Sumas curiosas
En cada una de estas sumas se usan los dígitos de uno a nuevo una sola vez.

En cada una de estas sumas se usan los dígitos de uno a nuevo una sola vez.
No sé quien soy.
Vengo no sé de donde
y voy no sé a dónde.
Me maravilla verme tan contento.
Angelus Silesius (1624-1677)
Son los ácaros, miles y miles de diminutos ácaros. Ácaros machos, ácaros hembras y ácaros recién nacidos, que se apiñan al lado de las grandes aglomeraciones formadas por los cadáveres momificados de sus viejos tatarabuelos muertos hace mucho tiempo. Algunos hermanos suyos también circulan por la cama, donde han pasado la noche en la tibieza y la comodidad de las sábanas, y ahora -cuando aparece un gran peso por encima de ella- comienzan a estremecerse también durante el día.
Esta situación puede parecer desagradable, pero es bastante normal. Para que estos pequeños animales aparezcan no es preciso utilizar durante varias semanas las mismas sábanas o dejar que el perro se arrastre por donde más le guste, ni siquiera imaginar actividades diversas en habitaciones infestadas de sabandijas. Aunque la habitación esté bien aireada, el suelo esté limpio, y al perro ni siquiera se le permita jugar, los ácaros continuarán estando allí. Los estudios epidemiológicos demuestran que casi el 100
A los ácaros se les ha llamado ‘bolsas con patas’, denominación que constituye una fiel descripción de su aspecto habitual. Tienen un cuerpo desnudo casi en su totalidad; unas cuantas placas sueltas que les sirven de coraza; agujeros para respirar, comer, eliminar y copular, y muchos hirsutos pelillos en toda su superficie, que les ayudan a apreciar sensitivamente qué está ocurriendo a su alrededor. Poseen ocho patas, porque hace 300 millones de años pertenecieron a la misma línea evolutiva que la araña. Desde entonces las arañas han evolucionado hasta convertirse en grandes carnívoros cazadores con muchos ojos, mientras que los ácaros han seguido una senda distinta, y muchos de ellos han acabado como pacíficos seres dedicados a masticar cualquier cosa que caiga de las criaturas de mayor tamaño en cuyo hábitat se refugian.
En una casa estos despojos que constituyen el alimento de los ácaros son principalmente pequeñas escamas de piel humana. Hay muchísimas. Caen cuando una persona se mueve en la cama, y se desprenden mientras ésta se viste. Saltan del cuerpo en grandes cantidades cuando caminamos -decenas de miles de escamas cutáneas por minuto- y el ritmo de caída sólo disminuye cuando nos quedamos absolutamente quietos. Las escamas cutáneas son algo insignificante para el ser humano, que sólo es posible advertir cuando se acumulan formando polvo, pero para los ácaros constituyen un auténtico maná.
Escondidos en la base de las alfombras, estos ácaros se limitan a esperar con la boca hacia arriba que llueva sobre ellos esta perpetua nube de escamas de piel. Para los ácaros que habitan en la cama (unos 150.000 por cada 100 gramos de polvo en un colchón; un total de 2.000.000 en una cama normal de dos plazas) los jirones flotantes de piel son aún más accesibles, ya que éstos atraviesan el tejido de cualquier pijama que utilice una persona o el espacio que hay entre las fibras individuales de las sábanas que cubre el colchón, y van cayendo sobre los ácaros, que no tienen más que esperar su alimento. El calor que se genera en el lecho es muy atractivo para los ácaros, ya que tuvieron su origen en los trópicos; no obstante, también habitan en las alfombras, reduciendo todo su ritmo de actividad para acomodarse a la mayor frialdad del tejido de la alfombra en cuestión.
En estos hábitats tan bien protegidos los ácaros realizan la misma actividad a la que se dedican la mayoría de los animales durante su existencia terrestre. Comen, defecan y -en el momento propicio- copulan. Cada ácaro produce unas veinte bolitas de excrementos al día, que salen de unas válvulas anales especiales. Las bolitas fecales son tan pequeñas que flotan, dan vueltas y viajan por toda la casa, quizá como ascendente ofrenda a los dioses que bondadosamente les permiten mantenerse vivos gracias al alimento que proporcionan las escamas de piel.
Algunos ácaros muertos y momificados son lo bastante huecos y ligeros de peso como para flotar también, formando así otra ofrenda funeraria de estilo egipcio que se une a las bolitas fecales. Sin embargo, existe un punto que diferencia a los ácaros de los antiguos egipcios. No todas las vainas con forma de ácaro que flotan por la casa son momias, algunas consisten en caparazones desechados por los ácaros en crecimiento. Al igual que muchos insectos, estos ácaros que residen en las alfombras y las camas cambian periódicamente de piel; esta piel se seca, se resquebraja, y aparece un nuevo ácaro desnudo.
Aproximadamente medio día después de haber renacido de este modo los nuevos ácaros están en condiciones de emparejarse. Se trata de un proceso delicado. En ciertos casos el macho produce un paquete hermético de esperma, lo deposita sobre una superficie apropiada, y a continuación se marcha. La hembra, que no ha intervenido hasta el momento en dicho proceso, se coloca sobre el paquete, o bien -en el caso de aquellas hembras cuyos orificios genitales estén en su parte superior- se tienden de espaldas sobre él.
No es un sistema habitual en lo que a los insectos se refiere, pero funciona. Se han encontrado familias de ácaros formadas por miles de miembros, viviendo a 5.000 metros de altura en el monte Everest. Otras han sido halladas en la Antártida, en las profundidades del océano Pacífico e incluso -en el caso de una especie de Nueva Guinea- hay algunas que pasan toda su vida, lo cual incluye procesos de emparejamiento con éxito, dentro de las excrecencias musgosas que aparecen en las espaldas de los grandes gorgojos que viven en las selvas húmedas. En comparación con este hábitat, el entorno de las camas y los suelos residenciales no resulta demasiado riguroso para los ácaros.
Fuente: Los secretos de una casa, de David Bodanis