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Categoría: Ciencia

Fórmula para crear un Universo

Fórmula para crear un Universo

Bill Bryson, en su interesante libro de divulgación científica ‘Una breve historia de todo’, nos brinda una curiosa forma de crear un Universo.

Un protón es una parte infinitesimal de un átomo, que es en sí mismo, por supuesto, una cosa insustancial. Los protones son tan pequeños que una pizquita de tinta, como el punto de esta ‘i’, puede contener unos 500.000 millones de ellos, o bastante más del número de segundos necesarios para completar medio millón de años. Así que los protones son extraordinariamente microscópicos, por decir algo.

Ahora, imagínate, si puedes -y no puedes, claro-, que aprietas uno de esos protones hasta reducirlo a una milmillonésima parte de su tamaño normal en un espacio tan pequeño que un protón pareciese enorme a su lado. Introduce después, en ese minúsculo espacio, 30 gramos de materia. Muy bien. Ya estás en condiciones de poner un universo en marcha.

Simplicus y el árbol

Simplicus y el árbol

Quien más quien menos, en alguna ocasión, ha tenido pensamientos solipsistas. Es una sensación extraña que transforma nuestra forma de percibir la realidad para convertirla en algo confusa e irreal. Sólo cuenta nuestra conciencia como única y válida, lo demás es mero fruto de la mecánica de nuestro pensamiento.
Imagina por un momento que tus cinco sentidos quedan anulados, es decir, no podrías ni ver, ni oír, ni oler, ni tendrías sensación de tacto, ni de peso, etc. Como si flotarás en el espacio intergaláctico. Sólo contaría tu pensamiento como único contacto con la existencia. Sería el solipsismo total.
Esto me lleva a pensar que son los sentidos los que nos mantiene en alerta sobre otras realidades externas. Sin embargo, somos nosotros, individualmente, los que procesamos y conformamos estas realidades a nuestro antojo, sino pregúntaselo a Simplicus.

Simplicus y el árbol por Raymond Smullyan

SIMPLICUS: Estoy disfrutando de este árbol.
PRIMER FILÓSOFO: No, no estás disfrutando de este árbol, sino de la luz de este árbol. No es el árbol lo que estimula tus órganos visuales, sino su luz reflejada. Por tanto, estás disfrutando de la luz del árbol.
SEGUNDO FILÓSOFO: No, no, no es la luz de lo que está disfrutando, sino la imagen que la luz forma en su retina.
TERCER FILÓSOFO: ¡Eso es fisiología superficial! La imagen de la retina no podría afectarle si sus nervios ópticos estuvieran muertos, y sus nervios ópticos no son más que una parte de su sistema nervioso y neurológico. Por tanto, en realidad está disfrutando de las actividades de su sistema nervioso y neurológico.
CUARTO FILÓSOFO: Creo que es engañoso decir que está disfrutando de esta actividad fisiológica; yo diría en cambio que su placer ante el árbol es la actividad fisiológica.
CARTESIANO: ¡Estáis todos equivocados! El proceso fisiológico no es más que el complemento material de un proceso mental o espiritual interior; es de esta actividad espiritual del alma de lo que está disfrutando.
IDEALISTA: Sólo que la demostración de lo que tú llamas complemento material de su proceso mental, como ya he justificado, no es concluyente. No creo en la existencia de este ‘árbol’. La forma correcta de formular la frase sería, por tanto, que la mente o el alma de Simplicus está disfrutando de su idea del árbol.
MÍSTICO IDEALISTA: Niego la existencia de las mentes individuales. ¡No existe la mente de Simplicus ni nada que se le parezca! Sólo hay una mente universal llamada alma mundial, conciencia cósmica Dios, el Absoluto, o lo que sea, y es esta mente universal o absoluta la que está disfrutando del árbol, que existe como idea.
MÍSTICO REALISTA: El punto de vista de mi amigo el místico idealista es aproximadamente el polo opuesto al mío, y sin embargo, se acerca al mío -en el sentido de identidad abstracta o isomorfismo- más que ninguno de los que se han expresado hasta ahora.
Parto de la premisa de que la realidad es puramente material. Lo único que existe es el universo material, que para ciertos fines puede descomponerse en partículas materiales y sus movimientos. El placer que Simplicus siente al contemplar el árbol es en realidad un suceso o un conjunto de sucesos en el sistema nervioso del cuerpo de Simplicus. Este punto de vista, aunque correcto, me parece incompleto. Simplicus no es un sistema físico cerrado.
Cuando Simplicus tiene un pensamiento, las partículas de su cerebro se mueven no sólo respecto de sí mismas, sino también respecto de cada partícula de la totalidad del universo. Así pues, yo considero los pensamientos de Simplicus una actividad del universo en total. De esta manera, en vez de decir que Simplicus está disfrutando del árbol, yo diría que es todo el universo físico el que está disfrutando del árbol.
PRIMER POSITIVISTA LÓGICO: Me pregunto si de verdad existe diferencia de contenido entre las opiniones del místico idealista y del místico realista, o si se diferencian sólo en terminología. ¿Cómo puedo saber si cuando el primero dice material y el segundo mental, o el primero universo físico y el segundo mente universal, sencillamente están empleando palabras diferentes que denotan lo mismo?
SEGUNDO POSITIVISTA LÓGICO: Dudo que esta pregunta en si misma tenga ningún contenido cognoscible. ¿Cómo se puede verificar si se refieren a cosas distintas?
FÍSICO: Este tipo de pregunta se sale de mi terreno. Me gustaría volver al punto de vista del místico realista. Evidentemente este punto de vista me interesa en tanto que utiliza la terminología científica. Sin embargo, tiene un punto débil que raya en lo ridículo. Estoy conforme con que traduzca la frase ‘Simplicus disfruta del árbol’ a ‘El universo disfruta del árbol’.
Ahora supongamos que cualquier otro -digamos, Complicus- pasa por aquí y dice que disfruta del árbol. El místico vuelve a traducir la frase ‘Complicus disfruta del árbol’ a ‘El universo disfruta del árbol’. Así que cuando el místico realista dice ‘El universo disfruta del árbol’, ¿cómo podemos saber si es Simplicus, Complicus o cualquier otro -o un perro, pongamos por caso- quien está disfrutando del árbol?
MÍSTICO REALISTA: Me gustaría señalar en primer lugar que de profesión también soy físico. Naturalmente, cuando me dedico a la física o me ocupo de mis actividades cotidianas, utilizo la terminología más específica y descriptiva ‘Simplicus está disfrutando del árbol’, o ‘Complicus está disfrutando del árbol’, en lugar de ‘El universo está disfrutando del árbol’. El hecho de que considere el placer de Simplicus y el placer de Complicus como casos especiales del placer del universo, no significa que los considere hechos idénticos. Así que por supuesto, cuando es necesario concretar (lo que ocurre casi todo el tiempo) soy concreto. Pero para otros fines -que pueden llamarse espirituales, místicos o religiosos- creo que es mas provechoso considerar estos sucesos particulares como una actividad del universo en su conjunto.
TEÓLOGO CRISTIANO: Ya que has sacado la palabra religión, ¿puedo preguntar si sinceramente crees que es posible incluir en tu concepción materialista del mundo las ideas fundamentales de la religión como Dios, alma, voluntad divina, premio y castigo? Si lo único que existe es la materia, ¿qué sentido tiene que mi alma sea inmortal, y cómo puedo esperar el castigo o temer el premio?
PSIQUIATRA: Creo que quieres decir temer el castigo y esperar el premio.

MÍSTICO REALISTA (divertido): Claro que puedo integrar todas esas ideas en mi concepción materialista del mundo. Por Dios entiendo todo el universo.
Utilizo las palabras alma o mente con mucha frecuencia. No soy dualista en tanto que no considero el alma una sustancia, como la materia. En cambio, el alma es para mi una combinación de recuerdos y disposiciones. Si tengo una buena grabación de una composición musical y el disco se cae y se rompe, no es ninguna tragedia, suponiendo que puedo conseguir otra copia. Lo que importa en un determinado disco no son sus átomos concretos, sino el patrón que se ha impreso en ellos. Este patrón es lo que bien podríamos llamar alma del disco -su propensión a reencarnar la idea musical. De igual forma, el alma de un hombre se compone de sus recuerdos y sus tendencias conductuales.
En este sentido, parece perfectamente natural considerar que el universo tiene un alma, que es el patrón. Si prefieres que utilice la palabra Dios para referirme a este alma o patrón, no me importa. Al fin y al cabo, supongamos que por arte de magia todos los átomos del universo fueran reemplazados por una partícula idéntica o, si esto carece de significación empírica, supongamos que todas las principales partículas del universo se reorganizaran radicalmente, pero finalizaran en un patrón idéntico al actual. Yo no diría que el universo había experimentado ningún cambio significativo; seguiría teniendo el mismo patrón o alma. Sin embargo, difiero del idealista o del dualista que conciba el alma como una sustancia, a menos que (¿es posible?) consienta en llamar sustancia a un patrón. En ese caso, nuestra diferencia no es metafísica en absoluto, sino puramente terminológica. Esto me sugiere las siguientes ideas acerca del dualismo versus monismo.
Puedo entender la distinción entre un determinado cuerpo y su patrón si existe al menos otro cuerpo con el mismo patrón. Pero dado que sólo hay un universo, es difícil comprender la diferencia entre el universo y su patrón.
Esto significaría que podemos distinguir la mente de un hombre del cuerpo de un hombre, o la mente de un perro del cuerpo de un perro, pero en el caso límite de Dios, el cuerpo de Dios probablemente coincide con la mente de Dios. Dicho en lenguaje matemático, la materia y la mente pueden ser localmente diferentes, pero globalmente iguales.
Antes de pasar a la segunda pregunta del teólogo, quiero señalar que siempre me ha parecido sumamente curioso que muchos científicos -incluso los informáticos- no tengan ningún problema para utilizar términos como pensamiento, propósito, premio y castigo tanto para las personas como para los ordenadores, pero rechacen totalmente la idea de aplicar esos llamados términos antropomórficos al universo en conjunto. ¡Claro que el universo es en su mayoría inorgánico, pero también lo es un ordenador! Me temo que este es un triste reflejo del continuo egocentrismo de la humanidad. Descartes creía que las personas piensan, pero los perros no. (¡Aunque su perro pensaba de otra manera!) La gente que hoy cree que las personas piensan, cree que los perros también piensan. Con respecto a las plantas, hay dudas, pero al llegar a la materia inorgánica, la mayoría traza una barrera. Como si hubiera una especie de jerarquía social-piedras, plantas, perros, personas. Decimos que las piedras están muertas o son inertes. Claro que las piedras están muertas en el sentido estrictamente biológico. En cambio, la palabra inerte es confusa, considerando la vida increíblemente rica y las actividades de su estructura molecular interna. Pero el rechazar la aplicación de términos antropomórficos a la globalidad del universo, cuya estructura es tan vasta y compleja en comparación con la de cualquier persona u ordenador -de hecho incluye a todas las personas y ordenadores- rechazar esta terminología para el universo como un todo, me parece totalmente injustificable. No, con toda seguridad tengo absolutamente el mismo derecho a aplicar términos como pensamiento, sentimiento y planificación al universo en conjunto que a entidades que no son más que partes del universo. Que los tontos conciban estos términos como exclusivamente operativos. Mi llamado misticismo no consiste en dar ningún significado metafísico a esta terminología, sino exclusivamente en las respuestas emocionales que esta terminología tiende a generar. En cualquier caso, dentro de esta terminología evidentemente tiene sentido considerar que el universo tiene una finalidad, o que nos premia o nos castiga por nuestras acciones. Por ejemplo, yo diría que el universo castiga a un bebé -por su bien- si pone la mano en el fuego.
En lo que se refiere a la vida después de la muerte, no tengo una opinión definitiva. En principio no existe ninguna razón a priori por la cual después de mi muerte corporal los recuerdos de mi vida no puedan permanecer en el universo e incluso terminar en una reencarnación, y en principio podría ser posible que en ese momento se me premiara o castigara mi comportamiento actual. Pero todo esto no son más que especulaciones.
Hay un aspecto de la religión -al menos de la religión occidental- que el teólogo no ha mencionado, y que podría ser más difícil de incorporar a un marco puramente materialista. Se trata de la idea de que Dios creó el universo. Para ello, tendría que retirar mi anterior afirmación y quizá la mente de Dios coincida con el cuerpo de Dios. Si se me permite distinguir el universo concreto de su forma o patrón abstracto, entonces puedo decir que el patrón del universo existió como posibilidad lógica antes que el universo, o mejor aún, que existe completamente fuera del tiempo. Así, la creación del universo por Dios puede significar la encarnación concreta de este patrón. Es posible que esta visión no esté muy lejos del significado de la frase ‘Al principio fue la palabra’.
TEÓLOGO CRISTIANO: ¿De verdad crees que toda religión debe encuadrarse en un marco puramente materialista?
MÍSTICO REALISTA: ¡No, en absoluto! Me da exactamente igual que la religión se encuadre en un marco materialista o puramente idealista o dualista.
Ninguno me parece preferible. Personalmente, pienso en términos materialistas, aunque no soy nominalista, ya que mi ontología incluye de hecho entidades abstractas como formas y modelos. Lo que quiero decir no es que la religión deba expresarse en términos materialistas, sino que puede expresarse en términos materialistas. Lo que reivindico es que el meollo de la religión-esa parte de la religión de principal significación ética y psicológica-es totalmente independiente de cualquier argumento metafísico.
PRIMER EPISTEMÓLOGO: ¡Basta ya de teología! Vayamos a la práctica. ¿Cómo puede saber Simplicus que está disfrutando del árbol?
SEGUNDO EPISTEMÓLOGO: Simplicus no ha dicho que supiera que estaba disfrutando del árbol, sino sólo que estaba disfrutando del árbol.
PRIMER EPISTEMÓLOGO: ¿Pero sabe Simplicus si está disfrutando del árbol?
SEGUNDO EPISTEMÓLOGO: No lo sé.
PRIMER EPISTEMÓLOGO: ¿Cómo sabes que no lo sabes?
SEGUNDO EPISTEMÓLOGO: No lo sé.
PRIMER EPISTEMÓLOGO: ¿Entonces cómo puedo saber que Simplicus sabe que está disfrutando del árbol? Por lo que sé, puede que no sepa que está disfrutando del árbol.
RABINO: ¡Está bien, puede que no sepa que está disfrutando del árbol!
PRIMER MEANY: ¡En realidad no creo que Simplicus esté disfrutando del árbol!
SEGUNDO MEANY: ¡Exactamente! El mismo hecho de que lo diga demuestra que no.
TERCER MEANY: Claro, si de verdad estuviera disfrutando del árbol, no tendría por qué decírnoslo. Cuando alguien verdaderamente disfruta de algo, no necesita proclamarlo a los cuatro vientos. Cuando Simplicus dice ‘Estoy disfrutando de este árbol’, yo creo que este caballero está protestando.
MORALISTA: No, no, es obvio que Simplicus está disfrutando del árbol -no hay más que verle la cara. La cuestión es si tiene derecho a disfrutar del árbol.
SEGUNDO MORALISTA: ¡Exactamente! Con todo el hambre, la miseria y la injusticia social que hay en el mundo, ¿qué demonios hace aquí Simplicus sentado bajo este árbol, cuando tendría que estar ayudando a estas causas?
MAESTRO ZEN: Toda esta metafísica, teología, epistemología y ética es sin lugar a duda interesante, pero ¿cree alguno de vosotros haber captado el más mínimo rayo de luz del significado de la afirmación original de Simplicus?
Cuando Simplicus dice ‘Estoy disfrutando de este árbol’ no quiere decir ni más ni menos que Simplicus está disfrutando del árbol. Todos vosotros habéis partido de la suposición tácita, aunque totalmente injustificada, de que esta afirmación expresa una relación entre un sujeto y un objeto. Todos han estado discutiendo quién ha hecho qué a quién, es decir, qué era lo que era disfrutado y quién era en realidad el que disfrutaba. ¿No podéis aceptar el hecho de que Simplicus disfrute del árbol como un hecho no analizable? Toda frase pierde su significado cuando se traduce. Esta frase, ‘Simplicus está disfrutando del árbol’, significa sencillamente que Simplicus está disfrutando del árbol.
DISCIPULO ZEN: ¡Mi maestro tiene razón! La verdad es simplemente que no hay ningún Simplicus que disfrute, ni ningún árbol del que disfrute Simplicus.
En realidad, sólo existe el hecho no analizable de que Simplicus está disfrutando del árbol. Este hecho no es una relación, sino un acontecimiento en el gran vacío.
MAESTRO ZEN (dándole un cachete al principiante): ¡Simple! Tú que estás ‘iluminado’ lo sabes todo acerca de la verdad, la realidad, y el gran vacío ¿no? Y te corresponde a ti iluminar a todos estos ‘ignorantes’ con tu nueva sabiduría…
DISCIPULO ZEN: Pero maestro, ¿cómo si no puedo conseguir que esta gente comprenda la esencia de la afirmación de Simplicus?
MAESTRO ZEN (sacudiéndole de nuevo): ¡Callándote la boca! Maldita sea, ¿cuántas veces tengo que decirte que no hay ninguna esencia que comprender?
Si estas personas no son capaces de comprender perfectamente la afirmación ‘Estoy disfrutando de este árbol’, quizá unos cuantos azotes con este bastón sirvan para iluminarlas.
SEGUNDO MAESTRO ZEN: Yo creo que habría que azotar a todos los que están aquí, independientemente de que comprendan la afirmación de Simplicus o no.
TERCER MAESTRO ZEN: Aún más, yo creo que habría que dar un no-azote con un no-bastón a todos los que están aquí.
MORALISTA (muy alarmado): ¡Esta conversación psicótica ha ido demasiado lejos! Como no cese inmediatamente, y quiero decir inmediatamente, me enfadaré mucho, y cuando me enfado, me vuelvo muy desagradable.
SIMPLICUS: ¡Pero el árbol es precioso! ¿Por qué no iba a disfrutar de él?

Meany= Término tomado de la película ‘Yellow Submarine’ de los Beatles, en la que a los malos se les llamaba ‘blue meanies’.

Un dualista infortunado

Un dualista infortunado

Había una vez un dualista que creía que mente y materia son dos sustancias separadas. No pretendía saber con exactitud cómo actuaban recíprocamente.
Era uno de los ‘misterios’ de la vida. Sin embargo, estaba seguro de que eran dos sustancias separadas.
Este dualista llevaba, por desgracia, una vida de insoportable sufrimiento, no por culpa de sus creencias filosóficas, sino por razones muy diferentes.
Además tenía fehacientes evidencias empíricas de que nunca en su vida conocería alivio para sus penas. No ansiaba otra cosa más que morir, pero se detenía ante el suicidios por razones tales como: (1) el deseo de no herir a otros con su muerte, (2) el temor de que el suicidio fuese condenable desde el punto de vista moral, y (3) el temor de que pudiese haber una vida ultraterrenal, en vista de lo cual no deseaba correr el riesgo del castigo eterno. Por todo ello nuestro pobre dualista vivía desesperado.
¡Y entonces se registró el descubrimiento de la droga milagrosa! Su efecto en quien la consumía era aniquilar del todo el alma o la mente, pero preservando el funcionamiento del cuerpo exactamente como antes. No se observaba el más mínimo cambio. El cuerpo seguía actuando como si aún tuviese alma. Ni el amigo más próximo, ni tampoco el observador más atento podrían saber en modo alguno que la persona hubiese tomado la droga, a menos que éste así se lo informase.
¿Cabe creer que tal droga es un imposible, en principio? Suponiendo que la creamos posible, ¿la tomaríamos? ¿Consideraríamos inmoral tomarla? ¿Es equivalente al suicidio? ¿Hay algo en las Escrituras que prohíba el uso de tal droga? Ciertamente el cuerpo de quien la haya consumido seguirá cumpliendo todas sus responsabilidades en la Tierra. Otra pregunta.
Supongamos que nuestro cónyuge tomase la droga y nosotros lo supiésemos.
Sabríamos entonces que él, o ella, no tienen ya alma, pero actúan tal como si la tuvieran. ¿Amaríamos menos a nuestro cónyuge?
Pero volvamos a la historia. ¡Nuestro dualista estaba, sin duda, encantado!
Ahora podía aniquilarse (es decir, aniquilar su alma) de una manera que no era blanco de ninguna de las objeciones ya señaladas. Por primera vez en años fue a acostarse con el corazón lleno de alivio, diciéndose: ‘Mañana por la mañana iré a la farmacia y compraré esa droga. ¡Por fin se acabará mi vida de sufrimiento!’ Con esta idea se durmió apaciblemente.
Ahora bien, en este punto ocurrió algo curioso. Un amigo que estaba enterado de la existencia de la droga y que conocía los sufrimiento del dualista decidió salvarlo de tanto dolor. En mitad de la noche, pues, y mientras el dualista dormía profundamente, el amigo fue con gran sigilo a casa del dualista y le inyectó la droga en las venas. A la mañana siguiente el cuerpo del dualista despertó -sin alma ya- y lo primero que hizo fue ir a la farmacia a comprar la droga. La trajo a casa y antes de tomarla dijo: ‘Voy a liberarme ahora’. La tomó, entonces, y aguardó el plazo durante el cual la droga debía actuar. Transcurrido dicho intervalo, exclamó enojado: ‘¡Vaya, la droga no me hizo el menor efecto! ¡Es obvio que sigo teniendo alma y que sufro tanto como siempre!’ ¿No sugiere este historia que quizá haya algo que no marcha del todo bien en el dualismo?

Por Raymond Smullyan.

Memes

Memes

El gen, la molécula de ADN es la entidad de replicación que prevalece en nuestro propio planeta. Quizá existan otras. Si las hay, y siempre que se llenen ciertas condiciones, tenderán, en forma casi inevitable, a convertirse en la base del proceso evolutivo.
¿Pero acaso debemos trasladarnos a mundos lejanos para encontrar otras clases de replicadores y en consecuencia otros tipos de evolución? Creemos que en este mismo planeta nuestro ha surgido recientemente una clase nueva de replicador y que está frente a nuestros ojos. Está en vuestra infancia aún, flotando torpemente en su caldo primitivo, pero produce cambios evolutivos que dejan ya rezagados a una gran distancia a los pobres genes.
El nuevo caldo es el de la cultura humana. Necesitamos un nombre para el nuevo replicador, un nombre que exprese la idea de una unidad de transmisión cultural, o una unidad de imitación. ‘Mimeme’ tiene una raíz griega apropiada, pero necesitamos un término más corto que suene un poco como ‘gen’. Espero que nuestros amigos los clasicistas nos perdonen por haber abreviado mimeme para convertirlo en ‘meme’. Como justificativo, podríamos considerarlo como relacionado con ‘memoria’, o bien con la palabra francesa même. La pronunciación aproximada sería tal como suena, ‘meme’.
Son ejemplos de memes las melodía, las ideas, las frases hechas, las modas en el vestido, formas de hacer vasijas o de construir arcadas. Así como los genes se propagan en un grupo saltando de un cuerpo a otro por la vía de la esperma o los óvulos, los memes se propagan en su grupo saltando de un cerebro a otro mediante un proceso que en un sentido amplio podría llamarse imitación. Cuando un científico se entera a través de la palabra o bien de la lectura, de una buena idea, la trasmite a sus colegas y alumnos. La menciona en artículos y clases. Si la idea arraiga, podemos afirmar que se propaga, al difundirse de un cerebro a otro. Como lo resume con gran aptitud N. K. Humphrey: ‘… podríamos considerar los memes como estructuras vivas, no sólo en el sentido metafórico sino en el técnico. Cuando plantamos un meme fértil en la mente de otro, literalmente le introducimos un elemento parásito y lo transformamos en un vehículo para la propagación de dicho meme, ni más ni menos como el virus que parasita el mecanismo genético de una célula receptora. Y no son estas simples palabras. El meme correspondiente a, digamos, ‘creencia en la vida más allá de la muerte’, alcanza realidad desde el punto de vista físico, por cierto, millones de veces, como una estructura en el sistema nervioso de todos los hombre si en todo el mundo.

Los conceptos y la idea de memes están tomados de Richard Dawkins.

¿Por qué nos morimos?

¿Por qué nos morimos?

¿Por qué nos morimos? Por supuesto, cada uno se muere de alguna cosa distinta -del corazón, de una cirrosis regada con vino malo, de una maceta que cayó del piso 17º-; pero, ¿por qué, aparentemente, nos morimos todos?
¿Por casualidad, por envidia de los dioses, porque el organismo se gasta o porque los genes tienen programada su autodestrucción? La pregunta, que algunos creyeron destinada a la metafísica, es hoy objeto de múltiples enfoques por la ciencia.
En uno de los números de la revista Discover se pasa lista a algunos de los que, según los investigadores de este arduo tema, son los más sospechosos; tal lista es, en apariencia, tan delirante, que resulta de lo más variado.
Los sospechosos son:
-La pituitaria: La glándula pituitaria produce una hormona asesina desde la pubertad de cada hombre o mujer. Con el tiempo, esta hormona se acumula, bloque la acción de la hormona tiroidea, entorpece el metabolismo y lleva al envejecimiento y la muerte.
-Las valencias libres. Existen en el organismo moléculas inestables, con un solo electrón en su capa externa. Estas moléculas van robando electrones de las moléculas normales y provocando reacciones en cadena que lentamente llevan al envejecimiento y la muerte.
-Las mutaciones: A lo largo de la vida se producen mutaciones en algunos genes importantes, incluyendo los que condicionan la capacidad de una célula para reparar su propio código genético. Así se llega al envejecimiento y la muerte.
-La incapacidad de dividirse: Las células humanas tendrían una limitada capacidad de dividirse: aproximadamente, cincuenta veces. Esta limitación estaría programada para todo individuo de la especie: cumplidas estas divisiones, las células y los tejidos que ellas forman entran en la vía de la muerte.
-Los relojes descompuestos: El organismo viviente está formado por una cantidad de ‘relojes’, todos marchando a ritmos diferentes pero combinados.
Esta armonía no puede ser eterna: cuando uno se adelanta o atrasa, afecta a los otros y al final se descompone todo el sistema.

Pregunta a Desmond Morris

Pregunta a Desmond Morris

-ENTREVISTADOR. ¿Cree usted en Dios?

-DESMOND MORRIS. No sé qué significa eso, salvo que es perro dicho al revés (juego de palabras entre God, Dios, y dog, perro) ¿Usted cree en Perro? Si no sabes si crees en Perro, tampoco puedes saber si crees en Dios.

La apuesta de Pascal

La apuesta de Pascal

Puede que este reflejo de la naturaleza de Dios no esté del todo alejado de los problemas que plantea la apuesta de Pascal. Pascal dice que es mejor creer en Dios que no creer, porque si Dios no existiera y uno creyera que existe, las consecuencias que sufriría serían insignificantes si se comparan con las consecuencias infinitas que sufriría si Dios sí existiera y creyera que no. (¡No creer en un Dios que existe supone una condenación eterna, el castigo sería infinito!) Por tanto (razona Pascal), desde un punto de vista objetivo de pura probabilidad, lo racional es creer en Dios.
Ahora bien, si fuera cierto que creer en Dios aumentara lo más mínimo la probabilidad de salvarse, entonces estaría de acuerdo en que lo mejor es creer en Dios. Pero ¿por qué iba a ser cierta esta presunción? ¡Yo creo que ningún Dios que fuera tan perverso como para condenar un alma eternamente merece la fe de nadie!

La velocidad del tiempo

La velocidad del tiempo

 

Donde hay mucha gente el tiempo pasa más rápido. Para empezar, en el espacio vacío el tiempo no pasa, se queda quieto. Si introducimos allí una partícula de materia (una hormiga, un electrón, un alfiler), el tiempo empezará a moverse. Porque cada trozo de materia, por pequeño que sea, actúa como un acelerador de tiempo. Al agregar más partículas (otra hormiga, un puñados de alfileres, etc.) el tiempo correrá más rápido. Si en nuestro espacio introducimos un sistema complejo, formado por muchas partículas, como puede serlo una pareja de humanoides, un aljibe, dos o tres macetas con geranios, el tiempo adquirirá una velocidad considerable. Y así llegamos al caso de las grandes urbes, donde se han introducido millones de criaturas, automóviles, edificios, semáforos, etc. El tiempo pasa aquí a tal velocidad que prácticamente ya no se puede vivir.

Demostración de Leinbach

Demostración de Leinbach

 

Las calles estaban casi desiertas. El reloj de un campanario dio las dos.
Qué bueno, pensó, que no tenga que ajustarme todavía a un horario de oficina, y que mañana pueda dormir hasta tarde. Caminó rápidamente, con seguridad, tarareando para sí. Al final empezó a cantar con una voz baja y poderosa que le pareció ajena. Quizás no sea yo, efectivamente. Quizás esté soñando. Quizás sea éste mi último sueño, ¡el sueño del que yace a punto de morir!. Recordó una idea que, años atrás, había expuesto Leinbach con bastante seriedad y vigor ante una gran audiencia. Leinbach había descubierto una prueba de que la muerte en verdad no existe. Está fuera de duda, había declarado, que no sólo los que mueren ahogados sino todos lo que mueren de la forma que sea, reviven toda la vida pasada a enorme velocidad.
Esta vida recordada debe tener también un último momento, y este último momento su propio último momento y así sucesivamente, y por lo tanto, el morir ya es en sí mismo la Eternidad, y por lo tanto, de acuerdo a la teoría de los límites, uno puede acercarse a la muerte pero nunca puede alcanzarla.

El sueño de Descartes

El sueño de Descartes

 

Las matemáticas no es la tediosa asignatura que atormenta a los estudiantes de bachillerato o universitarios. Es algo más sutil que impregna nuestro entorno, incluso nuestra concepción del mundo.
Es importante darse cuenta del poder que subyace en las matemáticas para emitir un juicio de valores. Fluido etéreo que se manifiesta en todo cuanto nos rodea: edificios, semáforos, puentes, relojes, catedrales, equipos de música, etc.
Uno de los culpables fue sin duda Descartes. El mundo moderno, ese mundo nuestro de triunfante racionalidad, dio comienzo el 10 de noviembre de 1619, con una revelación y una pesadilla. Aquel día, en una habitación de la pequeña villa bávara de Ulm, un francés de veintitrés años, de nombre René Descartes, se acurrucó en una estufa de pared y tras calentarse bien en ella, tuvo una visión. No fue una visión de Dios, ni de la Madre de Dios, ni de carros celestiales. La visión de Descartes fue la unificación de toda la ciencia.
La visión estuvo precedida por un estado de intensa concentración y agitación. Recalentada, la mente de Descartes entró en ignición y proporcionó soluciones a problemas tremendos, que le habían estado abrumando durante semanas. Se hallaba poseído por un Genio, y las soluciones le fueron reveladas en medio de una luz cegadora e insoportable. Más tarde, agotado, se acostó y tuvo tres sueños que habían sido predichos por aquel Genio.
En el primer sueño, un torbellino le arrastró a revolcones; fue aterrorizado por fantasmas. Experimentó una constante sensación de caída. Imaginó que le era ofrecido un melón traído de tierras lejanas. El viento amainó, y se despertó. Su segundo sueño estuvo poblado de tronidos y de chispas que volaban en torno a su cuarto. En el tercer sueño todo fue calma y contemplación. Sobre la mesa descansaba una antología poética. La abrió al azar y leyó el verso de Ausonio, ‘Quod vitae sectabor iter’ (¿Qué senda tomaré en la vida?). Se le apareció un extraño y le citó el verso ‘Est et non’ (Sí y no). Descartes quiso mostrarle en qué punto de la antología podía leerse el verso, pero el libro desapareció y luego reapareció. Dijo al extraño que le mostraría un verso mejor, que comenzaba ‘Quod vitae sectabor ite’. En este punto, el hombre, el libro y el sueño entero se esfumaron.
Descartes quedó tan maravillado por todo esto que se puso a rezar. Dio por supuesto que sus sueños eran de origen sobrenatural. Hizo votos de poner su vida bajo la protección de la Santa Virgen y la promesa de ir en peregrinación desde Venecia a Nuestra Señora de Loreto, viajando a pie y vestido con las ropas de más humilde aspecto que pudiera encontrar.
¿Qué idea pudo ver Descartes en aquel fogonazo abrasador? Él mismo nos dice que su tercer sueño señalaba nada menos que a la unificación e iluminación de la ciencia toda, e incluso de la totalidad del conocimiento, merced a un mismo y único método: el método de la razón.
Dieciocho años habrían de transcurrir hasta que el mundo pudo disponer de los detalles de aquella grandiosa y de los ‘mirabilis scientiae fundamenta’, de los fundamentos de una ciencia maravillosa. La forma en que logró expresarlos puede verse en el celebérrimo ‘Discurso del método para bien conducir la razón y buscar la verdad de las ciencias’.
Pero, ¿cómo Descartes llego a tal increíble percepción? Siendo niño, debió de enfrentarse a un cierto problema matemático. Probó para resolverlo por aquí y por allá, pero sin éxito. Se atascó. Sencillamente, no puedo resolver el problema.
Las matemáticas, dijo Descartes, son cosa de la mente. Sus verdades, deducidas a través de una serie de pequeños pasos de la razón humana. ¿Por qué habría la mente de bloquearse a sí misma? Si la mente concibe un problema, tendrá igualmente que revelar la senda por la cual habrá de encontrarse la solución.
Posiblemente surgió en Descarte una especie de furia cósmica, una furia que duró toda una vida, que él trató de disipar hallando un método que siempre garantizase la obtención de soluciones. La visión de Descartes se convirtió en el nuevo espíritu. Dos generaciones más tardes, el matemático y filósofo Leibniz se refirió a la ‘characteristica universalis’, esto es, el sueño de un método universal merced al cual la totalidad de los problemas humanos, lo mismo científicos que jurídicos o políticos, pudieran ser resueltos racional y sistemáticamente mediante cálculo lógico.
En nuestra generación, las visiones de Descartes y Leibniz son llevadas a la práctica desde todos los puntos de vista.
El cartesianismo exige la primacía de la matematización del mundo.