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Categoría: Pensamientos

Cada

Cada

Cada estación de servicio, cada semáforo, cada mirada evitada, cada sol, cada evasiva respuesta, cada encuesta incompleta, cada sala de espera, cada poema olvidado, cada retrato sin terminar, cada sonrisa guardada, cada punto muerto, cada espejo roto, cada locura sin consumar, cada vez que, por miedo a perdernos en las profundidades, dejamos de bañarnos en todos los ríos, cada espejismo espantado, cada whisky a medias, cada paso para retroceder, cada palabra sin pronunciar, cada latido apagado, cada sonrisa no compartida, cada mañana que no llega, cada minuto interminable en el banco del parque, cada vacío, cada frío sin lluvia, cada lluvia sin ti….

Cada cada es tan sólo el principio de muchos puede…

… y sal, ven, mira… la luna sigue ahí…

¿Por qué llama tanto la atención ‘La Gioconda’?

¿Por qué llama tanto la atención ‘La Gioconda’?

Son los ojos, en combinación con la sonrisa, en combinación con la luz del rostro, o con la expresión tranquila de sus manos, y también el paisaje que sirve de fondo y de contraste…, todo está premeditado para que el espectador se sienta conmovido de una manera especial.
No quisiera parecer demasiado rebuscado al decir que es como si el pintor hubiese querido deliberadamente que se mirase este cuadro, por decirlo así, de forma íntegra, total, sin que el pensamiento intervenga más que para permitir la percepción.
Y de este simple mirar por mirar, sin ninguna intención, es de lo que estamos hablando. El funcionamiento del pensamiento va del pasado al futuro; no puede dejar de hacerlo: el pasado interfiriendo en el presente y proyectándose en el futuro: pensamiento. El ahora es la confluencia del pasado y del futuro: lo que soy lo estoy siendo ahora.
Entonces, ya que en este ‘ahora’ es donde se cuece todo lo que vivimos, entonces habrá que prestarle más atención.

Cosas que no sirven para nada

Cosas que no sirven para nada

 

Me fascinan, más que las que sirven para todo, las cosas que no sirven para nada. Papeles de colores. Pegatinas. Miniaturas en metal de mírame y no me toques. Esos objetos transparentes rellenos de un líquido azul que nunca se mezcla con el agua.
Pero no sólo las que nunca han tenido utilidad alguna: también las que sirvieron y se han estropeado. Pulseras sin cierre, paraguas que no se abren, máquinas de escribir rotas, lápices sin mina. Y cosas sin pila, sin cable, sin cuerda. Se mueven a un ritmo diferente, según el humor del día, algunas ni siquiera se mueven. No les importa no tener una función específica: simplemente están ahí, como los buenos amigos.

Siéntate y estáte callado

Siéntate y estáte callado

‘Siéntate y estáte callado; que te estés callado.’ Es la voz de mi madre.
Una y otra vez. Las maestras de la escuela también lo decían. ¿Por qué los adultos siempre decimos esto? No puedo recordar de ningún niño que se siente en silencio simplemente porque algún adulto se lo diga. Eso explica, entonces, por qué varios ‘siéntate en silencio’ acostumbran a ir seguidos por un ‘SIÉNTATE Y CIERRA LA BOCA’ o por un ‘CIERRA LA BOCA Y SIÉNTATE’. En cierta ocasión, mi madre utilizó ambas versiones y yo, que no he tenido nunca pelos en la lengua, le pregunté solamente qué deseaba que hiciera primero, si sentarme o callarme. Mi madre me echó una mirada…, una de esas que significa que ya sabía que iría a la cárcel si me asesinaba, pero que podía ser preferible a tener que aguantar mis impertinencias. En un momento así, un adulto dirá mordiéndose las palabras y dejándolas escapar de la boca una por una: ‘Quítate-de-mi-vista.’ Cualquier niño que tenga por lo menos medio cerebro se levantará y se marchará. A continuación, el padre podrá sentarse en medio de un silencio absoluto.
De todas maneras, sentarse en silencio puede llegar a convertirse en una acción cargada de fuerza. Una vez alguien se sentó en silencio y encendió la mecha de la dinamita social. Ese día de 1955, una señora de cuarenta y dos años volvía a casa acabada la jornada laboral. Cogió un autobús del transporte público, pagó el billete y se sentó en el primer sitio que encontró vacío. Qué bien ir sentada cuando tienes las piernas cansadas.
Cuando el autobús se llenó de pasajeros, el conductor se dio la vuelta, y le dijo que se levantara y se fuera a la parte de atrás del autobús. Ella siguió sentada. Los pasajeros comenzaron a quejarse, la empujaron, le dieron empellones. Ella se mantuvo sentada. Entonces, el conductor bajó del autobús, llamó a la Policía y éstos vinieron a detenerla para hacerla entrar en la cárcel y en la Historia.
Rosa Parks no era una activista ni una radical. Simplemente era una mujer tranquila, conservadora, que iba a la iglesia, con una preciosa familia y un trabajo decente como costurera. A pesar de su elocuencia de las frases que se han utilizado para explicar el lugar ocupado por ella en el curso de la Historia, no cogió aquel autobús con la intención de causar problemas o tratando de hacer una declaración de principios. En su cabeza sólo estaba regresar a casa, como cualquier otra persona. Se mantuvo aferrada a su asiento por pura dignidad personal. Simplemente Rosa Parks no volvería a ser nunca más una ‘negra’ para nadie. Y todo lo que supe hacer fue sentarse en silencio.

Saber reírse

Saber reírse

Reírse es una de esas pocas cosas que, siendo buena, no está prohibida, ni es pecado, ni tan siquiera engorda. Los niños se ríen unas noventa veces al día, los adolescentes unas veinte y en cambio la mayoría de los adultos apenas cinco, y ¡eso que es gratis!.
Sé que el mundo así en general no está para muchas carcajadas, pero hasta esos manuales escritos por psicólogos de barba, gafas y aires profundos, recomiendan que, para seguir adelante en la sociedad inestable en la que nos tenemos que desenvolver, la risa es el mejor antídoto.
Además el pesimismo es contagioso y eso ya debería de ser suficiente motivo para no aguantarlo. Saber reírse de uno mismo desdramatiza los problemas y te hace disfrutar de las cosas más sencillas. Ya sé que no es fácil, cuando en un mismo día los sentimientos parecen una montaña rusa, se hace difícil no sacar ese lado quejica y envolverse en la autocompasión, sin embargo nada como una sonrisa para empezar a ver el lado bueno de las cosas.

Campo de lavanda

Campo de lavanda

 

Hay ciertos sentimientos que se parecen a estar de pie en medio de un campo de lavanda. Si no has estado en la Provenza, empápate un pañuelo de esencia de espliego e intenten recordar los cuadros de Cezanne o de Van Gogh. Explosión. Inercia. Trazos y llamaradas. Olores. Tomates frescos y jugosos, pan de tahona y aceite de oliva. La siesta bajo un árbol. La brisa tibia. La pachorra de la canícula. La suavidad aromática de las noches.

El hombre está hecho para poder volar

El hombre está hecho para poder volar

La torre de la inmensa catedral de Ulm, en Alemania, es la aguja más elevada existente en el mundo: ciento sesenta metros de altura. Setecientos treinta y ocho peldaños de piedra llevan hasta la cima. Si intentas llegar hasta arriba y todavía conservas el resuello y eres capaz de contemplar algo, tu mirada se detendrá sobre todo en dos accidentes que sobresalen del resto: las colinas situadas al pie de los Alpes bávaros, al sur de la ciudad, y los escarpados farallones que dominan el Danubio, por el Este.
Aquí vivió a finales del siglo XVI Hans Ludwig Babblinger. Fabricante de miembros artificiales, era un artesano dotado de una rara habilidad que gozaba de una cierta fama local debido a su cualificación. Y como la amputación era el remedio común de enfermedades y heridas, se trataba de un hombre muy ocupado. Mientras sus manos trabajaban, tenía a menudo la cabeza en cualquier otra parte. Babblinger era uno de aquellos que imaginaba que algún día llegaría a poder volar.
A su debido tiempo hizo uso de sus habilidades y de sus sueños, así como de los materiales que tenía en el taller, para fabricar alas. Y como la suerte hay que buscarla, decidió probar sus alas en las colinas situadas al pie de los Alpes bávaros, donde abundan las corrientes de aire ascendente. Un día, un día maravilloso, en presencia de testigos de confianza, Hans saltó desde una colina elevada y llegó sano y salvo al pie. ¡Sensacional! ¡Babblinger podía VOLAR!
Cambio de tiempo y de escenario. Estamos en la primavera de 1594. El rey Luis y su corte venían de visita a Ulm, y los mandatarios de la ciudad quería dejarle gratamente impresionado. ‘Podemos hacer que Hans Ludwig Babblinger vuele para el rey.’ Buena idea.
Desgraciadamente, y debido a la obligación de acomodarse las conveniencias reales y de los habitantes de la ciudad, Babblinger eligió los cercanos escarpes que caen sobre el Danubio para su exhibición. Aquí la corrientes de aire son descendentes.
Llegó el gran día. Músicos, el rey y su corte, los dignatarios de la ciudad y miles de gentes del común se reunieron junto al río. Babblinger se situó sobre una plataforma colocada en la parte más elevada de las escarpaduras rocosas, tomó impulso, se encogió y se lanzó al aire.
Y cayó al río como una bala de cañón.
No fue bien la cosa.
El domingo siguiente, desde el púlpito de la gran catedral, el obispo de Ulm citó a Babblinger por su nombre a la hora del sermón y le avergonzó públicamente por su pecado de orgullo.
‘EL HOMBRE NO ESTÁ HECHO PARA VOLAR’, afirmó con voz tonante el prelado.
Humillado por la ira acusadora del obispo, Babblinger salió de la iglesia, se fue a casa y nunca más volvió a aparecer en público. Murió poco después.
Con las alas, los sueños y el corazón rotos.
Cada vez que viajo en avión, me viene a la cabeza Babblinger y el obispo de Ulm. Desde la ventanilla del avión observo, empequeñecidos, pueblos, bosques, ríos, … Cómo me gustaría llamar a Hans Babblinger para que saliera de su tumba y tomara asiento junto a mí, y decirle: ‘Mira, mira y no te avergüences. El hombre está hecho para poder volar.’

Hay frases célebres…

Hay frases célebres…

 

Hay frases célebres…
Hay frases profundas…
Hay frases hermosas…
Hay frases que ni fu ni fa…
Y hay otras que ni tan siquiera son lo que dicen ser.
Las hay que son como el I Chi, que son Yin y Yan, valen para lo bueno y para lo malo, son ambiguas y hermafroditas, son también como las famosas predicciones de Nostradamus para las que caben múltiples interpretaciones y todas válidas según el contexto, curioso arte este por cierto… (¿recibirá algún nombre?, me refiero al arte de edificar textos que sin ofrecer una respuesta detallada y concreta, en un momento dado si te dan esa respuesta que buscas o mejor dicho que esperas encontrar, no sé si me explico… que valen tanto pa un roto como pa un descosio, ¡vamos!).
Sencilla pero profunda, llena de significado e insignificante, ahí va una frase sin nombre, sólo eso un montón de palabras encadenadas, porque hoy me apetece compartirla y no mañana ni ayer:
‘Lo que ha ocurrido una vez no tiene por qué repetirse, pero si ha sucedido dos veces es casi seguro que ocurrirá una tercera’.

Sangrar

Sangrar

Lo que voy a contar a continuación a propósito la sangre comienza con panecillos de bimbo crudos. Un panecillo de bimbo crudo no se queda por las buenas en el interior de una tostadora eléctrica. Y, si lo hace, no saldrá de allí a menos que utilices un destornillador. Este postulado ha sido fehacientemente demostrado. Hace bien poco. Para ello debes cortar el panecillo crudo por la mitad siguiendo una disposición longitudinal, que es la manera más difícil. Esta operación tampoco es fácil de llevar a cabo por las buenas. Puede servir de ayuda un cuchillo de carnicero bien afilado y unos alicates. Pero, en el fondo, tampoco sirven de mucha ayuda. Si quieres rebanarte un trozo de dedo, ésta es la posición ideal.
La tendencia normal cuando te llevas por delante un trozo de dedo es la de querer llamar al médico. La sangre significa emergencia. Pero si consigues de alguna forma dominar el pánico, puede presentársete una ocasión existencial si te mantienes en silencio y sangras un poco en el fregadero.
No morirás de este corte; ya te has cortado el dedo otras veces. (Y además no hay tiritas en el botiquín del cuarto de baño. Las has utilizado para hacer los paquetes de los regalos cuando se acabó la cinta adhesiva.) Calma.
Sigue adelante y respira hondo. Y sangra.
Ya ves que no estarás sangrando durante mucho tiempo. Tu propio médico interior se hace cargo del problema de una manera sorprendente. Mientras tanto, el fregadero ha adquirido la más bella de las tonalidades. Un rojo escarlata que nunca podrás adquirir en tubo en la tienda donde se venden artículos de pintura y dibujo. Y es de fabricación casera. Lo más parecido a esto fuera de tu propio cuerpo es el agua de la mar. Cuando salimos de la mar, la interiorizamos. Tenemos alrededor de cinco litros de esta materia en nuestro interior, y si te sacan medio litro y te lo tiran, en un momento vuelves a hacer otro medio litro que sustituye al que te han sacado, y sin que tengas que pensar en nada. Sencillamente te preparas algo más de sangre.
Ya has dejado de sangrar. El efecto de una cascada de proteínas formada por dieciséis escalones ha servido para construir una presa y ha impedido el paso de la corriente. En el lugar de la herida se han reunido los glóbulos blancos para luchar contra la infección; otros elementos sanguíneos han transportado ya materiales para reparar el desperfecto, y ha dado comienzo la curación. Han sido suministradas suficientes endorfinas para disminuir el dolor; en realidad, no hace mucho daño.
Sucederá todo esto si tienes la paciencia de aguantar allí durante cinco minutos.
Sin que tengas que pensar, planificar, organizar o intentar nada.
Esta sangre tuya es preciosa. Es muy poderosa y eficaz. Es digna de respeto.
Es vida.
Confirmado.

Algo que compartir

Algo que compartir

Un descubrimiento, una creación, alcanzan mucho más valor cuando puedes compartirlo con alguien que lo entiende y lo aprecia.
En general uno hace las cosas por uno mismo. El artista en un principio crea su arte por y para sí mismo, el que lee un libro lo hace para sí, el que ve una película lo hace porque lo desea particularmente. Pero la satisfacción propia tiene un complemento perfecto que es el hecho de compartirla con alguien.
Puede ser cualquier cosa: un amanecer, una canción, una película, tu primer huevo frito sin quemar la cocina; algo que te llega al alma y te transmite una sensación tan intensa que te gustaría que alguien más la compartiera contigo.
Y si consigues conectar con ese alguien te sientes… doblemente bien, por ti y por esa otra persona.
Es lo que Anne Shirley denominaba espíritus afines. Sin embargo, es muy difícil encontrarlos, por eso debemos valorar y conservar los que podamos encontrar en la vida.
Es lo que sucede cuando leemos un libro especial, vemos una película especial, escuchamos una canción especial, que quieres que alguien más lo lea, vea o escuche, para intentar compartir ese sentimiento.