Hilma Af Klint
En el sótano polvoriento de una casa de campo sueca, en 1986, un agricultor descubrió algo que cambiaría para siempre la historia del arte: más de 1.200 obras de colores vibrantes, formas geométricas y símbolos místicos. Firmadas por Hilma af Klint, estas pinturas no eran simples trazos al azar. Eran un mensaje cifrado, una explosión de abstracción creada décadas antes de que Kandinsky, Mondrian o Malevich fueran celebrados como pioneros de este movimiento. ¿Cómo es posible que nadie supiera de ella? La respuesta es tan fascinante como sus obras: Hilma pintaba para un futuro que aún no existía.
Nacida en 1862 en Estocolmo, Hilma fue una de las primeras mujeres en graduarse de la Academia Sueca de Arte. Pintaba retratos y paisajes realistas, ganándose el respeto de la sociedad… pero su alma pertenecía a otro mundo. Influenciada por los descubrimientos científicos de su época —como los rayos X y las ondas electromagnéticas— y obsesionada con lo invisible, formó «Las Cinco», un grupo de mujeres que se reunía para contactar espíritus y crear arte «automático», guiado por fuerzas etéreas. Mientras vendía cuadros convencionales de día, de noche se encerraba a pintar visiones cósmicas, órdenes geométricas y universos paralelos.
Hilma sabía que su arte abstracto —caótico, espiritual, rompedor— no sería entendido en una época dominada por el realismo. Temía el ridículo, la incomprensión y hasta la pobreza. Por eso, en un acto de audacia y presciencia, ordenó en su testamento que sus obras permanecieran ocultas 20 años después de su muerte (en 1944). Creía que el mundo necesitaría tiempo para alcanzar su visión. Pero el destino jugó en su contra: las cajas de madera no se abrieron hasta 1986, rescatadas del olvido por casualidad.
Sus pinturas no solo anticiparon la abstracción: la reinventaron. Mientras los modernistas exploraban la forma por la forma, Hilma fusionaba ciencia, misticismo y geometría sagrada. Series como «Los cuadros para el templo» (1906-1915) son mapas de universos invisibles, donde espirales, círculos y símbolos alquímicos dialogan con colores puros. No era solo arte: era un lenguaje para comunicarse con lo divino.
Hoy, museos como el Guggenheim de Nueva York la exhiben como la madre olvidada del arte abstracto. Su historia nos recuerda que el genio a menudo se esconde tras el silencio, y que algunas visiones son tan radicales que requieren décadas —o siglos— para ser descifradas. Hilma no pintó para su presente: pintó para nosotros, para un futuro donde lo invisible se hace tangible. Y al fin, el futuro le respondió. ¿Genio incomprendida o profeta del arte? Hilma af Klint fue ambas. Su legado es un recordatorio: el arte verdadero no tiene prisa. Espera. Resuena. Y cuando menos lo esperas, emerge de las sombras para reescribir la historia.
En 2018, una retrospectiva suya en el Guggenheim batió récords de asistencia. ¿Quieres ver su obra?