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Categoría: Microcuentos

Silencio

Silencio

Súbitamente un silencio absoluto cubrió la tierra. Un hombre sentado en la hierba verde se encontró de pronto con unas realidades a las que hacía oídos sordos. Nunca se había fijado en la belleza del mundo. Vio el colorido y esplendor del día, de los árboles y de las aves. La hierba humilde le pareció un cojín más valioso que los usados por los reyes más ricos del planeta. El calor de la tarde lo hizo temblar y por primera vez sintió el pavor de las esferas cuando se desbocan hacia el infinito. Un grito se confundió con otros que como ecos repercutían quebrando el silencio establecido. Un suspiro devolvió la tranquilidad al hombre acostumbrado a los timbales y platillos.

Ritmos

Ritmos

Entre una tormenta con ritmos de lluvia y viento bailan los papeles desarmados imitando el sonido de las olas. Quieren alegrar los corazones armados de tristezas de enamorados que han tirado a la basura sus promesas de amor. Su crescendo poderoso une a los descorazonados amantes dándoles vida y razón de vivir.

Olor a nardos

Olor a nardos

Hay gente que nunca ha visto el mar. No sabe de la seducción que despliega una onda que empieza a avanzar y con brazos amplios llega hasta la playa, con prisa de muchacha.
Una mañana de febrero, bajamos hasta la orilla. Iba conversando con mis amigos.
El mar esa tarde era más mar que nunca. Mar de tarjeta postal.
Nuestro amigo Juan, de pronto, se queda parado frente a frente. Mira, alza su mano y señala el blancor de la ola rompiendo.
-¿Qué es? ¿Son nardos, acaso?
Y el mar esa tarde empezó a oler a nardos.

Microcuento de Navidad

Microcuento de Navidad

Hacía mucho frío, y mi mano mantenía una dura lucha con el cristal que se empeñaba en no dejarme ver. Era ya de noche, y los centelleos de las luces del árbol teñían la casa de verde y rojo, dándole un aspecto irreal. En la casa de enfrente otro árbol parecía estar conversando con el mío, con sus interminables juegos de luces. Un niño estaba sentado de espaldas debajo del árbol, rodeado de papeles de regalo abiertos, abrazando a un muñeco casi tan grande como él. En la habitación contigua pude distinguir en la penumbra una pareja, eran jóvenes y estaban discutiendo acaloradamente. El niño parecía abrazar cada vez con más fuerza al muñeco, y observé cómo se reflejaban las luces del árbol en sus ojos inertes. Aún hoy dudo al recordarlo, pero juraría que vi una gota deslizarse lentamente por su mejilla de plástico.

Perlas

Perlas

En sus sueños conoció a una chica sorprendente. No era por su dulce mirada cargada de ternura con destellos de miel. Ni la expresividad de sus labios rozando el algodón de las nubes. Ni tan siquiera, los reflejos dorados del Sol sobre su pelo, jugueteando con el viento. Era por las diminutas perlas brillantes que cubrían sutilmente sus brazos.

Nunca supo lo que eran hasta que se marchó. Entonces comprendió que eran gotas de mar que habían ido quedando sobre su piel mientras nadaba, y creeme, lo había hecho durante mucho tiempo porque, aunque nunca la volvió a ver, jamás podrá olvidar que una vez conoció a una sirena.

Churchill matemático

Churchill matemático

Una vez tuve un sentimiento acerca de la matemática: que la veía toda. Las capas más y más profundas se me revelaban, la cima y el abismo. Vi -como uno puede ver el paso de Venus o aun el gran espectáculo celestial- un número atravesando el infinito y cambiando su signo de más a menos. Vi exactamente por qué ello ocurría y por qué la transformación era inevitable pero fue después de la cena y lo dejé pasar.

Polvo de estrellas

Polvo de estrellas

Una vez un hombre miró el sol que se escondía tras el horizonte, pero por primera vez en mucho tiempo no se sintió solo. Observó las estrellas que empezaban a titilar suavemente en el cielo, y después, la hierba, aún verde, el árbol hermoso, y el agua cristalina y pura y leve que corría alegre por el arroyo. Mas aquella tarde no se sintió solo, porque comprendió que todas las cosas -el sol, el cielo, el horizonte, la verde hierba y el árbol hermoso, el agua transparente y fresca- eran una sola y misma cosa : polvo de estrellas. Y él también era polvo de estrellas.

Sin embargo, a pesar de ser todos una misma cosa, el árbol era árbol, la hierba, hierba, y el agua, agua; y él, hombre. Vio que el árbol tenía todo cuanto necesitaba a su alrededor para ser árbol, lo mismo que la hierba para ser verde o que el agua para ser líquida y fresca. Entonces aquel hombre comprendió en lo más profundo de su ser que la Naturaleza siempre le proporcionaría todo lo que le fuese necesario para ser Hombre.

Luz de luna

Luz de luna

Sería a causa de la luz lunar, que todo en distancia se vuelve irreal, pero al ver la figura alada posada aquella noche en la cornisa de la ventana, lo primero que pensé era que un ángel venía a mí. Un poco más tarde, ya calmado y procurando mirar con atención, me di cuenta de que el difuso brillo lunar sólo iluminaba mi alma que huía.

Un par de labios

Un par de labios

parlabios

Un par de labios empezaron a hablar. Se dijeron cosas que yo no pude escuchar. Un par de labios se empezaron a tocar, lentamente, torpemente…
Un par de labios se estrecharon en una caricia íntima, carnosos y húmedos, como rosas abiertas. Una lengua se abrazó a la otra, una lengua se enroscó en la otra. La saliva de una boca empezó a ser la de la otra. Un par de labios se separaron. Un par de labios se dijeron adiós para siempre. Un par de labios se conocieron aquella tarde. Ya sé lo que se dijeron al principio: «Dame un beso», sólo eso, ¿para qué más?

Domingo

Domingo

Domingo. Después de depositar delicadamente dos docenas de dalias donde Diana dormía, Daniel decidió dejarla. Dos dedos delgados, deliciosos, de Diana, descansaban detrás del drapeado dosel.
‘Dick dice disparates -discurrió-. Duerme, dulce Diana. Dentro de diez días descubrirás dónde debí dirigirme.’ Dolorido, desesperado, Daniel deambuló dejando Detroit. Diana despertó.
Desperezándose, dijo: ‘¿Dalias? ¡Doscientos dólares debió dejarme!
¡Degenerado!’ Destapó dos damajuanas dietéticas, deglutió diez damascos, deshojó doce dalias… Disparó… Detroit dormía.