Navegando por
Categoría: Pensamientos

Orión

Orión

Cuando es de noche y paseo por la calle, siempre trato de mirar al cielo. Las noches invernales son las más preciosas de todo el año, y una de mis constelaciones favoritas es Orión. De manera clarísima se levantan las dos estrellas de los hombros, Betelgeuse y Bellatrix, las tres estrellas del cinto y las dos estrellas de los pies, de las cuales la de la derecha se llama Rígel. En la antigua leyenda griega, el cazador Orión tenía fama de poder vencer a cualquier fiera. Debido a ello, entre él y el Escorpión se desató una dura batalla. La leyenda continúa relatando que Ulises, durante su viaje a los infiernos, se encontró con el gran cazador Orión, quien lo condujo donde se hallaban los gigantes de la antigüedad Otos y Ephialtes. Se consideraba que éstos habían sido, después de Orión, los gigantes más bellos que jamás habían existido. Orión era considerado también como un gran caminante y, gracias a su enorme fuerza, como un gran benefactor de la Humanidad.
Bueno, pues ésa es un poco la mitología de Orión. Esto viene a colación porque a pesar de que el día este nublado o no haya más que negros nubarrones que no dejen ver ni la luna o tan sólo un pálido reflejo de su brillo, la realidad, a pesar de todo, nos dice que la noche está estrellada y que detrás de cada gran nube, hay infinidad de estrellas que titilan a modo de simpáticos guiños.
Mi afición por mirar las estrellas me levanta sentimientos de soledad, de sentirme irreal en un mundo perdido. Cuando estás aquí, tan solo, te da tiempo a pensar en muchas cosas. A veces es un peligro ceder a la tentación de perderte por los infinitos vericuetos de tu mente, pero siempre suele ser conveniente dedicarte unos pocos minutillos al día. Es una pena que tal como va la vida, casi no te quede tiempo para ti mismo, para tener una pequeña parcelita de soledad que, si es en el momento apropiado, puede ser muy aconsejable.
Hay un fragmento precioso de Juan Salvador Gaviota, que refleja bastante bien el ánimo un tanto apesadumbrado pero con las esperanzas intactas, al cual me refiero.
‘…Pasamos de un mundo a otro casi exactamente igual, olvidando enseguida de donde habíamos venido, sin preocuparnos hacia donde íbamos, viviendo el momento presente… Elegimos nuestro mundo venidero mediante lo que hemos aprendido en éste. No aprendas nada, y el próximo mundo puede ser igual…’

Lujuria

Lujuria

¡Me encanta la lujuria! Bueno, tras este comienzo arrollador, lo que quiero decir que para mí la lujuria es algo estupendo. Al menos, claro, desde mi humilde punto de vista. En teoría, la lujuria es uno de los siete pecados capitales, pero yo nunca lo he visto como algo malo, porque creo que la lujuria fomenta la alegría y las ganas de vivir de las personas, y eso nunca puede ser malo, ¿no?
Vale, la palabreja es posible que esté asociada con ideas más negativas, pero es que no se me ocurre otra palabra que pueda sustituir ese concepto (además, cada uno le da a las palabras el sentido que prefiere, sobre todo cuando no se tiene muy claro qué representa exactamente la palabra en cuestión).
Creo que la lujuria es vida, o más bien, ganas de vivir. En realidad, cuando sales con los amigos y te diviertes, eso es en cierto modo lujuria. O te tomas una cervecita especial, que cuesta un mucho conseguirla, de las que salen en las series de televisión. Eso es lujuria. O cuando das un paseo por la playa, sintiendo el viento en la cara, y viendo las olas romper contra el malecón… O cuando estás con tu pareja y te dedicas a escucharle, a hacer planes, a mirar en la misma dirección, eso también es lujuria. Todo lo cotidiano tiene un componente lujurioso que sólo tenemos que buscar, y que podemos encontrar nosotros mismos, solos. Compartir este tipo de cosas hace que la lujuria adquiera un nuevo significado.
!Y todo esto sin hablar de sexo! Entonces sí que me quedo sin palabras, porque la lujuria en el sexo (y también fuera de él) es mágica, siempre buscando cosas nuevas, pero siempre teniendo en cuenta los deseos de la otra parte, siempre pensando en compartir, en desarrollar una cierta complicidad entre los dos.
La lujuria, al final, es un juego que nunca se juega dos veces de la misma manera; un juego innovador, que no cansa, que une, que te divierte. Vamos, que es algo de lo que hay que estar orgulloso y que hay que practicar a menudo. ¡Viva la lujuria!

Un puntito en el Universo

Un puntito en el Universo

 

¿Sabes exactamente dónde estás ahora? Estás en una ciudad, junto con mucha gente y en este momento existe una gran posibilidad de que muchas personas abriguen en sus corazones las mismas esperanzas y desesperanzas que abrigas tú.

Sigamos: eres un puntito microscópico en la superficie de una esfera. Esta esfera gira alrededor de otra, que a su vez está localizada en un lugar de una galaxia, junto con millones de esferas semejantes.

Esta galaxia forma parte de una cosa llamada Universo, llena de gigantescas aglomeraciones de estrellas. Nadie sabe exactamente dónde comienza y dónde termina eso que llaman Universo.

A pesar de todo, eres lo máximo. Luchas, te esfuerzas y tratas de mejorar. Tienes sueños. Estás alegre o triste o indeferente. ¡Qué maravilloso es vivir! ¡Y sentirse amado!

Día de meditación

Día de meditación

Hay días que me pongo a meditar. ¿Lo has hecho alguna vez? Anualmente, una semana después de pasadas las fiestas de Navidad. Cuando no hay nada especial que hacer, y por eso se convierte en un momento especial. El primer día en que, por fin, cada cosa regresa a su estado rutinario normal. Los familiares han vuelto a sus casas. También las Navidades han venido y se han ido, y como quiera que sea que hayan sido -buenas, malas, indiferentes-, ya se han acabado. Ha pasado el día de Navidad, el día de Año Nuevo y finalmente el de Reyes, y tanto si te has ido de juerga como si simplemente te has metido en la cama, ya ha finalizado todo. Todo ha quedado limpio ya de la porquería que siempre se produce en vacaciones, la casa está ordenada y las sobras han ido a parar a la basura. Es demasiado pronto para ponerse a preparar el viajecito de verano y demasiado pronto también para irse a tomar el sol a la playa.
Pero no puede decirse que se trate de un tiempo perdido por completo. Una tarde de domingo que dediques a pasear por tu barrio te informará de que la vida sigue su curso. Una mirada más detenida te muestra los brotes de la existencia de otra primavera a punto de aparecer en los árboles y, en la profundidad de sus lechos, los narcisos y los almendros sienten que algo comienza a moverse bajo sus pies. Y eso lo sabes porque tú mismo sientes que algo bulle también en tus propias raíces. Y los días son ya más largos.
Meditar no es cavilar, ni sentir, y ni siquiera meditar en el sentido religioso de la palabra. Es maravillarse a un nivel más profundo.
Este año me quedé maravillado la tarde del ‘Día de Meditación’.
Me puse a pensar en las chicas con las que había estado hacía tiempo. ¿Dónde se encontrarían ahora? ¿Qué aspecto tendrían? ¿Me habría perdido algo bueno? ¿Qué sucedería si intentara localizarlas y hacerles una llamada? (‘Hey, soy yo.’ ‘¿Quién?).
Me puse a pensar en aquella gente que todavía no lo saben, pero que no estarán ya aquí por estas fechas el año que viene para meditar. Si ya lo supieran ahora, ¿les ayudaría eso en algo? ¿Y qué pensar de todos esos niños que estarán aquí en esta misma época del año venidero, pero que, por el momento, no son más que un deseo de los padres?
Me puse a pensar en toda esa gente encerrada en la cárcel y torturada, sobre todo en aquellos que han sido castigados injustamente. ¿Tienen esperanzas?
En algún lugar del recorrido por ese camino de las cavilaciones del ‘Día de Meditación’, comencé a hacer pactos secretos conmigo mismo. Aquella clase de cosa que no cuentas a nadie porque no quieres que te pillen haciendo algo tan ridículo como los propósitos del Año Nuevo. Conservas este material en tu interior para no ser sorprendido en un renuncio, y que después no hagas aquello que has dicho que ibas a hacer. (Una vez confeccioné una lista con todo lo bueno que había realizado el año que acababa de finalizar y, a continuación, la expresé en forma de ficha de propósitos y le puse una fecha ya pasada. Eso sí que es hacer las cosas bien. 8-))
Cuando medito, recuerdo siempre los días pasados en el instituto. La vuelta al instituto la primera semana después de las vacaciones navideñas, prometiéndome secretamente a mí mismo que, ese año, iba a hacer las cosas mucho mejor. Y, ciertamente, las hacía mejor durante unos cuantos días. Nunca continuaba haciéndolas mejor -existen tantas maneras de distraerte cuando eres jovencito-, pero, al menos durante unos cuantos días -unos cuantos días de esperanzadora posibilidad había demostrado que, en efecto, podía hacerlas mejor. Si quería.
Ahora, pasados los treinta, en un momento de la experiencia en que se tiene un poquito de cuidado, en que todo es más incierto y uno se vuelve reflexivo, casi inconscientemente me prometo lo mismo. Podría hacerlo mejor. Y los políticos y el Papa y el resto de la Humanidad. Lo podríamos hacer mejor.
Me estoy acordando ahora de un cuento que oí sobre un hombre que encontró el caballo del rey y, como no sabía que era el caballo del rey, se lo quedó; pero el rey dio con él, lo arrestó e iba a ajusticiarlo por robar el caballo. El buen hombre trató de explicarse y dijo que aceptaría gustoso el castigo, pero ¿sabía el rey que podía enseñar a hablar al caballo y, de esta manera el rey se convertiría en un señor más poderoso, con un caballo que hablaba y todo? El rey pensó muy bien lo que podía perder y le concedió un año de plazo. Bueno, los amigos del buen hombre pensaban que estaba loco de remate. Pero el hombre les dijo: ¿Quién sabe?; el rey puede morir, yo puedo morir, el mundo puede acabarse, el rey puede olvidarse. Y a lo mejor, quizá, quizás, el caballo, pueda aprender a hablar.
Siempre debemos creer que puede pasar cualquier cosa.
Ésa es la razón por la que, cuando me preguntan dónde he estado, siempre digo: ‘Ah, hablando con un caballo.’ Así doy materia para meditar.

Mensaje de borrador

Mensaje de borrador

En este mensaje de borrador que voy a reciclar, hay cosas apuntadas sobre ‘las luces y el color del cielo’, que casi no recuerdo a santo de qué iban, quizás era recordando cómo me sorprendió el cielo de Helsinki, no pensé que fuera a ser tan hermoso.
La última cosa apuntada que reciclo es la pregunta «¿Dónde está la felicidad?» algunos dicen: ‘La felicidad está en saber lo que se quiere… Yo no sé donde esta la felicidad, no me parece que esté en saber lo que se quiere. Supongo que no eres feliz hasta que lo alcanzas y cuando lo alcanzas ya estás queriendo otra cosa. Sin embargo, intento seguirle el rastro a la felicidad. Creo que quiere llevarme por un sendero diferente: la felicidad está en saber lo que se tiene, en detenerse, dejar de pensar por lo que no se tiene o no se es, y mirar alrededor…
Leí en un prólogo hace tiempo que un Califa de Córdoba escribió en sus memorias: ‘Y fui feliz catorce días…’ luego dándose cuenta de su exageración añadió: ‘… no seguidos.’ He estado meditando sobre el asunto y la verdad, no me puedo quejar, la vida no me ha maltratado mucho, sólo lo justo para poner en su sitio las cosas importantes.
La felicidad creo que va de la mano de la paz interior, las cosas no dan felicidad, las personas a menudo dan preocupaciones. La felicidad está en uno mismo y hay que saber descubrirla con paciencia, conocerse y admitir las limitaciones que uno tiene, mirar hacia delante. ‘La capacidad de experiencia’, disfrutar de las pequeñas cosas, sorprenderse siempre.
La muerte no me preocupa, al menos la mía, no creo que merezca la pena derrochar esfuerzos en algo que no se puede controlar, bastante tengo con vivir que, a veces es difícil y a veces es estupendo. Hay que aprovechar y disfrutar cada momento mientras el tiempo pase y corra el minutero del reloj. Me preocupa más, en este aspecto, la pérdida de alguien querido, ya sea por accidente o por abandono. Es otra forma de muerte no menos dolorosa.

Por si las moscas…

Por si las moscas…

San Agustín se confesaba ignorante respecto a la razón de Dios en crear a las moscas. Lutero resolvió más atrevidamente que habían sido creadas por el diablo, para distraerlo a él cuando escribía buenos libros. Esta íntima opinión es ciertamente plausible.

Coleccionar cualquier cosa

Coleccionar cualquier cosa

 

Tengo un terrible defecto. Puede que sea una virtud, quizá para unas cosas sea una virtud y para otras sea un gran defecto. Guardo cosas… lo guardo todo. No, no es que vaya por ahí recogiendo cosas de los contenedores. La «boutique de noche» que llama un amigo mío. Pasa uno toda la vida guardando cosas. Acumulándolas. Libros, discos, apuntes, fotos, ropa, revistas… un montón de cosas que lo ocupan todo y parecen muy importantes. Llevo muchos años introduciendo registros en una base de datos hecho para tal propósito: mi colección de discos, libros, sellos, etiquetándolo todo, y…
¿Recuerdas la época en la que coleccionabas recortes de cine? o ¿pegatinas? o ¿cualquier cosa como el más preciado tesoro? y años más tarde, un día, te pones por cualquier motivo a sacarlo todo, a embalarlo, y descubres que todo eso no es importante, que lo que hace que te de un vuelco el corazón es un trocito de papel con unas palabras escritas cuando eras crío, o un collar hecho de semillas de aquel verano hace tantos años, o una postal que te envió un amigo desde Praga.

Si tuviera que salir corriendo porque mi casa ardiera, cogería a… no lo sé. Y las cosas que echaría de menos, mis cosas favoritas serían esas pequeñas cosas irremplazables y lo demás lo tiraría gustoso preferiblemente con una catapulta.

Permanencia vital

Permanencia vital

Es extraño ver como pasa la vida, y como hay cosas que antes fueron vitales, y hoy, sencillamente, no son nada. Sin embargo hay otras, que a pesar de que el reloj no detiene su marcha, siguen ahí, y permanecen hasta este momento conmigo; a pesar de todo, sigo soñando, y estoy convencido de que, de esos grandes sueños nacen esas realidades, que se agigantan mientras, como puedo, voy tratando de vivir intensamente.

Melancolía

Melancolía

 

Leyendo una cita de Víctor Hugo, la cual dice ‘La melancolía es la felicidad de estar triste’ me puse a reflexionar. Me considero una persona melancolía por naturaleza. Disfruto con ello. Por eso cuando leí dicha cita, me sentí reflejado en ella.
Me gusta recordar determinados escenarios, coloridos, tonalidades en el ambiente. Disfruto con la ‘déjà vu’, esa sensación de estar viviendo algo que ya habías vivido antes. Puede ocurrir con el simple mirar de las nubes, o el color del cielo. Entonces trato de recordar a que momento de mi vida me recuerda todo aquello.
Difícil ubicación. Los días se acumulan de tal forma que se pierde la cuenta. Quedan lagunas en el recuerdo. Momentos que pasaron sin pena ni gloria. Es lo que no me gusta del pasado, el olvido.
Pero bueno, creo que me estoy desviando del tema cuando mi pretensión es la de dar sentido positivo a la melancolía.
Muchas personas detestan la melancolía. Son aquellos que tratan de olvidar. Yo no tengo por qué olvidar por eso me regocijo en ella.
La dulce melancolía responde expresamente a momentos tiernos, que quizá, en el momento de ser vividos eran simples momentos sin importancia. Sin embargo, con el transcurrir de los años se tornan en momentos claves de nuestra vida, no por hecho de ser un acontecimiento extraordinario, sino más bien porque marcan una etapa en nuestra senda vital.

La NO existencia personal

La NO existencia personal

Quizá la mayor contradicción que afrontamos en nuestra existencia, la más ardua de asimilar, consista en saber que ‘hubo un tiempo en que yo no estaba vivo, y llegará un tiempo en que yo no esté vivo’. En un nivel, cuando ‘brincamos fuera de nosotros mismos’, y nos vemos simplemente ‘como otro ser humano’, ello adquiere pleno sentido. Sin embargo, en otro nivel, tal vez más profundo, la no existencia personal carece de todo sentido. Todo lo que sabemos está integrado a nuestra mente, y por ende todo lo que no esté en el universo carece de comprensibilidad. Se trata de un innegable problema básico de la vida. Cuando tratamos de imaginar nuestra no existencia, hacemos la prueba de brincar fuera de nosotros mismos, proyectándonos en algún otro. Nos ilusionamos creyendo que podemos implantar en nuestro interior una perspectiva externa acerca de nosotros mismos. No obstante, aunque imaginemos que hemos podido brincar fuera de nosotros mismos, en realidad jamás podemos hacerlo… Como quiera que sea, esta contradicción es tan grande que, durante la mayor parte de nuestra existencia hacemos como si no la viéramos, pues afrontarla no nos conduce a ninguna parte.