The Dory · Edward Hopper (1882-1967)

Edward Hopper (1882-1967) pintó The Dory en 1929, una obra que captura la esencia de su estilo maduro y refleja el contexto histórico de una América entre guerras, marcada por la incertidumbre previa al crack de la bolsa ese mismo año. Este óleo sobre lienzo, de 91.4 x 121.9 cm, se encuentra en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) y es un ejemplo notable de su fascinación por la soledad, el paisaje costero y la introspección humana.
En 1929, Hopper pasaba los veranos en Cape Cod, Massachusetts, un lugar que influyó profundamente en su obra. The Dory retrata un bote de remos varado en la playa, con dos figuras humanas apenas esbozadas, posiblemente pescadores, en un entorno austero de dunas y mar. El contexto histórico es clave: Estados Unidos vivía los últimos estertores de los «felices años veinte», una era de prosperidad aparente que ocultaba tensiones sociales y económicas. Hopper, siempre atento a lo que yace bajo la superficie, no celebra la opulencia, sino que se fija en lo cotidiano y lo olvidado, como este bote de trabajo, símbolo de una vida dura y silenciosa.
Las influencias de Hopper en The Dory son palpables. Su formación con Robert Henri y la Ashcan School le dio un gusto por lo realista, pero su paleta sobria y su luz dramática recuerdan a los paisajes melancólicos de Winslow Homer, otro pintor estadounidense obsesionado con el mar. Sin embargo, Hopper se desmarca por su minimalismo: la composición es casi geométrica, con líneas horizontales que dividen el cielo, el mar y la tierra, creando una sensación de quietud inquietante.
Las características de la obra destacan por su ambigüedad emocional. La luz del mediodía, fría y clara, no ofrece consuelo; las figuras humanas, diminutas y anónimas, parecen perdidas en un vasto paisaje. Esto refleja la alienación que Hopper exploraba en obras como Nighthawks (1942), pero aquí el aislamiento es rural, no urbano. La pincelada es precisa, casi fotográfica, y los colores —azules apagados, ocres, grises— refuerzan la atmósfera de desolación.
La repercusión de The Dory no fue inmediata, pero con el tiempo se reconoció como un preludio a la Gran Depresión, una obra que intuye el fin de una era. Críticos posteriores, como Gail Levin, han destacado cómo Hopper usa el paisaje para hablar de la psique americana. Hoy, The Dory sigue siendo un recordatorio de su genialidad para transformar lo ordinario en un espejo de lo humano.