El Castillo de Himeji

El Castillo de Himeji

El Castillo de Himeji, erguido en la prefectura de Hyōgo como una imponente fortaleza blanca que evoca la silueta de una garza en vuelo, representa el pináculo de la arquitectura defensiva japonesa del período feudal, con sus orígenes remontándose a 1346 durante la era Nanbokuchō. Bajo el mando de Akamatsu Sadanori, se inició como una modesta fortificación en el monte Himeyama para proteger la llanura de Harima, en un contexto de guerras civiles donde clanes como los Akamatsu, Yamana y Kuroda competían por el control territorial en la región de Chūgoku. Esta estructura inicial, lejos de ser un castillo completo, evolucionó en el siglo XVI bajo Kuroda Yoshitaka, quien la reforzó contra amenazas locales como el clan Kodera, integrando la topografía montañosa para crear un bastión estratégico en el camino San’yōdō, vital para el comercio y las campañas militares.
La transformación decisiva ocurrió en 1580, cuando Toyotomi Hideyoshi, bajo órdenes de Oda Nobunaga, reconstruyó el deteriorado sitio como un kyojō o residencia daimyō, erigiendo una torre principal de tres plantas y murallas de piedra en apenas once meses, empleando técnicas de mampostería en boga para bases resistentes. Este esfuerzo no solo consolidó el poder de Hideyoshi en Harima tras batallas contra los Mōri, sino que simbolizó la unificación de Japón en la era Azuchi-Momoyama, donde el castillo funcionaba como centro administrativo de un jōkamachi o ciudad feudal, gestionando tributos en koku y reflejando la jerarquía social de samuráis y campesinos. Tras la batalla de Sekigahara en 1600, Ikeda Terumasa, leal a Tokugawa Ieyasu, expandió el complejo entre 1601 y 1609 con 40.000 trabajadores, creando un laberinto defensivo de 1,07 km² dividido en kuruwa interiores, medios y exteriores, con fosos, pozos suikuruwa y depósitos koshikuruwa para autosuficiencia en asedios.


En su apogeo durante el temprano período Edo (1603-1868), bajo clanes fudai como Honda y Sakai, el castillo administraba dominios de hasta 520.000 koku, encarnando la estabilidad del shogunato Tokugawa al evitar conflictos directos —conocido como Fusen no shiro por su invulnerabilidad—. Su valor arquitectónico radica en el estilo renritsushiki, con una daitenshu de seis pisos y 31,5 metros de altura, conectada a tres kotenshu mediante watariyagura, todo sostenido por pilares de ciprés japonés de 95 cm de diámetro y 24,6 metros, unidos sin clavos para flexibilidad antisísmica. Las murallas, recubiertas de shiroshikkui —un mortero blanco de cal y yeso resistente al fuego y arcabuces—, incorporan orificios triangulares para flechas, rectangulares para cañones y ocultos para lanzar piedras, formando un camino en espiral zigzag inspirado en Fushimi-Momoyama que desorientaba invasores con puertas estrechas como Ho no mon, forrada en hierro.


Este diseño técnico, que equilibraba peso con techos irimoyazukuri y gabletes karahafu para vigilancia óptima, significó un avance en ingeniería defensiva, protegiendo no solo contra ataques sino contra terremotos, como demostró su supervivencia intacta. En el Bakumatsu de 1868, durante la batalla de Toba-Fushimi, evitó la destrucción gracias a negociaciones locales, pasando a era Meiji como sitio militar hasta 1945, cuando bombas aliadas fallaron en incendiarlo. Restauraciones modernas, como la de Shōwa (1934-1964) con refuerzos de hormigón y reemplazo de pilares por cipreses de Tsukechi, y la de Heisei (2009-2014) con repintado de tejas por 2.800 millones de yenes, han preservado su integridad, culminando en su designación como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1993 por su genio creativo y representación histórica. Hoy, en 2025, atrae millones de visitantes anuales, destacando su rol perdurable como emblema de resiliencia japonesa, donde cada piedra y viga interconecta siglos de innovación militar y cultural.

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