temperatura o noticias del momento. Las bombillas no hacen otra cosa que encenderse y apagarse, con independencia unas de otras, pero el observador tiene la sensación de que las letras se mueven de derecha a izquierda. La velocidad de movimiento de esa imagen depende de un programa con cinta perforada o similar, y en principio no hay razón alguna que impida que las letras ‘avancen’ una columna de bombillas a la velocidad que se quiera. Es más: si se lograra que una letra se encendiera aquí y allá al mismo tiempo, a velocidad de ese movimiento aparente seria infinita (claro está que esa coincidencia perfecta sí que sería imposible de lograr, y además desaparecería la ilusión de movimiento). Pero lo que importa es que la experiencia del haz que alumbra a un lejano planeta es perfectamente lógica, que sin duda la mancha luminosa podría moverse más rápido que lo que indica la Teoría de la Relatividad… sin por eso desmentir a Einstein.