Cruzaba la calle
Cruzaba la calle cuando comprendió que no le importaba llegar al otro lado.
~ Arturo Pérez Reverte
Cruzaba la calle cuando comprendió que no le importaba llegar al otro lado.
~ Arturo Pérez Reverte
Houston, tenemos un poema.
~ Agustín Fernández Mallo
Arránqueme, señora, las ropas y las dudas. Desnúdeme, desdúdeme.
~ Eduardo Galeano
Todos los lugares comunican con todos los lugares instantáneamente, la sensación de aislamiento se experimenta sólo durante el trayecto de un lugar a otro, o sea, cuando no se está en ningún lugar.
~ Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero
La otra llave no gira en la puerta de calle. La otra voz, cómica, desafinada, no canta desde la ducha. En el baño no hay huellas de otros pies mojados. Ningún olor caliente viene de la cocina. Una manzana a medio comer, marcada por otros dientes, empieza a pudrirse sobre la mesa. Un cigarrillo a medio fumar, muerto gusano de ceniza, tiñe el borde del cenicero. Pienso que debería afeitarme. Pienso que debería vestirme. Pienso que debería. Llueve agua sucia dentro de mí.
~ Eduardo Galeano
(…)
-¿Por qué cargas con todos esos huevos?
-Porque están llenos de recuerdos… Mi mujer los cocinaba de maravilla. Me basta cocer uno para tener la impresión de que vuelvo a estar con ella.
-¿Y los cocinas igual de bien?
-No, me salen cosas infames, pero eso me permite reavivar los recuerdos con mayor facilidad. Coge uno si quieres.
-No quiero que te falte ningún recuerdo.
-No te preocupes por mí, tengo demasiados. Tú todavía no lo sabes, pero algún día te alegrará mucho abrir el zurrón y encontrar un recuerdo de tu infancia. Mientras tanto, lo que sí sé es que tan pronto como resonaron los acordes menores de «Oh When the Saints», las brumas de mis preocupaciones se disiparon durante varias horas.
(…)
-Extracto del cuento ‘La mecánica del corazón’ de Mathias Malzieu
Aquella noche hacían cola los sueños, queriendo ser soñados, pero Helena no podía soñarlos a todos, no había manera. Uno de los sueños, desconocido, se recomendaba:
– Suéñeme, que le conviene. Suéñeme, que le va a gustar.
Hacían la cola unos cuantos sueños nuevos, jamás soñados, pero Helena reconocía al sueño bobo, que siempre volvía, ese pesado, y a otros sueños cómicos o sombríos que eran viejos conocidos de sus noches de mucho volar.
-Eduardo Galeano
«En una caja de galletas hay muchas clases distintas de galletas.
Algunas te gustan y otras no. Al principio te comes las que te gustan, y
al final sólo quedan las que no te gustan. Pues yo, cuando lo estoy
pasando mal, siempre pienso: ‘Tengo que acabar con esto cuanto antes y
ya vendrán tiempos mejores. Porque la vida es como una caja de galletas'».
~ Tokio Blues de Haruki Murakami
Dos monjes estaban discutiendo acerca de una bandera. Uno dijo, “La bandera se está moviendo”. El otro dijo, “El viento se está moviendo”. Sucedió que el sexto patriarca, Zenón, pasaba justamente por ahí. El les dijo, “Ni el viento, ni la bandera; la mente se está moviendo».
A veces los libros estaban bien colocados, bajo sus rótulos correspondientes, pero otras veces se encontraban por ahí, desperdigados, en cualquier sitio. Cuando empecé a comprender mejor a las personas, caí en la cuenta de que ese increíble desorden era una de las cosas que la gente apreciaba en Libros Pembroke. No venían sólo a comprar un libro, soltar la pasta y darse el piro. Se quedaban un buen rato. Ellos lo llamaban mirar, pero más bien parecía que estaban excavando una mina. Me sorprendía que no trajesen palas. Cavaban en busca de tesoros con las manos desnudas, hundiendo a veces los brazos hasta las axilas, y cuando extraían alguna pepita literaria de algún montón de escoria, se sentían muchísimo más felices que si hubieran llegado y hubiesen comprado directamente el libro. En ese sentido, comprar en Pembroke era como leer: nunca sabe uno con qué va a encontrarse en la página siguiente —la estantería, el montón, la caja siguientes—, y eso constituía una parte importante del placer. Y eso constituía una parte importante del placer de los túneles, también: nunca sabía uno qué aguardaba a la vuelta de la esquina, al final del conducto siguiente.
-Fragmento de la novela de Sam Savage, Firmin