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Mes: septiembre 2025

Abandonados (1880) de Frants Henningsen

Abandonados (1880) de Frants Henningsen

Óleo sobre lienzo, esta obra captura la crudeza de la pobreza urbana en el Copenhague de finales del siglo XIX, un periodo de industrialización acelerada donde la brecha social se ampliaba entre la burguesía emergente y los marginados. Henningsen, formado en la Real Academia de Bellas Artes de Copenhague y influenciado por los impresionistas franceses durante su estancia en París, retrata dos niños abandonados en un callejón neblinoso, envueltos en harapos, con el fondo de fachadas grises y un cielo opresivo que refuerza su aislamiento. La obra, de 75 x 100 cm, se exhibió en la Charlottenborg en 1881, generando controversia por su realismo social, que contrastaba con el romanticismo predominante en Dinamarca.
El significado de Abandonados radica en su denuncia sutil de la negligencia social: los niños, con rostros demacrados y ojos suplicantes, simbolizan la vulnerabilidad infantil en un Copenhagen donde la mortalidad infantil superaba el 20% según censos de 1880, y los orfanatos estaban saturados. Henningsen, hijo de un pastor luterano, infunde un matiz filosófico: la abandono no es solo físico, sino existencial, evocando la soledad kierkegaardiana de la existencia humana ante la indiferencia divina y social. La profundidad de la obra se acentúa en su técnica: pinceladas sueltas para el fondo brumoso, contrastadas con detalles hiperrealistas en los rostros infantiles, logrando un efecto de profundidad emocional que anticipa el expresionismo.
La historia de la pintura es marcada por su recepción mixta: alabada por críticos como Julius Exner por su veracidad, pero criticada por su pesimismo en una era de optimismo nacionalista danés. Vendida en 1885 a un coleccionista privado, se redescubrió en la retrospectiva de Henningsen en 1901, tras su muerte prematura a los 43 años. Hoy, exhibida en el Statens Museum for Kunst, representa un hito en el realismo danés, influyendo en artistas como Joakim Skovgaard. Técnicamente, Henningsen emplea una paleta de grises y ocres para evocar melancolía, con toques de luz en los rostros que sugieren esperanza fugaz. Abandonados no solo documenta la miseria; invita a una reflexión sobre la responsabilidad colectiva, un eco contemporáneo en debates sobre desigualdad en 2025, donde la pobreza infantil persiste en un mundo industrializado.

‘El ancho mundo’ de Pierre Lemaitre

‘El ancho mundo’ de Pierre Lemaitre

Lemaitre despliega una narrativa coral ambientada en 1948, un año que marca el umbral de las Treinta Gloriosas, pero teñido de desilusión posbélica. La familia Pelletier, radicada en Beirut, orbita alrededor de la savonnerie prosperada por Louis y su esposa Angèle. Sus cuatro hijos encarnan la diáspora de ambiciones juveniles: Jean, apodado Bouboule, un heredero inepto con manos zurdas y motivación nula, se une a Geneviève, una mujer de temple férreo que anhela un ascenso social ilusorio; François, impulsado por el periodismo sensacionalista, migra a París para destapar escándalos que capturan la fascinación pública por los hechos divers; Étienne, arrastrado por un amor clandestino, acepta un cargo en la Agencia de Monedas en Saigón, inmerso en la guerra de Indochina que se empantana en corruptelas como el tráfico de piastras orquestado por el Estado francés; y Hélène, la benjamina, resiste la inercia doméstica, recurriendo a su belleza como moneda de cambio para forjar una independencia precaria.
Lemaitre alterna capítulos con precisión quirúrgica, fomentando una adicción lectora mediante suspense y revelaciones confidenciales que posicionan al lector como custodio de secretos. Esta estructura no solo cohesiona los hilos narrativos —desde las huelgas obreras y el racionamiento en París hasta la apatía hacia el conflicto indochino en Beirut— sino que infunde vida a personajes poliédricos: Geneviève emerge como una figura hilarante y condescendiente, Diêm como un enigma de lealtades divididas, y los hermanos Pelletier como emblemas de ideales frustrados. El autor, nacido en 1951, evoca con maestría el detalle histórico, convirtiendo la novela en un fresco de aspiraciones colectivas, donde la fortuna y la fatalidad se entretejen como en un folletín decimonónico, rememorando a Balzac o Zola en su disección social.
Sin embargo, esta ambición constructiva tropieza en desequilibrios notables. El ritmo se estanca en secciones prolijas, con un vocabulario denso y giros sintácticos que pueden alienar al lector casual, diluyendo el momentum hasta un acelerón final abrupto. Giros argumentales, como la muerte de Étienne y la investigación subsiguiente por Angèle y Hélène, se resuelven de forma precipitada y torpe, minando el realismo pretendido y acentuando improbabilidades que desanclan la trama. Además, el desarrollo asimétrico de Hélène —reducida a su atractivo físico en contraste con la profundidad de sus hermanos— insinúa un sesgo sexista sutil, exacerbado por subtramas como los crímenes de Bouboule, que exploran la violencia contra mujeres con un regocijo erótico perturbador en Geneviève. Pese a estos escollos, que empañan la cohesión sin desvirtuarla, la novela brilla en su capacidad para entrelazar historia y ficción, ofreciendo insights novedosos sobre un posguerra sombrío, lejos de la euforia liberadora. Aunque evoca ecos de le Carré en Saigón o de Bernières en su saga familiar, carece de su whimsy gráfica, resultando en un cierre orientado a secuelas que frustra la autonomía narrativa. Aun así, su virtuosismo como contador de historias la erige en una obra adictiva, ideal para quienes buscan un viaje literario que trascienda el mero entretenimiento, invitando a reflexionar sobre legados familiares en un mundo sin fronteras.