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Categoría: Pensamientos

¿De dónde viene el amor?

¿De dónde viene el amor?

«… El origen de una naturaleza tiene que estar fuera de esa naturaleza (…) Es interesante la práctica de remontarse hasta el origen del pensamiento, hasta el origen de la corriente. El origen del pensamiento no está en el pensamiento mismo, es curioso sentirlo. Entonces ¿dónde está el pensador? Su reflejo está en el pensamiento pero no le conocemos directamente.»

Podría haber un «origen» que no contenga un final. Como un amor que no sea el opuesto al odio, un amor que se sostenga a sí mismo. ¿De dónde vendría ese amor? En cierto sentido, lo real es lo que siempre está a punto de ser; en cuanto es algo, entra en el registro de la realidad, de lo conocido, del acto de nombrar. Lo real es el imposible que tanto nos atrae.

Me gustan los domingos

Me gustan los domingos

No sé dónde leí una vez que hay personas que detestan los domingos hasta extremos algo patológicos. Decía que eran personas bien adictas al trabajo, para las que los domingos eran la cara de la moneda en la que veían que sólo tenían el trabajo, o todo lo contrario eran aquellos que detestaban lo que hacían durante la semana y veían en los domingos la puerta de entrada a lo que les esperaba el resto de la misma.
Mi caso es el contrario, me gustan los domingos. Es el día de tomarse un tiempo para todo. De despertar cuando ya no tienes sueño, cuando los ojos se te abren sin la ayuda de ese zumbido molesto y traidor de cada mañana, de desayunar despacio, a veces viendo la tele, de leer el periódico sin prisa, de comer cuando uno tiene hambre y no cuando toca, de la peli amodorrado después de comer o mejor aún, de la siesta, esa costumbre que yo incluiría en los convenios laborales, de acostarme en sábanas de algodón limpias, planchadas y cambiadas por la mañana, que casi da pena meterse en la cama, pero que te acogen tibias, tersas, suaves, con las marcas de haber estado dobladas.
Domingos en los que a veces es grato sorprenderse con chocolate a la taza del de toda la vida, hecho con chocolate de tableta rallado, no con polvos soluble, en los que nos hace por turno nuestras comidas favoritas, en las que tienes tiempo de tomarte un helado con el café.
Domingos que desde pequeño tengo asociados a ropa limpia, a la ropa de domingo, a la propina que me daban mis padres.

Primera flor del azahar

Primera flor del azahar

 

Aunque ahora no llueva está el sol afuera y hace algo de fresco. Sin embargo, hoy el día ha tenido algo de extraordinario: he visto el primer azahar abierto. Tal acontecimiento no es baladí, aunque parezca un suceso que sólo interese a botánicos y fabricantes de mermelada de naranja amarga. Si este sol dura unos cuantos días, la floración empezará a ser generalizada, y todo cambiará en esta ciudad. El fin del invierno creo que es celebrado por muchos pueblos, pero aquí es algo parecido a una liberación. Desde que terminan las navidades, por estas tierras ibéricas estamos deseando compulsivamente que se acabe el frío y la humedad; y aunque se sufra sequía, cuando llueve cuatro días seguidos, al quinto no es raro escuchar expresiones del tipo «joé, ya podían llenarse los pantanos y dejar de llover». Es cierto que la primavera no llega hasta más adelante, aunque ni de lejos hay que esperar al 21 de marzo, fecha en que la gente ya suele llevar mangas cortas debajo de la chaqueta. Lo de hoy es el anuncio de que se acaba el invierno, que salimos del letargo. El azahar forma parte de un calendario vital, por el que nos regimos todos, y que quizás los meridionales seamos más propensos a exteriorizarlo. A mí, con sólo verlo y olerlo, ya me han entrado ganas de todo, como si fuera un chute de vida, que dispara y acelera el cuerpo y la mente. Será que el invierno no está sólo ahí fuera, sino que también lo llevamos dentro, y esa necesidad de que cese el frío y humedad en nuestro interior es la que nos empuja a agarrarnos a la flor despistada de un árbol, una forma como otra de pasar página en el almanaque de nuestra vida.

La lectura es imaginar

La lectura es imaginar

Está claro que la mayoría de nosotros utilizamos la tele para relajarnos y acomodarnos, porque la tele nos sirve a la carta, frente a la confortabilidad de nuestros sillones, las imágenes de cualquier rincón perdido de la Tierra.
Decía Jean Renoir que el problema es que la televisión amalgama y convierte en papilla informe la realidad, la ficción, lo fundamental, lo secundario, el divertimento y la reflexión. En parte tiene razón, la televisión nos sirve en bandeja mucha imaginación. No obstante, es una imaginación prefabricada, no elaborada, en la que el televidente apenas toma partido. La imaginación se ha de ejercitar, sino ¿qué sentido tiene crear, idear? La pregunta tiene una respuesta contundente: imaginamos con los sentidos, con todos los sentidos, no sólo con la vista. Nos gusta tocar, oler, saborear y escuchar el viento de la vida, de la vida real, no de la vida filtrada a través de una cámara y servida en bandeja en la fría pantalla de un aparato de televisión.
Personalmente prefiero la lectura. Aquí sí que realmente se ejercita la imaginación. Me gusta, particularmente, emocionarme con lo que me cuentan, percibir que la sensibilidad del escritor coincide con la mía o me despierta numerosas emociones inéditas. Me gusta imaginar a través de la letra, hundirme en la historia que me cuentan hasta perder la noción del yo. Porque avivar nuestros sentidos nunca puede ser usurpado, en los territorios de nuestro consciente y de nuestros inconsciente, por algo que simplemente vemos en un trasto que, a la postre, no pasa de ser un mero electrodoméstico.
Y así imaginamos, a lomos de la ficción y la no ficción, para seguir recuperando algo que es tan eterno como la vida humana: la sed de la emoción, la sed de la aventura intelectual.

Dicen que el sentido del olfato es muy especial

Dicen que el sentido del olfato es muy especial

 

… dicen que el sentido del olfato es muy especial, que pese a ser el primero que se apaga cuando dormimos es el que está más encendido estando despiertos, que aunque es un sentido que se adapta rápidamente también es capaz de percibir los pequeños cambios, y sobre todo, se dice que el sentido del olfato es el más evocador.

… y un día entras al portal y la vecina del primero está cocinando algo que te transporta a casa de los abuelos, o hueles un perfume que usaste aquella noche que saliste a celebrar algo y resultó ser especial y recuerdas de repente cada detalle, o te cruzas por la calle con un señor que usa la misma colonia que aquella persona que ya no está y recuerdas como era cada mañana antes al ir a la ducha.

… dicen que el sentido del oído es muy especial, que aunque la atención lo controle siempre está despierto, que es muy evocador, y una melodía puede transportarte a un día de verano… y puedes escuchar una canción que te haga recordar con los tres primeros acordes cómo te sentías aquellas tardes de hace cinco años… y recuerdas volver de darle clase de matemáticas a aquel niño inquieto, metiendo el dinero que ganaba en una caja para ir no sabía muy bien a donde.

La película vital

La película vital

 

Siempre me ha sorprendido la capacidad de ilusión del cine. ¡Con que magia puede condensar las experiencias! ¿O no es mágico que durante solamente dos horas se nos presente, sintetizada, una vida humana, con sus nudos biográficos entrelazando la esencia de aquella larga existencia? Ya quisiera el escritor realizarlo. Ya quisiera el pintor, el escultor, el arquitecto, llegar a semejante capacidad de síntesis. El espectador acaba buceando y sometiéndose al olvido de sí, haciéndose partícipe del hilo vital y conductor de aquel personaje. Pues, ¿qué son dos horas comparadas con toda una vida? Poca cosa.
¿Dónde está entonces el truco? Esa compresión temporal es, según dicen, la que la conciencia opera en los últimos momentos de la existencia personal.
El carrete se suelta y, en instantes, se devela lo más importante de una biografía. No sé, pues obviamente no lo he experimentado, si dicha película carece o no de estructura. Tampoco si deviene acompañada con alguna banda sonora. Ni si la conciencia mira entonces el tiempo de la manera acostumbrada. Confieso que mantendré cierta curiosidad distanciada sobre el tema, pero a nadie vendría mal recapitular, e imaginarse como sería, la película de su vida.
Imagina que filman anónimamente un día cualquiera de nuestro hacer cotidiano. ¿Que sería, una comedia, un drama?, ¿un aburrido documental? ¿Qué fondo musical la ambientaría? Seguramente, cualquier persona que visionara su cinta, operaría cambios en su vida. ¿O sufriría una gran depresión, al ver cuantas dos horas desaprovecha en su vida?
Tal vez parte del secreto de la magia fílmica esté en su ambientación musical que, aún no describiendo nada, intensifica la emoción de un momento o historia determinados, catalizando el sentir. Está allí pero raramente la percibimos. Quizás nuestra existencia fuera más intensa si dispusiéramos de una banda sonora. Acaso aquel beso parecería aún más romántico. Aquel sufrimiento aún más doloroso. Nuestras vidas, más de cine.
Ojalá se abran hoy, en sesión continua, los telones de nuestra sala interna.
Ojalá fuera, de verdad, alguna vez el día del espectador. Disfrutemos, riamos, lloremos, también, con la película de nuestra vida.

Releyendo viejos mensajes

Releyendo viejos mensajes

Estuve releyendo viejos mensajes. Mensajes que escribí y nunca llegaron a su destino. Mensajes que se quedaron aguardando en la memoria olvidada del ordenador. Renglones borrosos en sobres arrugados. Fechas estáticas que marcaron lo que quise decir a alguien aquel día y al final me quedé para mí mismo. Y para el recuerdo. Fechas del año 98, del 99. Fechas olvidadas del 2000.
Seguro que alguna vez tú has escrito también una carta, que no lanzaste a su destinatario. Mensajes importantes. «Las cosas que nunca se dicen, suelen ser las más importantes» Isabel Coixet. Aunque la importancia de las cosas se difumina tras los años.
Quizá tú también los hayas conservado después del tiempo.
He tenido una idea inspirada por la nostalgia, quizá una idea absurda: Lo que escribimos aquella vez, fue para ser leído, aunque un último impulso evitara esa posibilidad.
Cementerio de mensajes. De aquellos que no fueron enviados, o que si resultaron serlo pero no obtuvieron respuesta. Quizá mensajes sin destinatario aparente. O puede que mensajes que dieron algún fruto que ahora se ha perdido… Mensajes. Tus mensajes. Los míos. Los de él. Los de ella…
¿?

El mundo sin tiempo

El mundo sin tiempo

Eva vive en un mundo donde el tiempo se puede detener. Cada vez que es necesario, el tiempo se detiene y se corrigen errores y situaciones que puedan afectar fatalmente a su mundo o simplemente por gusto.
En mi mundo el tiempo es continuo. Muchos deseamos que se detenga cuando creemos tocar la felicidad. Pero aquí, no pasa eso. En ese momento desearíamos vivir en el mundo de Eva. Sin embargo, los de éste mundo sabemos disfrutar más esos momentos. Luchar siempre por vivirlos, porque a diferencia del mundo de Eva, aquí el tiempo, sigue su tiempo.

Soñar en colores

Soñar en colores

Esta noche pasada soñé en colores. No recuerdo bien de que trataba el sueño. Apenas vislumbro retazos de mi infancia. Los recuerdos se van borrando. A veces recuerdo el recuerdo del color, pero no el color mismo. ¿Tú te acuerdas de todo lo que aconteció cuando tenías seis años? ¿No te pasa que a veces recuerdas algo que ocurrió, pero no como evocación directa de tu memoria, sino porque el episodio viene siendo repetidamente narrado, a través de los años, por tu madre o por tu padre? Al final, asumes tu papel como protagonista de esa historia contada, pero no desde el interior de ese protagonismo que alguna vez tuviste.
No obstante, no estoy seguro de ver los sueños. Bueno, no sé si veo o creo que veo. Además, no siempre sueño en colores. Lo que ocurre es que cuando despierto, tengo conciencia de que soñé con colores, pero no sabría decir cuál es el rojo, el amarillo o el verde.
Siempre me he preguntado qué sueñan los ciegos de nacimiento. ¿Soñarán en colores?
De todas maneras, no siempre el mejor cine está en tecnicolor.