Alora Crucible, proyecto de Toby Driver (maestro tras Kayo Dot), transforma la música en paisajes surrealistas. A través de capas de sintetizadores analógicos, guitarras tratadas y un uso quirúrgico del silencio, Driver evoca lo sublime, dejando espacio para la introspección y el misterio. Influenciado por compositores como Debussy y Scelsi, su sonido descompone la estructura convencional para habitar un mundo entre el ambient y la avant-garde.
Durante la grabación de Thymiamatascension, Driver pasó semanas ajustando el reverb en una sola nota para «hacerla respirar como un bosque en la niebla». Ese nivel de obsesión cristaliza cuando la melancolía se filtra a través de una espiral de armonías suspendidas, marcando un pico emocional en su obra.
«Recuerda Morty, existe un infinito de inmensos espacios que ignoras y que te ignoran. Eres la nada en el pasado y la nada en el presente. Tus problemas son tan pequeños y estúpidos como tu propio lugar en el universo, diviértete.»
Ubicada en la ciudad de Rey, Irán, es un monumento emblemático del siglo XII que refleja el esplendor de la dinastía selyúcida. Construida como el mausoleo del gobernante Tughril Beg, quien falleció en 1063, esta estructura de ladrillo destaca tanto por su majestuosidad como por su diseño innovador. Con una altura de 20 metros, su forma poligonal de 24 ángulos no solo le otorgaba estabilidad frente a los terremotos, sino que también escondía una función inesperada: un reloj solar. Durante el día, la luz del sol proyectada en sus relieves permitía determinar la hora, una característica extraordinaria para su tiempo. Más allá de su función funeraria, la torre era clave para los viajeros de la Ruta de la Seda. En noches de niebla, se encendían hogueras en su cima para guiar a las caravanas que llegaban a Rey desde Khorasan, asegurando su seguridad en un viaje lleno de incertidumbres. Este uso práctico convirtió a la torre en un faro literal y simbólico de la civilización. Aunque la mayoría de los expertos coinciden en que es el mausoleo de Tughril Beg, algunos han sugerido que podría haber sido el lugar de descanso final de Khalil Sultan, el nieto de Tamerlán, o incluso de otras figuras históricas como Ibrahim Khawas. Esta confusión añade un aire de misterio al monumento. Durante la restauración ordenada por Naser al-Din Shah en 1884, el monarca quedó tan impresionado por el diseño de la torre que promovió su conservación. Sin embargo, esta restauración también eliminó elementos originales, como las inscripciones cúficas. Otra curiosidad se remonta a la creencia de que el término «torre» se refiere al paso del sol a lo largo del zodiaco, uniendo astronomía y arquitectura en un único diseño. Hoy, la Torre de Toghrol, protegida por la Organización de Patrimonio Cultural de Irán, no solo es un testimonio del esplendor selyúcida, sino también un recordatorio del ingenio humano. Con planes actuales de transformar su área circundante en un centro cultural, sigue siendo un símbolo vivo de la historia, la ciencia y la cultura persa.
Meriem Ben Amor es una cantante tunecino-canadiense con una voz única, que combina la riqueza de los adornos orientales con la claridad y suavidad de la música occidental. A lo largo de su carrera, ha aprendido a tocar violín, guitarra clásica y piano, mientras profundizaba en el estudio del Maqam árabe y el Malouf tunecino. Su música, que fusiona géneros como el jazz, la música del mundo y la electrónica, refleja su formación en música clásica y su paso por Berklee College of Music. Su primer álbum, Once Upon a Time, producido junto a Carmen Rizzo, marcó el inicio de una exitosa colaboración que sigue expandiendo sus horizontes musicales.
En su obra El Arenario, Arquímedes se planteó un desafío que parecía imposible: calcular cuántos granos de arena cabrían en el universo. Su objetivo no era simplemente obtener un número colosal, sino demostrar que incluso las cantidades que parecen infinitas pueden representarse mediante un sistema numérico adecuado. En la antigua Grecia, los sistemas de numeración eran limitados, permitiendo manejar números solo hasta los 100 millones. Para superar esta restricción, Arquímedes ideó un método innovador basado en potencias de miríadas (10,000 unidades). Su sistema consistía en tres períodos sucesivos, cada uno multiplicando las cifras alcanzadas por potencias de 10, lo que le permitió manejar números que desafiaban la imaginación. Gracias a este enfoque, Arquímedes logró calcular un valor máximo de 108 · 106 (o 1014), una cifra asombrosa para su época. Sin embargo, resulta intrigante que decidiera detenerse en este punto, ya que su sistema no tenía límites teóricos y podía extenderse aún más. Esta elección ha desconcertado a estudiosos modernos, quienes especulan sobre los motivos detrás de su decisión. El valor de El Arenario va más allá de los números. Este trabajo no solo desafió las limitaciones de los sistemas de numeración de su tiempo, sino que también sentó las bases para una nueva forma de pensar sobre lo infinito y lo mensurable. Su legado influenció posteriormente a matemáticos como Nicolás Chuquet, quien en el siglo XV introdujo los términos «millón», «billón» y más, ayudando a expandir nuestra capacidad de manejar grandes cifras. El Arenario sigue siendo un testimonio del ingenio humano y una inspiración para quienes buscan comprender lo inabarcable. Es un ejemplo de cómo la matemática puede convertir lo infinito en algo tangible y comprensible.
Jean-Léon Gérôme, uno de los principales exponentes del orientalismo del siglo XIX, capturó en «El vendedor de alfombras en El Cairo» (c. 1887) una escena que refleja el interés europeo por Oriente Medio durante la era de la expansión colonial. La obra fue creada tras las visitas de Gérôme a Egipto, un destino que atrajo a artistas y exploradores europeos debido a la apertura del canal de Suez (1869) y al creciente acceso a regiones consideradas místicas. En el cuadro, Gérôme retrata con meticulosidad una escena comercial en un zoco de El Cairo: un vendedor despliega una alfombra ricamente decorada con motivos persas y otomanos mientras un pequeño grupo de compradores observa con interés. El fondo arquitectónico, que muestra detalles islámicos como arcos de herradura y arabescos, proporciona un ambiente auténtico y minucioso. La atención al juego de luces y texturas, especialmente en los pliegues de la alfombra, evidencia el realismo fotográfico característico de Gérôme. El orientalismo, como corriente artística, tuvo un impacto ambiguo: por un lado, documentó escenas cotidianas y tradiciones del Oriente Medio que de otra forma se hubieran perdido; por otro, consolidó una visión eurocéntrica y exotizada de la región. Obras como esta reflejaban la fascinación por el lujo, el comercio y las culturas «no occidentales», pero también reforzaban estereotipos que servían para justificar la expansión colonial. Gérôme, sin embargo, se destacó por su rigurosidad en los detalles y su intento de representar el ambiente con fidelidad. La obra no solo invita a admirar su belleza técnica, sino también a reflexionar sobre el papel del arte en la construcción de imaginarios culturales y en la relación entre Europa y Oriente durante el siglo XIX.
No es bueno quedarse en la orilla como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca. Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha de fluir y perderse.