Joya cinematográfica que entrelaza romanticismo y tragedia con una sensibilidad poética deslumbrante. Esta evocación preciosista sumerge al espectador en un torbellino de emociones, donde la ternura y el dolor coexisten en imágenes de una belleza irrepetible. La complejidad moral de sus personajes, liderados por un inolvidable Marcello Mastroianni, invita a reflexionar sobre las decisiones éticas y sus consecuencias, dejando preguntas inquietantes tras el desenlace. Aunque su estilo de cine de arte y ensayo puede sentirse denso para algunos, su capacidad para hacer reír, llorar y sentir la magia del cine la convierte en una experiencia sensorial única, un viaje inolvidable al corazón humano.
“- Cuando uno se muere… ¿se muere o no se muere? – ¿En su casa qué dicen? – Mi madre dice que los buenos van al cielo y los malos al infierno. – ¿Y su padre? – Mi padre dice que de haber juicio final los ricos irían con sus abogados, pero a mi madre no le hace gracia. – ¿Y usted que piensa? – Yo tengo miedo… – ¿Es usted capaz de guardar un secreto? Pues en secreto: ese infierno del más allá no existe. El odio, la crueldad, eso es el infierno. A veces el infierno somos nosotros mismos.”
~ De la película, La lengua de las mariposas (1999)
«Un café en cualquier esquina» (Man Push Cart, 2005), dirigida por Ramin Bahrani, es un retrato crudo y silencioso de Ahmad, un inmigrante pakistaní que vende café y bagels desde un carrito en Manhattan. La película, filmada con un estilo neorrealista, captura la lucha diaria de Ahmad, un hombre atrapado en el duelo por su esposa fallecida y separado de su hijo, navegando la pobreza y la soledad en una Nueva York alejada de los focos de Wall Street. Su protagonista, Ahmad Razvi, entrega una interpretación magistral, cargada de autenticidad y matices, que contrasta con el desempeño irregular de los actores secundarios, lo que resta algo de verosimilitud al relato. La banda sonora, poco adecuada, no logra potenciar la atmósfera visualmente impactante, lograda mediante una fotografía que resalta la crudeza urbana. La narrativa, minimalista y sin diálogos complejos, transmite una densidad emocional a través de la rutina de Ahmad, pero su final abierto y la falta de trasfondo sobre su vida en Pakistán dejan un vacío narrativo. Pese a esto, la película perdura en la memoria por su honestidad y su mirada empática a los márgenes de la Gran Manzana, aunque no alcance el estatus de clásico.
«El amigo de mi hermana» (Your Sister’s Sister -2011-), dirigida por Lynn Shelton, se alza como una obra que destila precisión y calidez en apenas 90 minutos. Rodada en solo 12 días con un presupuesto mínimo, la película trasciende sus limitaciones para capturar la esencia del cine independiente con una elegancia impecable. Su guion, una filigrana literaria construida con detalles sutiles, despliega diálogos que brillan por su realismo, humor y carga emocional, sosteniendo una trama tejida en torno a secretos y mentiras que supuran con intensidad. El trío actoral —Mark Duplass, Emily Blunt y Rosemarie DeWitt— entrega interpretaciones tan naturales como el respirar, fusionando lo mejor del espíritu indie con el pulso de Hollywood. Aunque el parloteo pueda resultar enloquecedor, la espontaneidad de sus personajes sorprende y deleita, abriéndose camino en la mente del espectador hasta volverse inolvidable, un testimonio del poder de la sencillez ejecutada con maestría.
Garden State (2004) se erige como un hito del cine independiente americano, impulsando la carrera de Zach Braff. La película, melancólica y excéntrica, narra el regreso al hogar de Andrew Largeman, un joven con una vida medicada, y su encuentro con Sam, una chica que le abre los ojos a un mundo de emociones.
Entre sus pros, destacan la frescura de su narrativa, la química entre Braff y Natalie Portman, cuya actuación fue destacada, y una banda sonora que se convirtió en un referente. Sin embargo, algunos críticos señalan su ritmo pausado y pretensiones trascendentales, así como un humor que no conectó con todos los públicos.
A pesar de las críticas, Garden State resonó con la generación de los 2000, convirtiéndose en un film de culto. La banda sonora fue seleccionada personalmente por Braff, reflejando sus gustos y contribuyendo a la atmósfera única de la película.
Joseph Frank Keaton, más conocido como Buster Keaton, llegó al mundo en 1895, en el seno de una familia dedicada al vodevil. Desde muy pequeño, su vida estuvo marcada por el espectáculo: una caída accidental en su infancia llevó al mismísimo Harry Houdini a apodarlo «Buster», impresionado por la resistencia del niño. Aquel apodo se quedó con él, al igual que las lecciones que aprendió actuando junto a su padre, un cómico excéntrico. En el escenario, Buster se convirtió en un experto en acrobacias y gags físicos, habilidades que lo prepararon para dar el gran salto al cine.
En 1917, Buster debutó en la pantalla grande con The Butcher Boy, una película junto al comediante Fatty Arbuckle. Desde ese momento, su carrera cinematográfica despegó, y con ella emergió un estilo de comedia único. A diferencia de otros, Keaton improvisaba sus escenas sin guion detallado: con solo una idea clara del inicio y el final, ajustaba los gags sobre la marcha, confiando en su instinto y su destreza física. Esta forma de trabajar dio vida a obras maestras como One Week (1920), donde lucha torpemente por construir una casa, o Steamboat Bill Jr. (1928), famosa por esa inolvidable escena en la que una pared entera cae sobre él, dejándolo ileso gracias a una ventana perfectamente alineada.
Lo que hacía especial a Keaton no era solo su habilidad para las acrobacias, sino también su expresión seria y comprometida, que contrastaba con el caos de sus situaciones. Generoso con sus compañeros comediantes y fiel a su filosofía de «mostrar, no contar», prefería que las imágenes hablaran por él. Sus películas no solo entretuvieron a audiencias de su época, sino que dejaron un legado imborrable, inspirando a generaciones de cineastas y artistas que aún hoy admiran su genialidad. Buster Keaton no fue solo un cómico: fue un innovador que llevó la comedia física a nuevas alturas con una elegancia silenciosa y eterna.
Esta película, que fusiona el thriller carcelario con el horror cósmico, transcurre casi en su totalidad en una celda donde cuatro presos —un empresario corrupto, un transexual en transición, un retrasado mental caníbal y un asesino— encuentran un diario del siglo XIX lleno de ritos ocultistas. Lo que comienza como un intento de fuga se desmorona en un vórtice de surrealismo y body horror, con miembros amputados, paredes que devoran extremidades y portales esotéricos que desafían la lógica, todo bajo la sombra de H.P. Lovecraft.
La película subvierte el género de prisiones al entrelazarlo con el pánico existencial de La pata de mono: los deseos se cumplen con un precio brutal. Su crudeza visual —genitales cíclopes, símbolos incendiarios— anticipó elementos que años después popularizarían series como Stranger Things . Aunque contemporánea de filmes como Irreversible (2002), Malefique se distancia del torture porn para sumergirse en lo fantástico, con una claustrofobia que recuerda a Cube (1998) pero teñida de misticismo.
Olvídese del terror carcelario convencional: aquí, la prisión es un laberinto metafísico donde el mal trasciende las rejas. Su estética sucia y simbólica, junto a un guion que prioriza el enigma sobre el gore, la alejan de las modas de su época. Hoy, en la era del VOD, su propuesta —minimalista y ambiciosa— resuena con fuerza, reclamando un lugar entre los clásicos modernos del terror. Una rareza que, finalmente, encuentra su momento.
Viaje cinematográfico en busqueda de sentido en paisajes desolados que cuestiona qué significa ser humano en un mundo cada vez más impulsado por la tecnología. Con una narrativa visual impresionante y un enfoque minimalista, el director logra capturar la conexión entre la humanidad y la naturaleza, explorando temas de identidad y propósito. Presenta a los protagonistas enfrentando su reflejo literal y metafórico en escenarios inhóspitos, una metáfora poderosa del vacío interno en la era moderna.
Parte del rodaje se realizó en locaciones remotas donde el equipo tuvo que lidiar con tormentas inesperadas, añadiendo un toque de autenticidad a las tomas finales.
En la ceremonia de los Premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas (Academy of Motion Picture Arts and Sciences, AMPAS) en marzo de 1973, se produjo un momento memorable e inesperado cuando Marlon Brando, ganador del Óscar a «Mejor Actor» por su icónico papel en The Godfather (El Padrino), rechazó el premio. En lugar de acudir a la gala, Brando envió a la activista indígena Sacheen Littlefeather, quien subió al escenario en su lugar. Su aparición no solo sorprendió a la audiencia, sino que generó una controversia que sigue resonando hasta hoy. Vestida con un atuendo tradicional apache, Sacheen Littlefeather se presentó ante el público para rechazar el Óscar en nombre de Brando. El actor decidió tomar esta medida para protestar contra el tratamiento injusto y estereotipado que los nativos americanos recibían en la industria cinematográfica y en los medios. Durante su breve discurso, ella explicó: “Esta noche vengo en representación de Marlon Brando y me ha pedido que les diga… que lamentablemente rechaza este generoso galardón. Y eso se debe al maltrato de los indios estadounidenses en la actualidad por la industria cinematográfica… y también por lo ocurrido recientemente en Wounded Knee.” Luego, pronunció el siguiente discurso: «Saludos. Me llamo Sacheen Littlefeather. Soy una Apache y presidenta del Comité Nacional de Imagen Afirmativa de los Nativos Estadounidenses. Esta noche vengo en representación de Marlon Brando y me ha pedido que les diga, en un discurso muy largo que ahora no puedo compartir con ustedes por falta de tiempo pero que después voy a compartir con la prensa, que lamentablemente rechaza este generoso galardón. Y eso se debe al maltrato de los indios estadounidenses en la actualidad por la industria cinematográfica… » (se escuchan aplausos y abucheos por parte del público) «disculpen…y en la televisión y las películas reemitidas… y también por lo ocurrido recientemente en Wounded Knee. Pido no haber sido una molestia esta noche y que deseemos que en el futuro nuestros corazones y entendimiento se encuentren con amor y generosidad. Les agradezco en nombre de Marlon Brando».
¿Quién no recuerda la introducción de la película Novecento (1976), dirigida por Bernardo Bertolucci? Es una poderosa apertura que utiliza la icónica pintura The Fourth Estate de Giuseppe Pellizza da Volpedo. Este cuadro, que representa una marcha de campesinos hacia el progreso, simboliza la lucha de clases y la reivindicación de los derechos de los trabajadores, temas centrales en la película. La obra de Volpedo, con su composición monumental y realismo social, establece el tono épico y comprometido del filme, que explora la historia de Italia a través de las vidas de dos amigos de diferentes orígenes sociales a lo largo del siglo XX.