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Categoría: Ciencia

Tan sólo una ilusión

Tan sólo una ilusión

Los fenómenos ocurren porque hay una causa y un transcurrir del tiempo, es decir, existe una unidireccionalidad e irreversibilidad en todos nuestro actos que inevitablemente conducen a un resultado. Dejamos caer un vaso y se rompe, y ya podemos esperar un buen rato si confiamos a ver cómo los pedazos del suelo vuelven a juntarse y saltan de nuevo hacia nuestra mano en forma de vaso. Visto de esta manera la cosa parece obvia y muchos de vosotros diríais que se trata de la entropía, la tendencia de un sistema ordenado hacia el desorden. Pero si somos curiosos y osamos dar un paso adelante preguntándonos por qué ocurre así y no al contrario, tendremos que arremangarnos la camisa y meternos de lleno en el apasionante mundo de la física.
Para la física la naturaleza es tremendamente simétrica, lo verdaderamente notable de distinguir entre derecha e izquierda es que solamente lo podemos hacer mediante un efecto muy débil, la llamada desintegración beta. Lo que representa el 99,99 por ciento de los casos. Se trata de un misterio sobre el que nadie tiene todavía la más remota idea.
Otra cuestión que trae de cabeza a los físicos es la distinción entre pasado y futuro. A pesar que nuestra conciencia describe una hecho tan obvio y tan profundo como la diferencia entre pasado y futuro. Recordamos el pasado y no recordamos el futuro. Nuestra conciencia de lo que puede ocurrir es de índole distinta de nuestra conciencia sobre lo que probablemente haya ocurrido. Desde un punto de vista psicológico el pasado y el futuro resultan completamente distintos, con conceptos tales como memoria y aparente libre albedrío, en el sentido de que creemos que algo podemos hacer para influir sobre los acontecimientos futuros, mientras que nadie, o casi nadie, cree que pueda hacerse algo que afecte al pasado. Remordimiento y esperanza son palabras que distinguen perfectamente el pasado del futuro.
Ahora bien, si la naturaleza está hecha de átomos y nosotros mismos estamos hechos de átomos que obedecen las leyes de la física, la interpretación más obvia de esta evidente distinción entre pasado y futuro sería que algunas leyes, algunas de la leyes del movimiento de los átomos, fueran en un solo sentido y no en ambos. Es decir, que en los entresijos existiera algún tipo de principio por el cual de un coso sale una cosa, pero nunca a la inversa, con lo que el mundo iría siempre de coso a cosa, y que esta orientación unidireccional fuera la causa de que los hechos parezcan moverse en un solo sentido.
Pero todavía no hemos descubierto ningún principio parecido. Es decir, en todas las leyes de la física descubiertas hasta el presente, no parece que exista distinción alguna entre el pasado y el futuro. La película debería ser igualmente razonable en ambos sentidos.
En la correspondencia entre Einstein y su viejo amigo Besso y en sus últimos años, Besso insiste constantemente en la cuestión del tiempo. ¿Qué es el tiempo, qué es la irreversibilidad? Einstein, paciente, no se cansa de contestarle, la irreversibilidad es una ilusión, una impresión subjetiva, producto de condiciones iniciales excepcionales.
La correspondencia quedaría interrumpida por la muerte de Besso, unos meses antes que Einstein. Al producirse el óbito, Einstein escribió en una emotiva carta a la hermana y al hijo de Besso: ‘Michele se me ha adelantado en dejar este extraño mundo. Es algo sin importancia. Para nosotros, físicos convencidos, la distinción entre pasado, presente y futuro es sólo una ilusión, por persistente que ésta sea.’

La afición de Niels Bohr

La afición de Niels Bohr

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Niels Bohr fue uno de los físicos más geniales de este siglo; estableció, entre otras cosas, la estructura del átomo.
George Gamow, discípulo de Niels Bohr, en su libro ‘Biografía de la Física’ publicado por Alianza Editorial, escribe lo siguiente de Niels Bohr.

Es prácticamente imposible describir a Niels Bohr a una persona que nunca haya trabajado con él, para que ésta se haga una cabal idea del profesor.
Probablemente su cualidad más característica era la lentitud de su pensamiento y comprensión.
Al atardecer, cuando un grupo de discípulos de Bohr ‘trabajaban’ en el Instituto Paa Blegdamsvejen, discutiendo los últimos problemas de la teoría de los cuantos o jugando al ping-pong en la mesa de la biblioteca, con tazas de café en ella para hacer más difícil el juego, aparecía Bohr diciendo estar muy cansado y que le gustaría ‘hacer algo’. Hacer algo significaba, indefectiblemente, ir al cine, y las únicas películas que le gustaban eran las tituladas ‘Lucha a tiros en el rancho Lazy Gee’ o ‘El jinete solitario y una muchacha sioux’. Pero era penoso ir con Bohr al cine. No podía seguir el argumento y nos preguntaba constantemente, con gran enojo del resto del público, cosas como ésta: ‘¿Es ésta la hermana del vaquero que mató de un tiro al indio que trataba de robar el ganado que pertenecía a su cuñado?’ La misma lentitud de reacción mostraba en las reuniones científicas. Muchas veces, un joven físico visitante hablaba brillantemente de sus recientes cálculos sobre algún intrincado problema de la teoría cuántica; todo el mundo comprendía claramente el razonamiento, menos Bohr. Todos empezaban entonces a explicarle la sencilla cuestión que no había entendido y en medio de la barahúnda acababa todo el mundo por no entender nada. Por último, después de mucho tiempo, Bohr comenzaba a comprender y resultaba que lo que él había comprendido sobre el problema presentado por el visitante era absolutamente distinto de lo que éste pensaba y su interpretación era la correcta, mientras que la del visitante estaba equivocada.
La afición de Bohr a las películas del Oeste se tradujo en una teoría desconocida para todos, excepto para sus compañeros de cine en aquel tiempo.
Todo el mundo sabe que en todas las películas del Oeste (al menos en el estilo de Hollywood) el ‘malo’ siempre dispara en seguida, pero el héroe es más rápido y siempre mata al bribón. Niels Bohr atribuyó este fenómeno a la diferencia entre acciones deliberadas y acciones condicionadas. El bribón ha de decidir cuándo ha de echar mano de la pistola, lo que retrasa su acción, mientras que el héroe dispara más rápidamente porque actúa sin pensar cuando ve al bribón intentar sacar la pistola. Todos discrepamos de la teoría y a la mañana siguiente el autor se fue a una tienda de juguetes para comprar un par de pistolas de cow-boy. Nosotros disparábamos sobre Bohr, que hacía de héroe, pero él nos mató a todos.
Otro ejemplo de la lentitud de pensamiento de Bohr era su poca habilidad para encontrar una rápida solución a los crucigramas. Una tarde el autor fue a la casa de campo de Bohr (al norte de Jutlandia), donde Bohr había estado trabajando todo el día con su ayudante, León Rosenfeld, en un importante trabajo sobre las relaciones de incertidumbre. Ambos, Bohr y Rosenfeld, estaban completamente agotados por el trabajo del día y, después de cenar, Bohr indicó, para descansar, resolver un crucigrama de alguna revista inglesa. La cosa no marchó muy bien y, una hora más tarde, fru Bohr (‘fru’ significa en danés señora) sugirió que debíamos irnos todos a dormir. Quién sabe a qué hora de la noche. Rosenfeld y yo, que compartíamos la habitación de invitados en el piso superior, fuimos despertados por unos golpes en la puerta. Saltamos de la cama preguntando: ‘¿Qué hay? ¿Qué ocurre?’ Entonces oímos una voz apagada a través de la puerta: ‘Soy yo, Bohr. No quiero perturbarles, pero quiero decirles que la ciudad industrial inglesa con siete letras, que termina en ich, es Ipswich.’