La lectura es imaginar

La lectura es imaginar

Está claro que la mayoría de nosotros utilizamos la tele para relajarnos y acomodarnos, porque la tele nos sirve a la carta, frente a la confortabilidad de nuestros sillones, las imágenes de cualquier rincón perdido de la Tierra.
Decía Jean Renoir que el problema es que la televisión amalgama y convierte en papilla informe la realidad, la ficción, lo fundamental, lo secundario, el divertimento y la reflexión. En parte tiene razón, la televisión nos sirve en bandeja mucha imaginación. No obstante, es una imaginación prefabricada, no elaborada, en la que el televidente apenas toma partido. La imaginación se ha de ejercitar, sino ¿qué sentido tiene crear, idear? La pregunta tiene una respuesta contundente: imaginamos con los sentidos, con todos los sentidos, no sólo con la vista. Nos gusta tocar, oler, saborear y escuchar el viento de la vida, de la vida real, no de la vida filtrada a través de una cámara y servida en bandeja en la fría pantalla de un aparato de televisión.
Personalmente prefiero la lectura. Aquí sí que realmente se ejercita la imaginación. Me gusta, particularmente, emocionarme con lo que me cuentan, percibir que la sensibilidad del escritor coincide con la mía o me despierta numerosas emociones inéditas. Me gusta imaginar a través de la letra, hundirme en la historia que me cuentan hasta perder la noción del yo. Porque avivar nuestros sentidos nunca puede ser usurpado, en los territorios de nuestro consciente y de nuestros inconsciente, por algo que simplemente vemos en un trasto que, a la postre, no pasa de ser un mero electrodoméstico.
Y así imaginamos, a lomos de la ficción y la no ficción, para seguir recuperando algo que es tan eterno como la vida humana: la sed de la emoción, la sed de la aventura intelectual.

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