El amor
es mandamiento, así pensaba
Kierkegaard. Mejor será
–pienso yo– amar, sin hacer
caso de ese mandamiento.
Reconociéndose
el alma con el alma,
respondiendo
la sangre a la sangre,
sin saber, en pleno
vuelo –hacia arriba
o hacia abajo–,
cuál habrá de ser
el lugar de destino.
Lo dice una canción: ‘Hay por lo menos
unas cincuenta formas
de dejar a una amante’.
Yo he escogido
la más desesperada:
destruirme contigo hasta la muerte.
Oigan: si encienden las estrellas
es porque alguien las necesita, ¿verdad?,
es que alguien desea que estén,
es que alguien llama perlas a esas escupitinas.
Resollando tormentas de polvo
del mediodía penetra hasta Dios,
teme haber llegado tarde, llora.
Le besa la mano carniseca,
implora que pongan sin falta una estrella,
jura que no soportará este tormento inestelar,
y luego anda preocupado,
aunque aparenta calma.
Dice a alguien:
Ahora no estás mal, ¿eh?
¿A que ya no tienes miedo?
Oigan si encienden las estrellas
es porque alguien las necesita, ¿verdad?
Es indispensable que todas las noches sobre los tejados
arda aunque sea una sola estrella.
Un poema de Vladimir Mayakovski (Rusia, 1893-1930)
No conozco mejor poema que el de Kavafis para representar lo que significa el espíritu del viajero… Tened siempre presente que ‘No importa el destino, importa el camino’.
Si vas a emprender el viaje hacia Itaca
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencias, en conocimiento.
A Lestrigones y a Cíclopes
o al airado Poseidón nunca temas,
no hallarás tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
A Lestrigones ni a Cíclopes
ni al fiero Poseidón hallarás nunca,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no es tu alma quien ante ti los pone.
Pide que tu camino sea largo.
Que numerosas sean las mañanas de verano
en que con placer, felizmente
arribes a bahías nunca vistas;
detente en los emporios de Fenicia
y adquiere hermosas mercancías,
madreperla y coral, ámbar y ébano,
aromas deliciosos y diversos,
cuanto puedas invierte en voluptuosos y delicados perfumes;
visita muchas ciudades de Egipto
y con avidez aprende de sus sabios.
Ten siempre en la memoria a Itaca.
Llegar allí es tu meta.
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino,
sin esperar que Itaca te enriquezca.
Itaca te regaló un hermoso viaje,
sin ella el camino no hubieras emprendido,
mas ninguna otra cosa puede darte.
Aunque pobre la encuentres, Itaca no te engañó.
Rico en saber y en vida como has vuelto,
comprendes ya qué significan las Itacas.
Al amor, en el que no hay que creer, sino hay que sentir;
Al Sol, el centro, que expande sus rayos al círculo de la conciencia;
A la música que hizo el espacio;
Al corazón, que está mas allá del espacio y del tiempo;
A la rosa-cruz que fue entregada al mundo para hacer infinitas las cosas
limitadas;
A la mirada de Olatz…
No hay túnel que dure cien años, mi vida. Mira
como se arruga la tiniebla, la procesión de pálidas
se desbarranca, los funcionarios inauguran ruinas.
Y vos y yo fundamos aires buenos.
Dónde estará la plata de mi río, sólo barro y olitas
de minué. En los camalotes cantan sirenas, pero
Ulises camionero no las oye, sólo escucha la radio.
Llueve liquen en los decrépitos televisores, buenas
noches a todos, mariposas y difuntos. Transmiten
en cadena las cadenas.
El cemento se cansa de ser cobija de la Pampa. Por
los baches asoma la luz mala, resucitan cardos y
maíces, abran paso a las luciérnagas curiosas que
verán.
Viento sur, olor a transparencia, silbo de la
calandria, madrecita cantora del primer rayo de la
aurora.
La sopa de los pobres llega al centro, y su vapor
al reino de los cielos.
Ventolina que barre tormentas, lavadero del alma,
nos deja serenitos, reciclando la pena en vasto
amor. Silbo de la calandria y vidalita de la
esperanza.
Darle cuerda al amanecer, empujar un poco al Sol,
al buen día meterlo en casa. Silba la calandria y
nos sorprende en vela, amuchados, con ganas de
seguir.