Donde brota la traición
Llegaron deprisa, cuatro jinetes al trote firme, antes de que el sol tocara el horizonte. Sus capas, oscuras como la noche, ondeaban entre el polvo del camino. El pueblo, en silencio, los observaba tras las ventanas entreabiertas, conteniendo el aliento.
Buscaban al traidor, decían, aquel que había vendido los secretos del valle.
Las puertas se cerraron con sigilo. Los susurros se apagaron como velas al viento. Pero los jinetes no preguntaron.
Se detuvieron en la plaza, desmontaron sin decir palabra y señalaron la iglesia. El cura, pálido y tembloroso, salió con las manos vacías.
—Aquí no hay nadie —juró, la voz quebrada por el miedo.
Entonces, el líder sonrió. Alzó su espada, la hundió en el suelo… y del polvo seco brotó un mapa, dibujado con sangre viva. Cada línea, cada símbolo, conducía a un solo destino.
El cura.
El traidor había sido hallado.