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Año: 2006

Ácaros

Ácaros

Son los ácaros, miles y miles de diminutos ácaros. Ácaros machos, ácaros hembras y ácaros recién nacidos, que se apiñan al lado de las grandes aglomeraciones formadas por los cadáveres momificados de sus viejos tatarabuelos muertos hace mucho tiempo. Algunos hermanos suyos también circulan por la cama, donde han pasado la noche en la tibieza y la comodidad de las sábanas, y ahora -cuando aparece un gran peso por encima de ella- comienzan a estremecerse también durante el día.
Esta situación puede parecer desagradable, pero es bastante normal. Para que estos pequeños animales aparezcan no es preciso utilizar durante varias semanas las mismas sábanas o dejar que el perro se arrastre por donde más le guste, ni siquiera imaginar actividades diversas en habitaciones infestadas de sabandijas. Aunque la habitación esté bien aireada, el suelo esté limpio, y al perro ni siquiera se le permita jugar, los ácaros continuarán estando allí. Los estudios epidemiológicos demuestran que casi el 100 A los ácaros se les ha llamado ‘bolsas con patas’, denominación que constituye una fiel descripción de su aspecto habitual. Tienen un cuerpo desnudo casi en su totalidad; unas cuantas placas sueltas que les sirven de coraza; agujeros para respirar, comer, eliminar y copular, y muchos hirsutos pelillos en toda su superficie, que les ayudan a apreciar sensitivamente qué está ocurriendo a su alrededor. Poseen ocho patas, porque hace 300 millones de años pertenecieron a la misma línea evolutiva que la araña. Desde entonces las arañas han evolucionado hasta convertirse en grandes carnívoros cazadores con muchos ojos, mientras que los ácaros han seguido una senda distinta, y muchos de ellos han acabado como pacíficos seres dedicados a masticar cualquier cosa que caiga de las criaturas de mayor tamaño en cuyo hábitat se refugian.
En una casa estos despojos que constituyen el alimento de los ácaros son principalmente pequeñas escamas de piel humana. Hay muchísimas. Caen cuando una persona se mueve en la cama, y se desprenden mientras ésta se viste. Saltan del cuerpo en grandes cantidades cuando caminamos -decenas de miles de escamas cutáneas por minuto- y el ritmo de caída sólo disminuye cuando nos quedamos absolutamente quietos. Las escamas cutáneas son algo insignificante para el ser humano, que sólo es posible advertir cuando se acumulan formando polvo, pero para los ácaros constituyen un auténtico maná.
Escondidos en la base de las alfombras, estos ácaros se limitan a esperar con la boca hacia arriba que llueva sobre ellos esta perpetua nube de escamas de piel. Para los ácaros que habitan en la cama (unos 150.000 por cada 100 gramos de polvo en un colchón; un total de 2.000.000 en una cama normal de dos plazas) los jirones flotantes de piel son aún más accesibles, ya que éstos atraviesan el tejido de cualquier pijama que utilice una persona o el espacio que hay entre las fibras individuales de las sábanas que cubre el colchón, y van cayendo sobre los ácaros, que no tienen más que esperar su alimento. El calor que se genera en el lecho es muy atractivo para los ácaros, ya que tuvieron su origen en los trópicos; no obstante, también habitan en las alfombras, reduciendo todo su ritmo de actividad para acomodarse a la mayor frialdad del tejido de la alfombra en cuestión.
En estos hábitats tan bien protegidos los ácaros realizan la misma actividad a la que se dedican la mayoría de los animales durante su existencia terrestre. Comen, defecan y -en el momento propicio- copulan. Cada ácaro produce unas veinte bolitas de excrementos al día, que salen de unas válvulas anales especiales. Las bolitas fecales son tan pequeñas que flotan, dan vueltas y viajan por toda la casa, quizá como ascendente ofrenda a los dioses que bondadosamente les permiten mantenerse vivos gracias al alimento que proporcionan las escamas de piel.
Algunos ácaros muertos y momificados son lo bastante huecos y ligeros de peso como para flotar también, formando así otra ofrenda funeraria de estilo egipcio que se une a las bolitas fecales. Sin embargo, existe un punto que diferencia a los ácaros de los antiguos egipcios. No todas las vainas con forma de ácaro que flotan por la casa son momias, algunas consisten en caparazones desechados por los ácaros en crecimiento. Al igual que muchos insectos, estos ácaros que residen en las alfombras y las camas cambian periódicamente de piel; esta piel se seca, se resquebraja, y aparece un nuevo ácaro desnudo.
Aproximadamente medio día después de haber renacido de este modo los nuevos ácaros están en condiciones de emparejarse. Se trata de un proceso delicado. En ciertos casos el macho produce un paquete hermético de esperma, lo deposita sobre una superficie apropiada, y a continuación se marcha. La hembra, que no ha intervenido hasta el momento en dicho proceso, se coloca sobre el paquete, o bien -en el caso de aquellas hembras cuyos orificios genitales estén en su parte superior- se tienden de espaldas sobre él.
No es un sistema habitual en lo que a los insectos se refiere, pero funciona. Se han encontrado familias de ácaros formadas por miles de miembros, viviendo a 5.000 metros de altura en el monte Everest. Otras han sido halladas en la Antártida, en las profundidades del océano Pacífico e incluso -en el caso de una especie de Nueva Guinea- hay algunas que pasan toda su vida, lo cual incluye procesos de emparejamiento con éxito, dentro de las excrecencias musgosas que aparecen en las espaldas de los grandes gorgojos que viven en las selvas húmedas. En comparación con este hábitat, el entorno de las camas y los suelos residenciales no resulta demasiado riguroso para los ácaros.

Fuente: Los secretos de una casa, de David Bodanis

Consejos para un aspirante a escritor

Consejos para un aspirante a escritor

C. Nafarrete nos apunta algunas recomendaciones para escribir correctamente:

-Lo primero es conoser la hortografia.
-Cuide la concordancia, el cual son necesaria para que Ud. no caigan en aquellos errores.
-Y nunca empiece con una conjunción.
-Evite las repeticiones, evitando así repetir y repetir lo que ya ha repetido repetidamente.
-Use; correctamente. Los signos: de, puntuación.
-Trate de ser claro; no use hieráticos, herméticos o errabundos gongorismos que puedan jibarizar las mejores ideas.
-Imaginando, creando, planificando, un escritor no debe aparecer equivocándose, abusando de los gerundios.
-Correcto para ser en la construcción, caer evite en trasposiciones.
-Tome el toro por las astas y no caiga en lugares comunes.
-Si Ud. parla y escribe en castellano, OK.
-¡Voto al chápiro!… creo a pies juntillas que deben evitarse las antiguallas.
-Si algún lugar es inadecuado en la frase para poner colgado un verbo, el final de un párrafo lo es.
-!Por amor del cielo!, no abuse de las exclamaciones.
-Pone cuidado en las conjugaciones cuando escribáis.
-Aunque le de desgana chapar un mataburros, no use lunfardismos.
-Cuide que un verbo no quede, por cualquier razón: por sentido o por sintaxis, o porque le sobra papel o porque le da la gana, alejado del predicado.
-!No sea estúpido!… no use epítetos en sus escritos.
-Si sus escritos carecen de valor por contener contradicciones, pueden resultar de gran merito.
-Use correctamente (siempre que pueda (por ejemplo en los relatos (especial mente si son cortos))), los paréntesis.
-Escriba siempre con esperanza y con optimismo, aun frente a este mundo podrido que pronto estallará en el último holocausto nuclear.
-No esconda la cabeza como un avestruz; emplee sus cuatro sentidos y ponga oído de lince cuando transcriba algo que escuchó.
-No deje que sus neuronas piramidales, influenciadas por los estímulos del sistema límbico, le dicten tecnicismos.
-¿No le parece? ¿No es lo correcto? ¿No resulta mejor dejar de lado los interrogantes?
-No se muestre dudoso en ninguna materia; aunque quizás la inseguridad sea signo de sabiduría… o de incapacidad… yo no sé.
-Yo siempre lo digo, yo lo aconsejo y yo lo practico en todo lo que escribo: evítese en los posible la primera persona.

Beatriz y Julián

Beatriz y Julián

Julián caminaba. Llovía. Hacía viento. Su rostro no podía decirse que fuese igual al del resto de la gente con la que se cruzaba por la acera. No era más feo que cualquiera, ni tampoco más guapo. Era de esos rostros que pasan desapercibidos. Rostro de gente con la que te puedes cruzar todo el día por la calle y pensar que es la primera vez que lo ves. y pensar que nunca le has visto, ni tan siquiera pensar en ese rostro, ni tan siquiera reparar en el.

Julián es feliz.

Beatriz volaba. Bajo el sol. Sobre las nubes. Su rostro vibraba ante la quietud del rostro del resto de la gente que puede volar y vuela por el cielo. No era más guapa que cualquiera, ni tampoco más fea. Era de esos rostros que te hacen dar la vuelta cuando se cruzan frente a ti, haciéndote preguntar -«¿por que me he dado la vuelta?, ¿que ha sido lo que he visto?». Te hacen temblar cuando los ves pasar por segunda vez mientras piensas que esta vez descubrirás el secreto de su belleza oculta y manifiesta.

Beatriz es feliz.

Beatriz conoció a Julián y le enseñó a volar, y tanto le amaba que quiso hacerse como el, hacerse un caminante. Julián conoció a Beatriz y le enseñó a caminar, y tanto la amaba que quiso hacerse como ella, una voladora. Vivieron en un nido, luego en una cabaña, y después cada uno en su hogar. Separados, lejos. Y nunca volvieron a compartir nada mas. Como en todas las historias de juegos de amar.

Julián ahora solo sabe volar, pero no se atreve porque el hacerlo le recuerda a Beatriz. Beatriz ahora camina, pero no se atreve porque el hacerlo le recuerda a Julián.

Por eso permanecen quietos, a la espera de conocer a alguien que les enseñe a moverse y que quiera aprender a estar quieto.

Mecánica cuántica

Mecánica cuántica

Hubo una época en que los periódicos decían que sólo doce hombres comprendían la teoría de la relatividad. No creo ni que existiera una época así. Podría haber existido una época en que tan sólo un hombre comprendiera dicha teoría, antes de publicarla, porque fuera el único que había caído en la cuenta de que las cosas podían ser así. Pero, después de que los demás leyeran su publicación, muchas personas comprendieron, de una forma o de otra, la teoría de la relatividad. Seguramente fueron más de doce. Por otra parte, creo que puedo afirmar sin riesgo de equivocarme que nadie comprende la mecánica cuántica.

Richard Feynman (1918-1988)
Cómo me convertí en un estúpido

Cómo me convertí en un estúpido

Hace cosa de dos años y medio leí la novela ‘Cómo me convertí en un estúpido’ de Martin Page. La escuché comentar en el programa de radio que por aquel entonces conducía Iñaki Gabilondo y al cabo de poco me la compré. Realmente su lectura es deliciosa y altamente recomendable… en ocasiones me recuerda a La conjura de los necios de John Kennedy Toole, otra de mis favoritas.
Todo esto viene a colación porque compruebo gratamente que la novela de Page se está convirtiendo en un clásico dentro del mundillo nerd… ya viene referenciada en interesantes bitácoras como Curioso pero inútil.
Os dejo con un pasaje de la novela para vuestro disfrute personal.

Caminaron por las pequeñas avenidas del parque, por los céspedes, contemplando los árboles y los pájaros. La temperatura era suave, el aire tenía una tonalidad clara y casi rutilante. Nunca había habido un mes de septiembre tan agradable. Septiembre ignoraba ingenuamente el otoño que estaba al caer, se mantenía arrogante, invulnerable, quemaba las últimas fuerzas del verano como si fuesen infinitas.
-Ah -dijo la muchacha espontáneamente-, me llamo Clémence.
-Mucho gusto -contestó Antoine con tono jovial-. Yo me llamo Antoine.
-Encantada de conocerte -contestó ella estrechándole la mano; luego, tras unos segundos de silencio, prosiguió-: ahora, Antoine, enlacemos con el momento en que me decías que yo era fantástica.
-Decía que eras severa.
-Eres muy injusto. ¿Tú no juzgas a nadie?
-Lo intento, pero es difícil.
-Mi teoría es que se puede comprender y juzgar.
Juzgamos sólo para defendernos, porque ¿quién intenta comprendemos? ¿Quién comprende a los que intentan comprender?
-Decía Lacenaire que los únicos que pueden juzgar son los condenados:
-Vale, pues entonces somos los condenados -dijo Clémence abriendo los brazos-. Toda la vida he estado condenada, desde niña me han juzgado pronunciando sentencias silenciosas. Es bonito lo que digo, ¿no?
-¿Por ejemplo?
-Por ejemplo, todo. Toda la sociedad es un juicio contra mi. El trabajo, los estudios, la música moderna, el dinero, la política, el deporte, la televisión, las modelos, los periódicos, los coches. Ese es un buen ejemplo, los coches. No puedo ir en bicicleta, caminar por donde me da la gana, disfrutar de la ciudad: los coches condenan mi libertad. Apestan, son peligrosos…
-Estoy de acuerdo. Los coches son una calamidad.
Compraron un palo de algodón. Mordisqueándolo, arrancándole volutas rosa, lo devoraron rápidamente, pringándose los dedos y los labios.
-Otra cosa -dijo Clémence-. En mi opinión, bueno, aparte de todo el asunto de las clases sociales, la gran división del mundo se produce entre quienes iban a los guateques y quienes no iban. Y esa división de la humanidad, que viene del colegio, se mantiene ya toda la vida, aunque sea de otras maneras.
-A mí no me invitaban a los guateques.
-A mí tampoco. Les daba miedo, porque yo decía lo que pensaba, y tenía bastante mala opinión de mis compañeros. Odiaba a casi todo el mundo. Era estupendo. En cambio, ahora, como se han dado cuenta de lo fantásticos que somos, les gustaría invitarnos a las fiestas de adultos, y fingir que no ha pasado nada, como si todo estuviera olvidado. Pero no, no iremos.
-O, si vamos, sólo para tomar pastelitos y botellas de Orangina.
-Y aporrearle la cabeza a toda esa gente con bates de béisbol -dijo Clémence remedando el gesto.
-Y los remataremos con palos de golf, que queda más elegante.
-¡Eso, con clase, con estilo!
Y así hablando, hablando, abandonaron el parque. Caminaban muy juntos, Clémence brincaba, cogía flores y perseguía a los pájaros dando palmas. Tenía más o menos la edad de Antoine; a ratos estaba muy seria y, al poco, se la veía distendida y desenfadada. Su personalidad se hallaba en constante cambio. Con aire cándido, exclamó abriendo los brazos:
-A ver por qué no vamos a poder criticar ni opinar que la gente es gilipollas o retrasada mental, so pretexto de que estamos amargados y de que nos dan envidia… Todo el mundo se comporta como si fuésemos todos iguales, como si fuésemos todos ricos, educados, poderosos, blancos, jóvenes, guapos, varoniles, felices, como si todos tuviésemos buena salud, cochazos… Pero no es así. Así que tengo derecho a chillar, a estar de mal humor, a no sonreír todo el tiempo como una tonta, a opinar cuando veo cosas anormales e injustas, e incluso a insultar a cierta gente. Es mi derecho a rabiar.
-Ya, pero.. todo eso cansa. Quizá hay cosas mejores que hacer, ¿no?
-Tienes razón -concedió Clémence-. Es una idiotez derrochar energías con cosas que no merecen la pena. Más vale reservar fuerzas para divertirse.
-Y pasearse por la orilla.
-Pasearse por la orilla. Eso es de una canción, ¿no?
Clémence se puso a cantar una vaga melodía. Caminaban por la calle entre la multitud de trabajadores y parados, de estudiantes, ancianos y niños. Las tiendas, las panaderías, los bancos no eran suficientes para vaciar las calles de esos abigarrados corpúsculos que son los seres humanos en el aparato circulatorio de la ciudad. Pasó un coche delante de ellos tocando la bocina. Se detuvo diez metros más allá en un semáforo. Clémence cogió a Antoine del brazo.
-Cierra los ojos -le pidió-. Tengo una sorpresa para ti.
Antoine cerró los ojos. Un viento ligero y cálido alborotó los cabellos de los dos jóvenes. Clémence guió a Antoine tirándole del brazo; lo condujo hasta el centro de la calle. A unos cien metros, se acercaba un coche negro hacia ellos.
-Bueno, ya puedes abrir las ojos.
-Viene un coche, Clémence -observó tranquilamente Antoine.
-Me has prometido que confiarías en mí.
-No, yo no te he prometido nada.
-Ah, se me ha olvidado pedírtelo. Bueno, pues confía en mí, ¿vale?
-Clémence, el coche…
-Jura que confías en mí y deja ya de lloriquear, pedazo de gallina. No tienes que moverte, es muy importante. Júralo.
-Está bien, te lo juro. No me moveré, no… me moveré.
El coche estaba ya a sólo unos treinta metros y tocaba desaforadamente la bocina para que tos dos jóvenes se apartasen. Antoine y Clémence seguían sin moverse. Algunos transeúntes se habían parado a mirarlos. En el penúltimo instante, Clémence tiró a Antoine del brazo y cayeron en la acera. El coche negro pasó gruñendo avieso y enseñando los dientes.
-Te he salvado la vida -dijo Clémence-. ¡Soy tu heroína! -Se incorporó y ayudó a Antoine a incorporarse-. Eso quiere decir que estamos unidos para toda la vida. A partir de ahora somos responsables el uno del otro. Como los chinos.
-Creo que por hoy he tenido suficientes emociones.
-¿O sea que sólo puedes soportar un número limitado de emociones?
-Exacto, si no, para mí es una sobredosis. No me digas que las sobredosis de emociones son geniales, porque yo no estoy acostumbrado.
Hambrientos por una vida tan azarosa, Clémence y Antoine decidieron ir a comer al Gudmundsdottir con As, Rodolphe, Ganja, Charlotte y la amiga de ésta. Pero, como quedaban unas horas antes del mediodía, decidieron jugar a fantasmas. Clémence le explicó a Antoine en qué consistía el juego: tenían que comportarse como fantasmas, examinar detalladamente a la gente sentada en las terrazas, pasearse por las calles y las tiendas bulliciosas, ulular, callejear aprovechando su invisibilidad, comportarse como si hubiesen desaparecido a los ojos del resto del mundo. Agitando sus cadenas y alzando los brazos de modo terrorífico, Clémence y Antoine comenzaron a aparecerse por la ciudad.

Dimensiones

Dimensiones

Es conveniente recordar que nosotros (seres tridimensionales) nunca tocamos o vemos un cuerpo sólido; sólo vemos la superficie y tocamos la superficie. Si quitamos la superficie que vimos o tocamos primero, llegamos a otra superficie, y así sucesivamente.

Charles H. Hinton

Ovillos

Ovillos

Mientras devano la memoria
forma un ovillo la nostalgia

si la nostalgia desovillo
se irá ovillando la esperanza

siempre es el mismo hilo.

Mario Benedetti

La ubicación del infierno

La ubicación del infierno

Para los negros de Benín, el infierno estaba en el mar: desde el mar arribaron a Benín los navíos de los negreros que los capturaban y vendían como esclavos.

‘Dictionnaire de la conversation et de la lecture’ (1873)

Cien

Cien

Cien señales, cien mañanas, cien palabras una tras otra, como hormigas, cien esperanzas, cien sueños como islas, cien momentos contigo, cien recuerdos, cien miradas, cien susurros, y caricias, cien espacios sin ti, cien luces, cien amaneceres, cien sonrisas, cien abrazos con beso y otros cien sin el, cien canciones, cien versos, cien botellas lanzadas al mar, unas veces con respuesta, otras sin ella, cien rincones, cien piedras de colores, cien pensamientos, cien anotaciones, … cien besos para ti.