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Categoría: Fotografía

Cometa C/2024 G3

Cometa C/2024 G3

El cielo nocturno de Chile regaló una imagen poética y trágica: el cometa C/2024 G3 (ATLAS), capturado por el lente del astrónomo Yuri Beletsky, dibujaba un arco luminoso sobre el Observatorio Paranal de ESO, como si despidiéndose de la Tierra antes de su viaje sin retorno. Pero su destino ya estaba sellado. Tras desafiar un perihelio infernal —el punto más cercano al Sol—, el núcleo del cometa sucumbió a las fuerzas que gobiernan el cosmos.
Entre el 18 y el 19 de enero, Lionel Majzik, desde Hungría, documentó el momento crítico. Sus imágenes revelaron cómo la cabeza del cometa, antes compacta y brillante, se desvaneció en una neblina difusa. Era la firma inequívoca de su desintegración, un fenómeno común en cometas que se aventuran demasiado cerca del astro rey. La secuencia capturada desde Chile, combinada con observaciones posteriores en Australia, confirmó lo inevitable: el núcleo de hielo y roca se había fracturado para siempre.
Aunque su corazón desapareció, su legado persiste. La cola del cometa, ahora una «maravilla sin cabeza» —como la bautizan los astrónomos—, seguirá surcando el cielo unos días más, fantasma de lo que alguna vez fue. Estos restos efímeros son testigos de un ciclo cósmico: nacimiento, viaje y disolución, todo en el mismo aliento.
La historia del cometa ATLAS no es solo una tragedia celeste, sino un recordatorio de la fragilidad y el dinamismo del universo. Gracias a la colaboración global de observadores como Beletsky, Majzik y equipos en Australia, la ciencia logra capturar instantes fugaces que, de otro modo, se perderían en la inmensidad del espacio. Cada desintegración, cada destello, encierra pistas sobre la formación de nuestro sistema solar y los riesgos que enfrentan estos viajeros interestelares.
Mientras su cola se desvanece, nos queda la imagen de su arco sobre Paranal: un último guiño de belleza antes de fundirse en la eternidad. El universo, indiferente y majestuoso, sigue escribiendo historias que nos conectan con lo efímero y lo eterno.

Una flor amarilla

Una flor amarilla

(…) —Estaba al borde de un cantero, una flor amarilla cualquiera. Me había detenido a encender un cigarrillo y me distraje mirándola. Fue un poco como si también la flor me mirara, esos contactos, a veces… Usted sabe, cualquiera los siente, eso que llaman la belleza. Justamente eso, la flor era bella, era una lindísima flor. Y yo estaba condenado, yo me iba a morir un día para siempre. La flor era hermosa, siempre habría flores para los hombres futuros. De golpe comprendí la nada, eso que había creído la paz, el término de la cadena. Yo me iba a morir y Luc ya estaba muerto, no habría nunca más una flor para alguien como nosotros, no habría nada, no habría absolutamente nada, y la nada era eso, que no hubiera nunca más una flor. El fósforo encendido me abrasó los dedos. En la plaza salté a un autobús que iba a cualquier lado y me puse absurdamente a mirar, a mirar todo lo que se veía en la calle y todo lo que había en el autobús. Cuando llegamos al término mino, bajé y subí a otro autobús que llevaba a los suburbios. Toda la tarde, hasta entrada la noche, subí y bajé de los autobuses pensando en la flor y en Luc, buscando entre los pasajeros a alguien que se pareciera a Luc, a alguien que se pareciera a mí o a Luc, a alguien que pudiera ser yo otra vez, a alguien a quien mirar sabiendo que era yo, y luego dejarlo irse sin decirle nada, casi protegiéndolo para que siguiera por su pobre vida estúpida, su imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra imbécil vida fracasada hacia otra…

~ Julio Cortázar extracto de ‘Una flor amarilla’

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