De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación.
Vio a la multitud, y pensó en las olas que se movían a través de ella, rompiéndose en una blanca espuma que la tragaba completamente. Las pequeñas figuras captaban débilmente los bordes de las olas como paradojas, enigmas, y oían el tictaquear del tiempo sin saber lo que sentían, y se aferraban a sus ilusiones lineales de pasado y futuro, de progresión, desde la apertura de sus nacimientos hasta la inevitabilidad de sus muertes. Las palabras se aferraron a su garganta. Siguió adelante. Y pensó en Markham y en su madre y en toda aquella incontable gente, sin soltar nunca sus esperanzas, y en su extraño sentido humano, su última ilusión, de que no importaba el cómo los días avanzaran a través de ellos: siempre quedaba el pulsar de la cosas por venir, la sensación de que incluso ahora aún quedaba tiempo.
– Gregory Benford, fragmento de su novela Cronopaisaje.
En realidad se trata de un grupo vasco-francés que canta en euskera y que, además de seis instrumentistas, lleva un octeto vocal musical para arroparles.
Tocaron a su puerta. Llovía y había estado contemplando el paisaje de gotas sobre le vidrio de la ventana. La vecina de enfrente bajaba la persiana intimidada por sus ojos al otro lado de la calle. Apagó el cigarrillo y se acercó a la puerta preguntando quien es. No contestaron, pero insistieron con los golpes. Él abrió. Eran tres, avanzaron casi llevándolo por delante, cerraron la puerta y lo rodearon mientras se miraban asintiendo con un gesto.
– ¿Qué quieren?- No estaba asustado, pero la inquietud le arrebató la pregunta con un tono agresivo.
Dos de ellos se acomodaron en el sillón, el living era pequeño y poco iluminado. El tercero se mantenía de pie a su lado, sonrió levemente y contestó:
– Hemos venido a traerle el Universo.
Él los miró y soltó una carcajada. Ellos no hicieron caso y le explicaron que el portador anterior había muerto y él había sido elegido. No contestaron ninguna de sus preguntas y se retiraron sin más.
Seguía lloviendo, encendió un cigarrillo y volvió a la ventana. La vecina de enfrente se desnudaba sensualmente mirándolo a los ojos y con un gesto que lo invitaba a cruzar la calle.
Aprovecho este video que envía Peter Kater a todos sus fans para compartirlo con tod@s vosotr@s. La flauta supongo que es de R. Carlos Nakai, un indio de pura cepa con el cual Kater ha compuesto dentro de la más pura improvisación magníficos trabajos como Migration y Honarable Sky.