La cartografía del Paraíso Perdido

John Milton, en su obra maestra Paraíso Perdido (1667), realizó una transformación audaz al convertir a Satanás, una figura marginal en la narrativa bíblica, en un héroe épico cargado de ambivalencia moral. Este Satanás, lejos de ser un simple villano, emerge como un personaje complejo, tejido con matices que desafían las expectativas teológicas de la época. Para lograrlo, Milton recurrió a un arsenal de técnicas y temas extraídos de la tradición clásica y renacentista: la épica de Virgilio en la Eneida, los relatos mitológicos de Ovidio en Las Metamorfosis, y la estructura visionaria de Dante en La Divina Comedia. Con estas influencias, Milton no solo reimaginó un universo bíblico, sino que lo expandió hasta convertirlo en un escenario monumental, considerado por muchos como el ápice de la poesía inglesa.
Este cosmos poético no se limitó a las páginas del poema; también despertó el interés de quienes buscaron darle forma tangible. Entre ellos destaca William Fairfield Warren, un erudito singular y primer presidente de la Universidad de Boston, quien en 1915 publicó El Universo tal como se Representa en El Paraíso Perdido de Milton. Warren, conocido previamente por ubicar el Edén en el Polo Norte, abordó el universo de Milton con un enfoque casi cartográfico, diseccionando sus reinos —del Edén al Infierno— con una minuciosidad obsesiva. Su análisis, nutrido por referencias a textos esotéricos como el misticismo zoroastriano y el Rig Veda, intentaba reconciliar las descripciones celestes de Milton, incluso cuando encontraba contradicciones, como el número variable de esferas celestiales. Para Warren, la décima esfera, «silenciosa» por su naturaleza inmaterial, resolvía estas tensiones con una lógica poética.
No fue el único en este empeño. Otros, como David Masson y John Andrew Himes, también trazaron mapas del caos, la noche y el cielo empíreo, reflejando un anhelo colectivo por visualizar el mundo miltoniano. Este impulso trasciende lo académico: artistas como John Martin trasladaron estas visiones a lienzos románticos, imbuidos de un espíritu revolucionario que reinterpretaba el republicanismo de Milton. Así, Paraíso Perdido se convirtió en un lienzo tanto literal como metafórico.
Más allá de estas representaciones, la obra exige una lectura ética. Warren condenaba a los «intérpretes miopes» que, al reducir el poema a marcos limitados, desvirtuaban su esencia y guiaban mal a otros, como «ciegos liderando ciegos». Esta crítica cobra una ironía especial: Milton, ciego al componer su epopeya, creó un universo que requiere una visión profunda y precisa. Para honrar su legado, debemos leer con cuidado, respetando la complejidad de su imaginación y la riqueza de su ambición poética.