Nido de acero

Nido de acero

La alarma resonó en la base, un aullido metálico que helaba la sangre.
—¡Esto está claro! ¡Ya es demasiado peligroso estar aquí! ¡Entremos en los tanques! —gritó el comandante, mientras el cielo se teñía de gris con nubes de ceniza.
Corrí hacia el blindado. El aire era espeso, cargado de polvo y atravesado por un zumbido extraño, casi orgánico. Dentro, el panel de control brillaba con luz artificial, pero algo vibró bajo mis pies. No era mecánico. Era… vivo.
Los monitores parpadearon. Ya no mostraban el desierto enemigo, sino un océano de criaturas pulsantes que emergían del subsuelo, abriéndose paso entre las capas de tierra como si la realidad misma estuviera desgarrándose.
El tanque no era un refugio.
Era su nido.
Y nosotros, la presa que habían estado esperando.

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